Comentario
Las crecientes necesidades hacendísticas de la Corona, llevarán, en especial durante la segunda mitad del siglo, a la venta de muchísimos privilegios. Las quejas que provocó semejante política fueron numerosas por parte de los pecheros, porque la venta de hidalguías suponía un descenso en el número efectivo de contribuyentes y, por tanto, podía abrir camino a una mayor presión fiscal. Por supuesto, las ventas de hidalguía también fueron criticadas por los representantes de la vieja nobleza, ya que la eminente condición de su estado quedaba manchada por la entrada de esos recién llegados.
Sin embargo, esas mismas necesidades hacendísticas iban a reforzar el espíritu de lo hidalgo porque, ahora a través del recurso a los juros como títulos de deuda sobre rentas y derechos reales, hicieron del ideal rentista -una parte de su decorum- que caracterizaba a la nobleza una buena alternativa a actividades más productivas, incluso para aquellos que, como los mercaderes y otros grupos urbanos, empiezan dando muestras de cierta autonomía en su propia autopercepción colectiva. Indudablemente, el mantenimiento del crédito de la Monarquía se convirtió en el fundamento del cobro de esas nuevas y atractivas fuentes de ingresos, con lo que se puede afirmar que ese modo de vida ahidalgado forjó un lazo de dependencia muy efectivo entre la Corona y los grupos rentistas.
Por su parte, también la dependencia de la nobleza con relación a la Monarquía no había hecho más que crecer, puesto que en el servicio real se cifraba una de las maneras posibles de salir de la crisis de recursos que padeció secularmente. Que tanto la concesión de licencias para fundar mayorazgos como que la facultad para imponer censos consignativos sobre estos bienes pasaran por la preceptiva licencia real, ponían parte de su bonanza económica en manos del rey, del que, además, se podían esperar nuevas mercedes a través de su servicio en la corte o fuera de ella. Por ello, Bartolomé Yun ha hablado del nacimiento de una nueva nobleza que está cada vez más subordinada a los designios reales.
De esa progresiva domesticación nobiliaria por la Corona -en el doble sentido etimológico de doméstico, hacer de la casa, casa real, y subordinar- parece que sólo hubo una forma efectiva de escapar y que consistía en vivir únicamente de lo que rentaban sus propias tierras y rentas y, en la medida de lo posible, incrementarlas. El Conde de Portalegre se lo hacía saber así a su hijo Diogo en 1592: si la partida de los servicios de corte se le "despintaba, retiraos a vuestra casa en buena sazón porque no llevan otra ventaja a sus hermanos los que nacen primero, sino poderse levantar comenzando el juego si les dice mal".
Esta sería, evidentemente, una posibilidad para la nobleza de grandes y títulos que disponía de amplias rentas y extensas tierras, pero, junto a ella, hay que recordar la existencia de un elevadísimo número de caballeros urbanos, que formarían un escalón nobiliario medio, e hidalgos simples, su nivel más bajo. Esta nobleza compartía con la primera el fundamental derecho de exención fiscal, pero no gozaban de semejantes medios de fortuna, aunque pudiesen ser propietarios y, en especial los caballeros que copaban las oligarquías locales, formar un patriciado urbano medianamente rico.
Se ha calculado que, a finales del siglo, uno de cada diez habitantes de la Corona de Castilla pertenecía al estamento nobiliario, porcentaje que se elevaba considerablemente en la zona norte de la Meseta y en la cornisa cantábrica. Aquí, había demarcaciones enteras en las que se suponía una hidalguía universal y donde, claro está, el trabajo manual no tenía esa condición de estigma de que se le dotará en otras zonas de menor número de nobles, muchos más pecheros y muchísimas más tierras propiedad de los grandes y títulos. En la Corona de Aragón, la pequeña nobleza está representada por los infanzones aragoneses y los cavallers catalanes, mientras que ricos hombres y magnates se sitúan en los escalones superiores.