Época: Siglo de Oro
Inicio: Año 1519
Fin: Año 1648

Antecedente:
Las artes en el Siglo de Oro

(C) Ricardo García Cárcel



Comentario

Fue Wölfflin el que estableció la confrontación de los principios básicos del arte barroco frente al clásico renacentista, sobre cinco pares de conceptos: lineal y pictórico; superficialidad y profundidad; forma cerrada y forma abierta; claridad y confusión; variedad y unidad. El primer concepto de cada pareja caracterizaría el clasicismo; el segundo, el barroco.
Hoy, esta tesis de oposición entre los dos estilos artísticos es poco admisible. La oposición es demasiado simple, excesivamente elemental, para explicar adecuadamente la complejidad estilística de la época. Conviene desprenderse del planteamiento simplista que considera que lo barroco es sólo lo desmesurado, lo confuso, etcétera. Valeriano Bozal centra el sentido básico de lo barroco en el concepto de contradicción. En todas las obras barrocas se da una contradicción, asumida, sin embargo, como coherencia, velada por la apariencia, que la oculta a primera vista.

Si la arquitectura clásico-renacentista se había caracterizado por la armonía constructiva, el barroco va a introducir dos principios: el dinamismo y la subordinación. Las partes no serán todas iguales, sino que se subordinan a una que parece asumir el poder de decisión u orientación, desequilibrando, al menos aparentemente, la composición clasicista.

En España la evolución del barroco será en un principio lenta, debido a la presencia e influencia de Herrera y sus discípulos. Se inicia con Juan Gómez de Mora (1556-1648), sobrino y seguidor de Francisco de Mora, que a los veinticinco años fue nombrado maestro de obras del Palacio Real de Madrid. A él se debe el convento de la Encarnación (Madrid, 1611-1616), y, sobre todo, su gran obra, la plaza mayor de Madrid (1617-1619), que se incendió en 1672 y 1790 y, fue reconstruida por Juan de Villanueva, pero de la que se conserva, como obra de aquél, la planta baja y los cimientos con cámaras abovedadas.

Pero el sentido decorativo del barroco -que dará paso al churrigueresco- es introducido por el arquitecto italiano Giovanni Battista Crescenzi, llamado a España para terminar El Escorial, especialmente la decoración del Panteón, y que iniciaría el hoy desaparecido Palacio del Buen Retiro, del que sólo se conserva el Casón, hoy sede del Museo del Arte Moderno. El paso del clasicismo al barroco se iniciará en Andalucía y Galicia alrededor de 1640, mientras que en el resto de España triunfará plenamente en 1660.

Alonso Cano construye la fachada de la catedral de Granada. En Sevilla trabajaron Leonardo de Figueroa y Manuel Ramos.

En Valencia ejerce su actividad Juan Bautista Pérez. En Zaragoza trabaja Francisco Herrera, a quien se debe el templo de Nuestra Señora del Pilar, si bien su proyecto fue muy transformado con el paso del tiempo.

La imaginería policromada, con sus imágenes torturadas denota un giro hacia una piedad exterior y gesticulante, una piedad que se manifiesta en los suntuosos actos públicos en que se han convertido las celebraciones religiosas, dejando éstas de ser un asunto individual para integrarse en la condición de espectáculo. Esta espectacularidad se centra en dos factores complementarios: el realismo y la expresión. El realismo hace de la estatuaria peninsular un muestrario de tipos cotidianos, en los que se recogen hasta los más pequeños detalles, recurriendo ocasionalmente a procedimientos técnicos de puro efecto (por ejemplo, los ojos o las lágrimas de cristal). Ahora bien, la expresión lo es todo para los tallistas y para los que contemplan sus imágenes: los sentimientos de Jesucristo, de su Madre, de los mismos sayones o verdugos, etcétera, deben apreciarse a simple vista.

La escuela vallisoletana había sido iniciada por Juni y Berruguete, si bien la figura más importante entre los que la integran es la del gallego Gregorio Hernández (o Fernández).

La multitudinaria aceptación de Hernández se debe a la simplicidad de sus planteamientos estéticos e ideológicos. El mundo queda dividido en dos sectores: buenos y malos; y unos y otros, tratados con un absoluto realismo y verosimilitud, permiten a los espectadores identificarse con el sufrimiento y odiar a los que lo producen.

La escultura andaluza se muestra al menos en un principio más ligada al mundo clásico del Renacimiento italiano, si bien pronto lo abandonará en pos de un mayor verismo. El foco principal es Sevilla, de cuya escuela se puede considerar iniciador a Juan Martínez Montañés. Montañés está, hasta cierto punto, en las antípodas de la escultura vallisoletana, pues huye de la exageración, del dinamismo, de la caricatura, y trata de hacer imágenes equilibradas y serenas.

Numerosos fueron los seguidores de Montañés: el cordobés Juan de Mesa, Pedro Roldán y Luisa Roldán, llamada La Roldana, hija del anterior.

Tras Montañés, los grandes artífices andaluces desarrollaron su arte en Granada: son Alonso Cano y Pedro de Mena. Alonso Cano introduce un barroquismo en la disposición de los motivos que le separa radicalmente del maestro Montañés. Los viajes y estancias de Cano en Madrid hicieron que su influencia sobre la escultura castellana fuera más considerable de lo que a la vista de sus obras cabía esperar. Discípulo suyo fue Pedro de Mena, muy relacionado con los círculos eclesiásticos. Sus figuras parecen prontas al éxtasis, los ojos elevados al cielo, con la mirada perdida, con cierto hieratismo.

La pintura barroca española da sus mejores frutos en el siglo XVII. La mayor parte de los pintores barrocos practicó el tenebrismo a lo largo de toda su vida o en los primeros momentos de su carrera. Este estilo dominó en España a partir de la obra de Francisco Ribalta y José de Ribera, quienes, especialmente este último, estuvieron en Italia en contacto con Caravaggio y los tenebristas napolitanos.

El tránsito del siglo XVI al XVII suele considerarse como una evolución del manierismo al naturalismo. El primero en iniciar el abandono del manierismo, aunque, naturalmente, con balbuceos y sin muchos seguidores, es Juan Fernández de Navarrete (hacia 1526-1579), llamado el Mudo por haber quedado sin habla a causa de una enfermedad de infancia. Navarrete es el más importante del grupo de pintores de El Escorial. Su mejor obra es El entierro de San Lorenzo (sala particular de El Escorial).

Los tres pintores que marcan la pauta de esta evolución fueron Juan de Roelas, Francisco de Herrera el Viejo y fray Juan Sánchez Cotán, los primeros de la escuela sevillana, y de la toledana el último. Tanto por sus temas como por el modo de pintar que más o menos tímidamente emprendían, anunciaban ya la nueva pintura.

El lugar y fecha de nacimiento de Francisco Ribalta es cuestión no completamente aclarada. Para unos fue Castellón en 1551, para otros Solsona en 1564. Como quiera que sea, lo decisivo es su formación, que realiza en fuentes italianas, bien a resultas de un viaje a Italia en el que no se sabe si conoció las pinturas de Caravaggio, bien a través de los pintores de El Escorial y, sobre todo, junto a Navarrete, al que recuerda en algunas obras como La Ultima Cena (Museo de Valencia).

Superior en calidad pictórica e influencia -a pesar de residir fuera de España la mayor parte de su vida- fue José de Ribera, lo Spagnoletto, como se le conocía en Italia. Estudió con Ribalta, pero siendo muy joven marchó a Italia y se estableció en Nápoles (1616), donde obtuvo la protección del duque de Osuna, virrey español, lo que le permitió fundar un taller y alcanzar gran popularidad, e incluso contribuir a la formación de la escuela pictórica napolitana. Decisivo para Ribera fue el contacto con la pintura de Caravaggio. La luz lo es todo, como se observa en obras tan destacables como la Crucifixión y el Martirio de San Bartolomé (Prado) de sus últimos años.