Época: Aragón Baja Edad Media
Inicio: Año 1276
Fin: Año 1479

Antecedente:
Los escritores humanistas

(C) Anton M. Espadaler



Comentario

La primera manifestación de prosa humanística se da en Lo somni (1399). Las circunstancias que envuelven la redacción de esta obra, así como su destino y sus posteriores efectos son ciertamente singulares. Bernat Metge en su trayectoria como funcionario regio llegó a ser secretario privado del rey Juan I. La muerte de este monarca en 1396, repentina y en una atmósfera de sospecha, en un clima político y económico de enorme tensión, en el que los consejeros de las ciudades de Valencia y Barcelona efectuaron graves y al parecer fundadas acusaciones a los miembros del consejo real entre los que se encontraba Bernat Metge, originó un proceso de gran envergadura que llevó a nuestro personaje a la cárcel. Sobre él y sus compañeros pesaban cargos como apropiación indebida de fondos públicos, malversación, abuso de poder, conspiración política para derribar al rey, y hasta recaía sobre ellos, y muy especialmente sobre quien era su secretario privado, la sospecha de asesinato (la versión oficial hablaba con poca credibilidad de una caída de caballo) y de impedir, además, que el rey se fuera de este mundo sin recibir los últimos auxilios.
Metge, que parece haber llevado a la práctica su propio precepto: "de natura d'anguila siats/ en quant farets" (sed de la naturaleza de las anguilas/ en cuanto hagáis), se defendió escribiendo una obra para demostrar la iniquidad de todas esas acusaciones: Lo somni (El sueño). Una obra que al parecer tiene un lector privilegiado: el nuevo rey, Martín I, hermano del que ha pasado a la historia como el amador de la gentileza.

La obra, en la que el rey se le aparece en sueños acompañado de Orfeo y Tiresias, está dividida en cuatro libros muy distintos, ya que incluyen desde un diálogo filosófico y teológico sobre la inmortalidad del alma -en el que queda patente el escepticismo a ultranza de quien afirma "ço que veig crech e del pus no cur" (creo lo que veo y lo demás no me preocupa) y que después de la muerte no hay nada, a pesar de aparentes y muy irónicas concesiones a las creencias religiosas del rey- hasta una sátira misógina plagiada del Corbaccio, contradicha acto seguido a través de un elogio del sexo femenino con argumentos del mismo Boccaccio, pasando por la autodefensa de las acusaciones recibidas. La elección de los temas de debate no es casual, puesto que además de intervenir en su favor al asegurar que el rey se halla en vías de salvación o de elogiar con tino a la madre del nuevo monarca, sirve para demostrar, aunque sólo aparentemente -ante la figura del rey que dialoga- la correcta catadura moral de Metge. Sin embargo, las más que dudas sobre el alma, sobre la providencia divina, sobre el placer como máximo bien, sobre las mujeres como representación palpable de esta finalidad, la primacía de la razón filosófica y el descrédito de la fe y el dogma como fuente de conocimiento convencen al lector que Metge, diga lo que diga el rey, era un epicúreo convencido y pertinaz.

En este capítulo dedicado a la prosa humanística no podemos olvidar la figura de fray Pere Martínez, autor también de una estimable obra lírica -quizá la más elevada poesía religiosa de su tiempo-. Martínez tuvo una existencia agitada y murió de forma cruel en Mallorca en 1463, como consecuencia de sus actitudes políticas contra Juan II. En la cárcel, sin el auxilio de libros, redactó un texto ejemplar, Mirall de divinals assots dedicado a la esposa de quien le encarceló y condenó a muerte. Escrito desde la certeza de una muerte próxima e irremediable, el libro admira por la elegancia y armónico ritmo de su prosa así como por la profundidad y elevación del sentimiento caritativo que comunica.

La prosa de tipo humanista alcanza su punto más álgido en la obra de Joan Roís de Corella, nacido en Gandía hacia 1435 y muerto en Valencia en 1497. Este aristocrático escritor, que repudió la carrera de las armas por considerar su estilo y actos a todos razón contrarios, tiene ante la literatura una actitud que lo acerca a la del escritor profesional. Corella fue un autor de gran éxito, especialmente a partir de la difusión de la imprenta y con obras de carácter religioso, tal vez porque eran más asequibles para el público lector que las de tema profano. El Corella profano es básicamente un seguidor de Ovidio que aprovecha la materia de las fábulas mitológicas para ejecutar elegantes ejercicios de estilo, apurando al máximo las potencialidades expresivas de la lengua, sin caer nunca en los excesos barrocos de los que se ha llamado "valenciana prosa". Al lado de textos como las vidas de santa Ana o de santa María Magdalena, o la Història de Jason e Medea -bien plagiada por Martorell-, destacan prosas de origen más o menos anecdótico como la Tragèdia de Caldesa -una historia en primera persona de un engaño amoroso a manos de una mujer de inferior condición, que prefiere además la compañía de un amante menos cualificado-, y el Parlament o col-lació que s'esdevench en casa de Berenguer Mercader, donde Corella hace el papel de relator de historias de la Antigüedad -"historials poesies"- que van desgranando los distinguidos contertulianos del gobernador general de Valencia, "a la tempestosa mar de Venus la proa de ma escriptura endrecant" (a la tempestuosa mar de Venus la prosa de mi escritura dirigiendo).

Corella se comporta en buena medida como un manierista, actitud que también se aprecia en su excelente obra poética, caracterizada por un tono solemne, frío, de una plasticidad y una sonoridad labradas con esmero de orfebre, tanto en lo profano como en lo religioso.