Comentario
En el panorama de nuestra Antigüedad, las culturas protohistóricas tienen un gran atractivo cuando se las contempla desde la particular sensibilización de la conciencia histórica de la época en que vivimos. Sea porque la curiosidad intelectual conduce a ponderar con especial énfasis las etapas de formación; sea porque los problemas que siempre arrastran consigo estos períodos consustancialmente oscuros -en los que anidan con éxito las fábulas o las leyendas inventadas de entonces a ahora-, son un constante reto para quienes gustan de los platos fuertes en materia histórica; sea porque la búsqueda de justificaciones a nacionalismos o raíces culturales, con propósitos menos o más inocentes, suele conducir a hurgar en estos períodos formativos para alimentar argumentos o urdir coartadas; sea por todo ello y alguna cosa más, la civilización tartésica, la cultura castreña, las culturas celtibéricas y la misma cultura ibérica y otras de nuestra Protohistoria despiertan un considerable interés.
La cultura ibérica, entre otras e importantes razones de su indiscutible atractivo, tiene en su haber la producción de un arte personalísimo, un arte que se constituye por méritos propios en argumento de uno de los grandes capítulos de nuestra Historia del Arte. Pero esta realidad incuestionable conviene contemplarla conscientes también de que es un arte cargado de facetas problemáticas, de aspectos discutidos y discutibles, para lo que conviene la reflexión introductoria de que se ocupa este texto.
Es bueno apresurarse a decir que, a la altura de la investigación más reciente, muchos problemas están resueltos, o despejadas algunas de las incógnitas que lastraban el camino ascendente de su mejor comprensión. Pero algunos progresos son todavía muy recientes, fruto a veces de hallazgos afortunados de los últimos años, y apenas tienen eco, si alguno tienen, en mucha de la literatura habitualmente disponible; y sigue habiendo problemas en bastantes cosas. De lo esencial de todo ello, de los problemas aún existentes, o de las soluciones últimamente obtenidas, daré resumidas cuentas en las páginas que siguen.
Para empezar no está de más pararse en una cuestión previa: la de si puede hablarse, sin equívocos, de un arte propiamente ibérico. O, dicho de otra manera, si el arte ibérico es un concepto claramente perfilado en sus connotaciones culturales, en su ámbito geográfico, en su marco cronológico.Porque en esto, como para el conjunto de la cultura a la que corresponde, la delimitación del arte ibérico se presta a confusión, ya que no sólo por los lógicos cambios de la evolución en el tiempo, sino por la diversidad de las culturas del ámbito que, en principio, puede aceptarse como ibérico, las manifestaciones artísticas y culturales no se muestran con la misma intensidad o los mismos caracteres en todas partes. Por ejemplo, con argumentos culturales o lingüísticos suele insistirse en la clara diferencia que ofrecen las culturas ibéricas que se desarrollan en el territorio comprendido desde la alta Andalucía al Levante peninsular, respecto a la documentada en la baja Andalucía; en esta última región se desarrolla la cultura turdetana, heredera directa de la tartésica, que se presenta con rasgos distintos a las ibéricas del Sudeste y Levante, según algunos las única y propiamente ibéricas, de modo que en la consideración de lo ibérico habría que excluir las manifestaciones de la baja Andalucía. En cualquier caso, es indiscutida la clara distinción respecto a las culturas del interior y de la vertiente atlántica, menos evolucionadas y con creaciones artísticas y culturales muy distintas, y con un importante componente étnico en las causas diferenciadoras por la repartida presencia de elementos célticos.
Un cuadro así, muy simplificado sin duda, pero muy mostrativo de la realidad con que se suele topar, enriquecida en sus matices, cualquier interesado en esta cuestión, muestra ya en su radical simplicidad la dificultad de aceptar, sin más consideraciones, planteamientos de partida que pueden resultar, a la larga, engañosos. En principio, la penetración, al menos cultural, de las activas civilizaciones de la periferia peninsular hacia el interior va mostrándose cada vez más acusada y desde tiempos más antiguos según avanza la investigación, de forma que el celtiberismo como fenómeno cultural, y en menos medida de fusión étnica, va cobrando nueva apariencia, desdibujando las fronteras de las radicales distinciones de antaño. También, en sentido contrario, la penetración étnica y cultural de los celtas en las culturas desarrolladas de la periferia es un fenómeno indiscutible, sin que sea el caso entrar ahora en pormenorizar dónde y con qué intensidad según los tiempos. Más que entrar en ello, resulta conveniente dedicar algunas líneas a aclarar lo que más directamente interesa aquí, que es el sentido de lo ibérico.