Comentario
La llegada de los romanos a Emporion en el 218 a. C. supuso un cambio radical para la antigua colonia focea, la cual, a pesar de haber gozado con toda probabilidad de un estatuto de ciudad federada -lo que equivalía a detentar una teórica libertad de iure, que, tal como hemos visto, le permitió transformar su muralla a mediados del siglo II-, no es menos cierto que, de facto, la colonia focea hubo de aceptar con seguridad recortes a su soberanía, siendo sin embargo su mayor ventaja la de no estar sometida a tributación alguna. Por otra parte, al poseer la ciudad el único puerto de esta parte del Mediterráneo, pronto convertido en base naval por parte de la república romana, se transformó aquella en el gran centro receptor y redistribuidor de los productos itálicos que el comercio romano vehiculaba hacia la Península, sobre todo durante el período comprendido entre el fin de la segunda guerra púnica y la elevación de Tarraco al rango de capital de la Hispania Tarraconensis. Esta situación trajo de forma ineluctable la necesidad de establecer junto a la ciudad griega una implantación militar romana permanente, hecho éste que tuvo lugar con ocasión de la presencia en Emporion del ejército romano que al mando del cónsul M. Porcio Catón fue mandado a Iberia el año 195 con la finalidad de sofocar la gran rebelión indígena de la Citerior iniciada dos años antes. Este praesidium o propugnaculum, del que conocemos unos pocos restos de su pretorio, tales como un tramo de su muralla, las cisternas que le aseguraban el suministro de agua potable y una parte del empedrado intramuros, no sólo garantizó la paz y el dominio de Roma en este punto estratégico, el primero que los romanos poseían con seguridad en el extremo meridional del golfo de León, sino que se convirtió en un factor de romanización hasta el extremo de dar origen a una ciudad doble, de planta campamental -es decir, un rectángulo de unos 300 x 700 m de lado- poblada por itálicos e indígenas ibéricos, respectivamente, físicamente divididos por un muro, cuya eclosión tuvo lugar en los años que giran en torno al 100 a. C.Durante el siglo I y hasta la época de Augusto, Emporion y la nueva dípolis italo-indígena vivieron independientes la una de la otra, hasta que durante el reinado de aquel, ambas ciudades -tras conseguir, primero los indígenas y luego los griegos, la ciudadanía romana- se fusionaron en un único municipio, denominado a partir de entonces Emporiae, e integrado por gentes de estirpe itálica, ibérica y griega.
A partir del siglo I d. C., tras la entera conquista de Iberia por Roma y la extinción del anteriormente floreciente comercio itálico, motivado por el hecho de que las provincias dejaron de ser importadoras-consumidoras para convertirse en productoras-exportadoras, Emporiae dejó de contar entre las ciudades más dinámicas de esta parte de la Citerior, de forma que, suplantada por otras ciudades emergentes, principalmente Tarraco, la capital provincial, pero también por Barcino, pronto empezó a languidecer en la mediocridad.
A fines del siglo III, la decadencia llegó a tal punto que el municipio, demográficamente disminuido e incapaz de subvenir a los gastos de conservación de una ciudad tan extensa, desertó de su pomerium trasladándose sus ciudadanos a la antigua sede de la Paleopolis, lugar donde la vida municipal continuó inalterada hasta la desaparición del imperio, e incluso después, gracias a la eclosión de una sede episcopal que garantizó en épocas visigótica y alto medieval la continuidad histórica de la Civitas Impuritana, fórmula bajo la que aparece citada en los documentos conciliares de la época. Después del breve episodio que representó la presencia árabe en la Cataluña septentrional, Ampurias y su territorio fueron reconquistados por las tropas carolingias de Carlomagno (785), quien, en virtud del glorioso pasado de la ciudad y de su condición de sede episcopal, le asignó la capitalidad del condado del mismo nombre, siendo ésta una condición que la vieja ciudad mantuvo hasta el progresivo traslado de los condes, en el siglo XI, a la vecina localidad de Castelló d'Empúries. Este desplazamiento tuvo lugar tras el aviso que supuso para su seguridad la destrucción a la que se vio sometida Ampurias en el año 935 a manos de una escuadra árabe fletada y enviada desde Almería por Abd Al-Rahman III.