Época: Reconquista
Inicio: Año 1000
Fin: Año 1300

Antecedente:
La corona de Aragón



Comentario

El saqueo y destrucción de Barcelona por Almanzor el año 985 tuvo la virtud de obligar a los condes de Barcelona a romper los lazos con la monarquía francesa, cuyos derechos feudales pierden fuerza al desaparecer la dinastía carolingia (987); el conde de Barcelona, convertido de hecho en la cabeza de los condados y territorios catalanes, toma la iniciativa en las relaciones con los musulmanes al tiempo que intenta consolidar su poder feudal en el interior de los condados que reconocen su autoridad. La expedición a Córdoba como aliado de los eslavos fue un éxito político-psicológico y económico para el conde Ramón Borrell: el botín logrado permitió una mayor circulación monetaria y la reactivación del comercio; hizo posible la reconstrucción de los castillos destruidos y la repoblación de las tierras abandonadas y, sobre todo, sirvió para afianzar la autoridad del conde barcelonés frente a sus vasallos. Tras la desaparición del califato, los condes siguen una política similar a la de los demás reinos hispánicos y se centran en el cobro de parias más que en la ocupación de tierras, hasta el punto de que ha podido afirmarse que entre 1000-1046 los avances se reducen a 10 kms. en la zona condal barcelonesa, a 20 en la de Vic y apenas 25 en la de Urgel y Pallars. Tanto Berenguer Ramón I (1018-1035) como su hijo Ramón Berenguer (1035-1072) o los sucesores de éste consideran las parias como un ingreso normal del condado y lo defienden, como los demás príncipes cristianos, con las armas, frente a aragoneses, navarros, castellanos y musulmanes. La dirección barcelonesa se manifiesta, también en este aspecto, en la firma de acuerdos con los condes de Urgel o de Cerdaña para, juntos, conseguir y distribuirse las parias. Al final de este período, Barcelona se ha consolidado como centro y cabeza de Cataluña después de que sus condes hayan hecho frente a numerosos problemas, el primero de los cuales es la tendencia a dividir el condado entre sus hijos, que se ven obligados a dedicar una parte de sus energías a la unificación de los dominios paternos, para dividirlos a su vez como ocurrió al morir Ramón Borrell en 1018, su hijo Berenguer Ramón I en 1035 o su nieto Ramón Berenguer I en 1072. El condado de Berenguer culminó con la ruptura de la unidad Barcelona-Gerona-Vic mantenida desde la época de Vifredo. Ramón Berenguer I, bajo cuya obediencia se encuentra teóricamente su hermano Sancho, recibe el condado de Gerona y el de Barcelona compartido con Sancho mientras el hermanastro de ambos, Guillermo, recibe el condado de Ausona. Sobre los tres herederos, menores de edad, actúa la condesa Ermesinda, que mantiene desde 1018 el condominio de todos y cada uno de los condados. La tutela de Ermesinda mantuvo la unión teórica de los condados hasta la mayoría de edad de Ramón Berenguer I, pero no pudo evitar que los magnates actuaran en sus dominios con entera libertad, y al llegar a su mayoría (1041) Ramón Berenguer tuvo que hacer frente a los intentos de independencia del noble Mir Geribert, que sería desautorizado por la jerarquía eclesiástica en 1052, a pesar de lo cual el conde tuvo que firmar un pacto feudal para poner fin a la rebeldía del señor de Olérdola. Sus hermanos Guillermo y Sancho renunciaron a sus posibles derechos sobre Vic y Barcelona en 1049 y 1054, y tres años más tarde Ramón Berenguer I reconstruía la unidad de los dominios paternos al comprar los derechos de su abuela Ermesinda. Esta política de unificación fue posible gracias, en parte, al dinero de las parias pagadas por los musulmanes de Lérida y Zaragoza que sirvieron, además, para comprar algunos derechos sobre el condado de Razés y la ciudad de Carcasona, destinados en principio a heredar a los hijos habidos en el segundo matrimonio sin romper la unidad de los condados paternos. Una vez más, el conde de Barcelona repartió los condados entre sus hijos Ramón Berenguer II (1076-1082) y Berenguer Ramón II (1076-1097) que debían actuar mancomunadamente bajo la dirección teórica del primero. Pese a las disposiciones testamentarias y a diversos acuerdos entre los hermanos, no se llegó a una solución satisfactoria en el reparto de los bienes y derechos condales y Berenguer Ramón II hizo asesinar a su hermano en 1082, pero no logró anular sus derechos, que pasaron al hijo del asesinado, al que más tarde será Ramón Berenguer III, apoyado por una parte de la nobleza catalana que confió la tutela del heredero al conde de Cerdaña. Sólo en 1086 logró Berenguer Ramón la tutela de su sobrino y, quizá para contentar a los nobles, inició una política activa de recuperación de las parias de Tortosa-Lérida, Valencia y Zaragoza que le llevó a ser hecho prisionero por El Cid. Los fracasos militares de Berenguer Ramón II y la infeudación del condado a la Santa Sede son signos de debilidad que serán aprovechados por los nobles para obligar al conde a someterse a juicio ante Alfonso VI de Castilla -al que ya en 1082 se había ofrecido la tutela de Ramón y el señorío sobre los condados para responder del asesinato de su hermano. Declarado culpable, renunció al condado (1097) que pasó íntegramente a manos de Ramón Berenguer III (1097-1131), quien ha merecido el sobrenombre de El Grande por la ambición de su política y por los éxitos logrados tanto frente a los musulmanes como en el Norte de los Pirineos, donde hizo efectivos los derechos sobre Razés y Carcasona comprados por Ramón Berenguer I. Frente a los ataques almorávides, el conde intensificó la repoblación de la comarca de Tarragona, abandonada por los musulmanes durante las guerras de fines del siglo XI y ocupada por grupos aislados de repobladores cuya presencia permitió restaurar la sede arzobispal de Tarragona (1089-1091), aunque fijando provisionalmente la residencia del metropolitano en el obispado de Vic. La repoblación definitiva de la zona fue encomendada al normando Roberto Bordet, uno de los cruzados llegados a la Península en ayuda de Alfonso el Batallador. Sólo en 1112, al casar con Dulce de Provenza, se preocupó el conde barcelonés de sus derechos sobre Carcasona, que serviría de enlace entre Provenza y Barcelona. Bernardo Atón, señor de Carcasona, reconoció la soberanía del conde catalán y se declaró su vasallo, y la muerte sin herederos de los condes de Besalú (1111) y Cerdaña (1118) permitió al conde barcelonés incorporar estos territorios. Por sus posesiones pirenaicas y provenzales, Ramón Berenguer entraba en conflicto con los condes de Toulouse con los que logró, en 1125, un acuerdo por el que Provenza sería dividida entre Barcelona y Toulouse. Las crónicas catalanas ofrecen una visión poético-caballeresca de la adquisición de Provenza por el conde de Barcelona; éste habría recibido el condado de manos del emperador alemán tras haber combatido por la honra de la emperatriz, según declara el cronista Bernat Desclot: "Barones", dijo el conde, "He tenido noticias de que la emperatriz de Alemania es acusada por los ricos hombres de adulterio con un caballero de la corte del emperador... será quemada si no encuentra en el plazo de un año y un día quien combata por ella... Y yo quiero ir con un solo caballero..." La colaboración con el mundo europeo tiene otras manifestaciones no menos importantes para la futura orientación política de Cataluña: en 1114-1115 Ramón Berenguer colabora con una flota pisana llegada a Sant Feliu de Guixol y emprende la conquista de Mallorca de acuerdo con los señores de Narbona y Montpellier, bajo la dirección del legado pontificio que representa los derechos del papa sobre las islas. La intervención pisana tenía como finalidad poner fin a la piratería de los mallorquines y para conseguirlo no bastaba tomar militarmente las islas sino que era preciso establecer una población permanente; los intentos de conseguir que los catalanes se establecieran en las islas fracasaron, porque ni éstos se hallaban interesados en otra cosa que en el botín ni disponían de hombres ni de medios para mantener el control de Mallorca, y la isla volvería rápidamente a ser ocupada por una flota almorávide. El contacto con los cruzados písanos hizo concebir a Ramón Berenguer la posibilidad de utilizar la cruzada contra los musulmanes de Tortosa y con esta idea se dirigió a Roma en 1116 al tiempo que renovaba la infeudación del condado a la Santa Sede, a la que convertía en protectora no sólo de las tierras catalanas sino también de Provenza, disputada por el emperador alemán y por el conde de Toulouse.