Comentario
Iberia es el nombre con que los griegos denominan -o terminaron por denominar- a la Península Ibérica en general, aunque particular y tradicionalmente reservaban esta designación a las tierras que miraban al Mediterráneo, las que les eran más familiares. Los primeros iberos documentados en la literatura antigua conservada estaban situados en la provincia de Huelva, según testimonios contenidos en la "Ora Marítima" de Avieno y en el Pseudo-Escimno de Chio. En el viejo periplo de origen seguramente griego, fechable hacia el siglo VI a. C., que recoge en su "Ora Marítima" el poeta tardorromano Avieno, se cita un río de nombre Hiberus, identificable con uno de los ríos onubenses (el Tinto o el Odiel, sin descartar la posibilidad del Piedras), a occidente del cual estaban Iberia y los iberos: "nam quicquid amnis gentil huius adiacet occidum ad axem, Hiberiam cognominant" (O.M. 253-254).
El texto del Pseudo-Escimno, que se remonta al siglo V a. C., es menos explícito, pero corrobora la ubicación de estos antiguos iberos, y coincide con la Ora en distinguirlos de los tartesios, que vivían, según estas referencias de origen bastante remoto, al este de aquéllos (hacia la desembocadura del Guadalquivir), un dato de interés para lo que parece una consideración inicialmente restringida tanto de los iberos como de los tartesios.
El caso es que el concepto de iberos y de Iberia se fue ampliando con una connotación fundamentalmente cultural y geográfica, de forma que en autores griegos que recogen la visión que de Occidente se tenía antes de la conquista romana, Iberia comprendía a los pueblos y culturas que miraban al Mediterráneo, que es la consideración que todavía recoge Polibio en el siglo II a. C. La Iberia así concebida, habitada por pueblos de nombres distintos que los mismos textos antiguos recogen puntualmente -iberos propiamente dichos, tartesios, gletes o ileates, cilbicenos, etc. -, era la zona de la Península mejor conocida por las culturas clásicas, que disfrutaban de rasgos culturales más o menos comunes debido a la expansión de la cultura urbana desde los iniciales focos tartésicos de la baja Andalucía.
Esta expansión del concepto de Iberia, tal como en la documentación literaria se presenta, puede ser bien vista a partir de los resultados de la investigación arqueológica última, mediante la que se comprueba lo que acabo de decir: la expansión de las culturas más evolucionadas del Suroeste peninsular, de timbre tartésico, hacia la alta Andalucía, el Sudeste y el Levante mediterráneos. La potencia irradiadora de aquella zona nuclear fue enorme desde la configuración del Bronce Final Tartésico, tanto hacia los pueblos y las tierras que miran al Mediterráneo, como hacia el interior peninsular, capacidad de irradiación cultural y de extensión de los intereses económicos -connatural a las culturas de corte urbano- que se ratificaría poco después, en la activa etapa orientalizante, con la ubicación en Gadir/Cádiz del más importante centro fenicio de la Península, y la entrada de Tartessos en la etapa de su mayor apogeo económico y político.