Comentario
Estos modelos estructurales fueron materializados gracias al empleo de fábricas de composición y aspecto muy variados, al contrario que los puentes, que fueron de piedra exclusivamente, y en cierta manera como los diques, donde hemos visto una mayor variedad de materiales. Las formas de los acueductos, sobre todo de las arcuationes, son de dimensiones menores que las de los puentes y no digamos de las de los diques; esto y su continuidad y estrecha relación con ambientes urbanos, aconsejaron el empleo de materiales más moldeables, entre los que, como cabría esperar, los ladrillos y las mamposterías ocuparon un lugar significativo, incluso a veces como material monográfico. Ciertamente los ladrillos, cuyo carácter urbano y de cierto monopolio oficial fue siempre un factor restrictivo de su uso, es el menos utilizado pues sólo se da en aquellos casos (Itálica y León) donde se documentan instancias estatales o militares muy cercanas.
Antes de entrar en la descripción de los elementos que están documentados, conviene reseñar dos aspectos complementarios. El primero de ellos, ya apuntado y muy reiterado, es que el factor de propaganda es tan significativo que, pese a la rareza de su hallazgo, las inscripciones conmemorativas debieron ser bastante usuales en los acueductos. Por otro lado, nos interesa señalar que es en este campo de los acueductos donde el acto de fe, que supone el estudio de puentes y diques, ante la carencia casi absoluta de excavaciones, es menor, ya que las conducciones de agua duraron escaso tiempo por ser muy artificiosas y no volvieron a usarse, por lo que pisamos un terreno mucho más seguro, de manera que el análisis de los restos existentes es, a falta de otras pruebas, una guía relativamente segura.
De todas maneras este problema, el de datar sin pruebas científicas, es un riesgo que asumimos cuantos a esto nos dedicamos, pero lo que ya no parece tan justificable es que sobre bases inseguras se monten tragedias como la siguiente, referidas a la destrucción, en los años sesenta del siglo XX, del acueducto de Sevilla: "Y ha sido tan auténticamente vandálica, que no hemos podido encontrar ni un solo ladrillo abandonado de los millares que tuvieron que salir en el derribo. Y para mayor befa de romanos en las cinco arcadas que se han conservado, respondiendo quizás a aquella proposición de la Comisión Provincial de Monumentos de un número de metros del monumento que de común acuerdo sea determinado, se ha suprimido la caja, quedando así el pobre vestigio descabezado y sin sentido. Parece que en este desaguisado no ha tomado parte la Comisión de Monumentos, pues según me comunicaba un vecino de la zona, se dieron tanta prisa en derribar, que cuando llegaron los de Monumentos, no quedaba ya nada en pie". El texto que acabamos de citar es de C. Fernández Casado, quien dedicó una buena parte a consideraciones de este tenor, dando por buenos los informes de la Academia madrileña frente a las opiniones de la Comisión sevillana: "Como informa la Academia en el acta de defensa, desgraciadamente inútil, el acueducto era una de las pocas construcciones que quedaban de los romanos en Hispalis, y se encontraba entonces en casi su completa supervivencia. En construcciones de ladrillo era también excepcional, pues aunque existen varios puentes y el acueducto de Itálica en la región bética, se encuentran reducidos a ruinas en sus últimas fases, como le ocurre a este último, o se encuentran en lugares difícilmente accesibles".
Los argumentos científicos del autor de estas citas eran los siguientes: "Resulta casi incontrovertible que la conducción y con ella el acueducto, es decir, la obra sobre arcos es romana, primero porque ya existía en época almohade, y anteriormente sólo los romanos han sido capaces de acometer una obra de tanto empeño. Ya hemos indicado que la zona de arcadas, sin contar la obra sobre muros, tendría unos 4 km de longitud, y es preciso descender hasta época actual para que se construyan puentes de fábrica de tal envergadura. Alineaciones rectas mantenidas con la constancia y la regularidad que destacan en la conducción solamente puede ser obra de romanos". Con los datos que ofreció Fernández Casado en otras partes de su estudio resulta claro para el lector medio que la parte visible del acueducto era, como mínimo, medieval, pero una lectura más ajustada de los mismos datos y la consideración de otros que estaban publicados entonces, avala los datos de la Comisión: el acueducto que vio derribar aquel avisado vecino había sido levantado a mediados del siglo XIX por una compañía, la "Seville Water Works", cuya aportación hídrica los sevillanos de los años cincuenta llamábamos el agua de los ingleses.
Sin embargo, conviene señalar que, efectivamente, el acueducto de Itálica sí era de ladrillo, como muchas de las obras de la propia Roma, pero como los demás acueductos y puentes andaluces de época romana, era de los de menor aparato de todos los que conocemos en Hispania; así el de Almuñécar, el mayor de los de Boelo y el de Vícar en Almería, son de mampostería, y de aparejo muy irregular, cosa que también apreciamos en otros menores, tan pequeños que incluso carecen de arcos, consistiendo sólo en un sencillo muro. El acueducto de Almuñécar tiene estructuras variadísimas, tanto que, además de un sifón, según deduce Fernández Casado, posee una estructura del primer tipo (acueducto III del río Seco), otra del tercer modelo (acueducto II del río Seco) y otra con arquillos secundarios en las pilas (acueducto de Torres Cuevas), idéntica a las del acueducto de Boelo y al de Ceuta, datos que sugieren orígenes africanos a esta disposición, y cuya razón constructiva está aún por explicar satisfactoriamente, pero que en cualquier caso parecen relativamente tardías, tal vez de fines del siglo II d. C. o comienzos de la centuria siguiente. El más raro de estos acueductos es el citado de Almería, conocido solamente a través de una única publicación, y cuya romanidad se basa sólo en el olfato de su descubridor, acompañado de las características africanas que parecen comunes a las conducciones de esta época, localizadas todas ellas, como he señalado, en zonas costeras.
Estos acueductos pertenecen a una etapa intermedia en la cronología de los acueductos hispanos, la que cubre la segunda mitad del siglo II d. C. y el siguiente hasta la Anarquía Militar, caracterizada por la multiplicidad de las soluciones y el carácter poco exhibicionista de las obras, de envergadura mediana. Antes, desde los años de Augusto hasta los de Adriano, se fabricaron conducciones muy espectaculares por su tamaño, costosas por el material y de los tipos estructurales más sencillos.
De todos ellos el ejemplar más antiguo, en mi opinión, es el Aqua Augusta de Emerita, es decir, la conducción que partía de Cornalvo, formada casi toda ella por tramos subterráneos o sobre muro, pues su trazado se eligió para evitar precisamente los grandes desniveles, de manera que hoy sólo conocemos un arco de esta conducción, formando el aliviadero de un largo muro. Creo que el acueducto de Les Ferreres de Tarraco debe ser algo más tardío, quizás de los años centrales del siglo I d. C., en la época en que se construyó el gran foro provincial: es una hermosa estructura, labrada en sillares almohadillados, animados en apariencia por la estética brutalista de la Porta Maggiore claudiana, y construida según el modelo de estructura más simple. Las mismas razones formales nos aconsejan fechar por estos años el acueducto que corrió por el lugar del que llamamos hoy de San Lázaro, en Mérida, pues, como veremos, la arquería actual es bastante tardía.
Al mismo tipo pertenece el acueducto de Segovia, prodigio de equilibrio y hermoso despilfarro, ejemplo de cómo el deseo de pregonar los beneficios de la romanidad primaban sobre otra consideración; la propaganda quedó explícita en el letrero, de capitales de bronce, que campeó en la gran cartela del arranque del segundo orden de arcos, justamente en la parte donde mayor altura tenía. La sillería, colocada a hueso, estaba animada por sucesivas cornisas molduradas, que resolvían los relejes de los pilares telescópicos. Hace ya unos años que, basándose en razones epigráficas y en similitudes formales, don Antonio Blanco Freijeiro fechó esta increíble estructura, notable por lo que ha durado intacta y por su belleza sin artificios, en los breves años del emperador Nerva.
Poco después se labró el acueducto que tenía como caput aquoe el pantano de Proserpina, es decir, el antecesor de lo que llamamos hoy Los Milagros, en Mérida, del cual sólo subsiste un par de pilares y un arco justo en el paso del Albarregas. Hace ya bastante tiempo que deduje, por razones de oportunidad urbana, de técnica edilicia (es una obra de sillería grapada) y por parecido formal con puentes fechados en el imperio de Trajano (Alcántara y Alconétar y por extensión el de Salamanca), que sería de esa misma fecha. Hay otros muchos acueductos hispanos de esta época, o al menos así lo parecen, pues la mayoría posee sillares almohadillados y estructuras del modelo que hemos visto en Tarraco. El más curioso de todos ellos es el de Los Bañales, ya que consistió en una sucesión de pilares que sostenían un specus de madera.
La tercera época de los acueductos hispanos, dejando a un lado las reparaciones que pudieran constatarse en alguno de los que hemos descrito ya, debe ser bastante tardía, tanto como los años de Diocleciano, o quizás los de Constantino, y se reduce a las arquerías cercanas a Mérida, es decir, Los Milagros y San Lázaro tal como se nos presentan hoy. Hace ya varios años que señalé la evidencia de que casi todo el material pétreo que vemos en ellas está reaprovechado, y también indiqué que en ambos casos estamos ante estructuras del segundo modelo, más seguras y de aspecto bien distinto de lo contemplado en Segovia o en Tarragona. Estas arquerías emeritenses son atribuibles, como el palatium recientemente destruido en Córdoba, cuya magnífica y sólida fábrica también aprovechó materiales de derribo de forma masiva, a la iniciativa constantiniana atestiguada por otras fuentes.
La primera novedad edilicia es que sus pilares tenían planta cruciforme, aunque la parte que podríamos llamar estribos, por alguna razón, se trabó mal con el núcleo, y así se desprendieron, dejando ver el interior de hormigón. La segunda es que, para regularizar las hiladas de sillares reaprovechados, se intercalaron hiladas de ladrillo. La tercera, ya adelantada al referirnos al tipo general, es que los arcos no eran indispensables, salvo los más altos, pues muchos de ellos han fallado y los pilares, indudablemente sobredimensionados, han resistido perfectamente, como si fuesen, por accidente, una ampliación de los del acueducto de Los Bañales. Señalemos, finalmente, el impacto que su arruinada visión produce, pues si en Segovia o en Tarragona una de las causas de la admiración general es la sorpresa al contemplarlos virtualmente intactos, en Mérida la ruina les ha añadido un valor plástico que en su momento estaba atenuado por la regularidad de su trazado.