Comentario
La reforma del Estado emprendida por C. Aurelio Valerio Diocleciano a partir del 284 tenía como fin resolver la situación caótica que el Imperio presentaba tras la crisis de los llamados emperadores ilíricos: los ataques de los pueblos bárbaros, la crisis política, la crisis económica, etc. Sus reformas presentan un conjunto homogéneo donde los problemas y las soluciones van todas interrelacionadas. Así, la defensa militar del Imperio implica un aumento de efectivos militares. Este aumento supone una reforma fiscal que permita costear tal ejército, y el pago del ejército, entre otros objetivos, implica la reforma monetaria, etc. En el aspecto económico, el panorama que ofrece el Imperio a la llegada al poder de Diocleciano es el siguiente: la crisis del sistema esclavista había afectado fundamentalmente a las clases medias, a la burguesía urbana que tanta importancia tuvo en el progreso de la vida municipal. La mayoría de estas elites municipales obtenían sus ingresos del cultivo de la tierra. Ante la escasez de mano de obra se veían obligados a aumentar los salarios o rebajar sistemáticamente los alquileres. Sus rentas siguen una curva descendente, sobre todo desde finales del siglo II. Paralelamente la concentración de bienes agrícolas en manos de unos pocos, los honestiores, se amplía. El crecimiento de la gran propiedad contribuyó a que la civilización urbana decayera, ya que estas haciendas comienzan a actuar además como centros de producción industrial. El aumento de los salarios provoca el alza de los precios y, consecuentemente, también son mayores los gastos municipales. La decadencia de la vida ciudadana va unida a la crisis de la burguesía urbana y ambos factores incidirán de forma crítica en las estructuras del Imperio.
Las reformas económicas de Diocleciano pretendieron reactivar la vida económica resolviendo las cuestiones monetarias y tributarias. Respecto al primer punto, se intentó restablecer el valor de las monedas de plata (que desde el 256 no eran sino de bronce plateado) y de oro.