Comentario
Las fuentes literarias de los primeros años de la conquista citan numerosas ciudades del Sur y Levante peninsular con los términos de urbs y oppidum. En la concepción romana, estas expresiones suponen una escala jerárquica elevada, en particular, la denominación urbs significaba ciudad acotada y organizada social y económicamente, siendo un oppidum una aglomeración de segundo grado por debajo de la cual estaban los vici (aldeas), pagi, castelli y fora.
Las citas documentales no pueden admitirse como base única para hablar de una auténtica organización urbana entre los pueblos ibéricos. Se precisan testimonios materiales, pero desgraciadamente todavía conocemos escasos planos de ciudades y poblados elaborados a partir de excavaciones rigurosas. M. Almagro ha analizado recientemente el área superficial de las poblaciones ibéricas. Destaca en su estudio que, a pesar de la entidad de algunos establecimientos, la extensión de las ciudades ibéricas nunca superó las 50 Ha y fue menor que otras ciudades del Mediterráneo occidental, a excepción quizá de Corduba (Córdoba) y los enclaves coloniales de Gadir (Cádiz) y Cartago Nova (Cartagena). Añade este autor que las poblaciones mayores de 20 Ha se localizan todas en la Turdetania y la Oretania, frente al menor desarrollo superficial de los núcleos de la Iberia levantina y septentrional. Este dato se justificaría por la importancia de la tradición protourbana tartésica en la Iberia meridional.
En cuanto a la ordenación interna de los poblados se observa, con independencia de la cuantificación de su superficie, que presentaba un urbanismo bastante desarrollado con calles cruzadas en ángulo recto delimitando manzanas de viviendas y espacios de uso público. La Serreta de Alcoy, El Tosal de Manises, La Alcudia de Elche, La Isleta de Campello, El Oral, etc., son ejemplos estudiados por L. Abad en la región levantina, donde se refleja la adopción de los patrones ortogonales al uso en Grecia o Etruria.
Dentro de las variantes regionales y con adaptaciones específicas, estarían los poblados denominados de calle central, característicos del Valle del Ebro. Las casas se organizaban en torno a una calle única que constituía el eje del poblado, como se puede observar en Taratrato (Teruel), estudiado por F. Burillo.
La documentación sobre el urbanismo colonial fenicio no resulta demasiado relevante. Evidentemente Gadir tuvo que ser centro urbano principal, pero apenas sabemos nada de su configuración urbanística con los datos arqueológicos en la mano. Tal vez el mejor testimonio conocido en la actualidad sea el yacimiento del Castillo de Doña Blanca en el Puerto de Santa María, que, a tenor de las últimas excavaciones, fue un importante emporio con una traza urbana de cierto alcance.
Al decir de Estrabón, también Mainake en Málaga, tendría planta de ciudad griega, pero no sabemos en qué momento de su evolución -bajo el dominio griego o púnico- ha de fijarse su planta regular.
En la costa catalana, la continua presencia griega tuvo reflejo claro en la ordenación de la Neapólis ampuritana y en el vecino asentamiento helenizado de Ullastret, que ostenta uno de los sistemas defensivos greco-ibéricos más impresionante.
M. Bendala ha propuesto, en los últimos años, valorar de forma más explícita la importancia de la acción cartaginesa en España en materia de urbanismo. Para este autor, los bárquidas, en concreto, habrían creado un imperio en el suelo hispánico, estructurado a partir de una red de centros urbanos que serviría de base para su política expansionista. Enclaves como Akra Leuke (cerca de Cástulo), Carmo (Carmona), Carteia e Hispalis (Sevilla) junto con la capital Cartago Nova, habrían aplicado esquemas propios del mundo helenístico en su regulación urbana, funcionando a la vez como auténticos lugares centrales en la articulación territorial de las zonas del Levante y sur de la península. La aceptación de tan sugestiva hipótesis requerirá en un futuro una confirmación arqueológica fehaciente más allá de los puros datos estratigráficos. De hecho, el urbanismo de época púnica y republicana de la capital, Cartago Nova, nos es prácticamente desconocido a pesar de la descripción polibiana.
En resumen, las zonas ibéricas del Levante y Mediodía peninsular presentaban a la llegada de los romanos un desarrollo urbano con suficiente entidad como para que los nuevos colonizadores encontrasen satisfechas buena parte de sus necesidades. Quizá por ello Roma fundó pocas ciudades ex novo en estas tierras optando por aprovechar la situación urbana precedente, que no se verá modificada hasta bien entrada la época imperial.