Comentario
En las villas y ciudades de la Corona había multitud de familias dedicadas a los oficios más diversos, sin que apenas destacara otra industria que no fuera la de los tejidos. No había contratación de centros de producción especializada y automatizada y de dirección centralizada donde se organizara el trabajo en serie y se alcanzaran altas cotas de producción. Las innovaciones técnicas y organizativas fueron escasas, y, por tanto, no mejoró sensiblemente la productividad del trabajo. Si hubo un incremento del volumen de producción durante el siglo XIV, probablemente se debió a la multiplicación de talleres y al desplazamiento de fuerza de trabajo del sector primario al secundario. Los límites del sistema social feudal, que no favorecían la inversión, eran los principales responsables de la debilidad de la oferta y la escasez de la demanda. La producción era de tipo familiar, diversificada y de escaso volumen, atendiendo más a las necesidades cotidianas del mercado interior que a la exportación. Esta misma primacía de la demanda interior, unida a la necesidad de aproximarse a las zonas productoras de primeras materias, explica también la dispersión de los centros manufactureros. Podría hablarse, no obstante, de una cierta concentración y especialización en Barcelona, donde C. Carrére piensa que sólo en el sector textil debía trabajar un tercio de las familias de la ciudad, una situación quizá comparable únicamente a la de Valencia a finales del siglo XV.
El sector básico de la producción artesanal era el destinado a cubrir necesidades cotidianas de la población. En este campo trabajaban carpinteros, zapateros, cordeleros, menestrales del vestido (sastres, calceteros, guanteros), tejedores de lino, jaboneros, vidrieros, especialistas en el trabajo del algodón, artesanos del metal (herreros, cuchilleros, caldereros, cerrajeros), alfareros, etc. El trabajo de la madera, procedente de bosques aragoneses y valencianos, adquirió singular importancia en Valencia durante el siglo XV, cuando se hicieron famosos los artesonados y muebles obrados por artesanos de esta ciudad, que exportaban una parte de su producción. Algo parecido sucedió con la industria barcelonesa del vidrio, que progresó cualitativamente y pasó, de alimentar únicamente la clientela local, a constituir una manufactura rica que, a finales del siglo XV, celebraba dos ferias anuales y exportaba.
Entre las artesanías de lujo, destinadas sobre todo a satisfacer la demanda de una clientela selecta de la Corona, destaca la argentería, la orfebrería y el esmalte, actividades que prosperaron en las principales ciudades de la Corona a partir del siglo XIV, quizá introducidas por maestros originarios de tierras ultrapirenaicas. En este grupo podría incluirse también la construcción, referida a obras patrocinadas por la clase dominante y las instituciones civiles y religiosas. Es una actividad que, junto a la textil, requería una infraestructura técnica y económica algo compleja, la movilización de un número elevado de trabajadores y una cierta especialización en áreas y utillaje.
Otras producciones artesanales cubrían necesidades de la demanda interior, al tiempo que alimentaban corrientes de exportación importantes. Es el caso de la producción de cuchilleros, armeros, curtidores, ceramistas, coraleros y, sobre todo, fabricantes de paños. Aunque la Corona, y en especial Cataluña, no se desarrolló una producción metalúrgica de alto tecnicismo, y tuvieron que importar del extranjero productos de la metalurgia diferenciada, cuchilleros y armeros aragoneses (sobre todo de la zona del Moncayo), catalanes y valencianos exportaron una gran parte de su producción (cuchillos, espadas, lanzas, corazas, ballestas, puñales) hacia Castilla, Sicilia y los países del Mediterráneo oriental. Uno de los sectores más importantes, por el número de trabajadores, los capitales movilizados y el volumen de producción, fue el de los curtidores, que transformaban las pieles en cuero apto para su trabajo. Artesanos del cuero los había en todas las ciudades de la Corona, pero la producción valenciana era especialmente apreciada en Barcelona en el siglo XV, como también lo era la zaragozana, que aprovechaba la tradición mudéjar.
Artesanía peculiar, estrechamente controlada por los mercaderes, era la del coral, recogido en diferentes puntos del Mediterráneo occidental, trabajado en Barcelona y exportado (en mayor cantidad que la producción de cuchilleros y menestrales del cuero) a Alemania, Saboya, Flandes y los países musulmanes. Réplica del coral barcelonés era la cerámica mudéjar valenciana, de Paterna, Cárcer y Manises, que desde mediados del siglo XIV desplazó a recipientes de madera y cerámica de más pobre manufactura en muchos hogares de la Corona, en rivalidad a veces con la cerámica también mudéjar de Teruel. La cerámica de Cárcer y Paterna, de esmalte blanco y decoración a base de ornamentaciones, figuras zoomórficas y figuraciones humanas, pintadas en verde y morado, era la de uso más común. La cerámica de Manises, dorada, con barniz blanco y de reflejos metálicos, gozó de gran reputación en los ambientes más refinados de Europa.