Comentario
A partir de los años 80 del siglo X, el final del califato omeya en al-Andalus estuvo marcado por un cambio de régimen bastante parecido al que se había producido en el califato de Bagdad unos cuarenta años antes cuando los Buyíes se hicieron con el poder. En Córdoba como en Iraq y en Irán, detrás de la conservación de principio del califato, el poder efectivo pasó a manos de una dinastía de emires en Oriente, hayib/s en al-Andalus. La evolución tuvo lugar en la Península en un período mucho más corto en el tiempo pero fue de la misma naturaleza. Los hayib/s amiríes del último cuarto del X y la primera decena del XI -al-Mansur y luego su hijo al-Muzaffar- llevaron el florecimiento del califato omeya a un punto inigualable y formaron un amplio conjunto político en el que la autoridad de Córdoba se extendía en todo el Magreb occidental. Se acuñaban monedas a nombre del califa Hisham hasta Siyilmasa, a las puertas del Sahara. Un imponente ejército en el que los contingentes esclavones (saqaliba) y beréberes eran la punta de lanza atemorizaba a los Estados cristianos del norte de la Península y hacía reinar el orden en el norte de Marruecos. Pero, como un cable demasiado tendido, esta construcción política, aparentemente tan potente, se derrumbó de forma repentina a raíz de la Revolución de Córdoba en el año 1009.