Comentario
Bajo el manto de la sociedad secreta de la masonería y con el apoyo económico de la burguesía, los militares encabezaron a lo largo de este periodo una serie de levantamientos destinados en último término a sustituir la Monarquía absoluta restaurada por Fernando VII en 1814, por una monarquía liberal basada en los principios de las reformas gaditanas. Son los primeros pronunciamientos que se producen en España y que tendrían -cada uno con sus propias variantes- una triste continuación a lo largo de toda nuestra historia contemporánea.
Todos estos pronunciamientos, que fueron estudiados en su día por José Luis Comellas, presentan una tipología muy parecida. Fueron levantamientos encabezados por militares de una graduación generalmente intermedia y con una finalidad política. No tuvieron repercusión popular a pesar de que el propósito de sus organizadores era el de arrastrar a la población una vez iniciado el levantamiento. Todas las intentonas pecaron, por ello, de ingenuidad, pero también de improvisación y de falta de organización. Además, en todas ellas se detecta ese aliento del Romanticismo que da a sus protagonistas un cierto carácter idealista. A pesar de su decidida fe en el triunfo, una de las características más acusadas de estos pronunciamientos es su sistemático fracaso.
El primero de los pronunciamientos contra el absolutismo fernandino lo protagonizó Espoz y Mina en Navarra en septiembre de 1814. El héroe guerrillero quiso tomar Pamplona para desde allí extender la bandera de la libertad a todas las provincias del reino. Al parecer, su descontento venía determinado por el hecho de no haber sido nombrado para un alto cargo militar, ya que aspiraba nada menos que a llegar a Virrey de Navarra. La noticia de la disolución de la guerrilla acrecentó su indignación, y de ahí que preparase el golpe de fuerza. Pero los hombres en quienes había confiado le fallaron en las mismas puertas de la ciudad. Mina pudo huir y refugiarse en Francia.
La segunda intentona fue encabezada por otro héroe de la Guerra de la Independencia, Juan Díaz Porlier, y tuvo lugar exactamente un año más tarde: en septiembre de 1815. Su propósito era el de levantar a La Coruña, ciudad en la que se presentó con un batallón de infantería para arrestar al capitán general y al gobernador. Sin embargo, la falta de apoyo en Madrid y en otras provincias hizo que cundiera el desánimo y el desconcierto entre los pronunciados. Fueron sus propios hombres quienes arrestaron a Porlier, junto con otros cabecillas del comercio, lo que indica claramente la participación de algunos burgueses en la trama de la conspiración. Porlier fue sentenciado a muerte y ejecutado, entre lágrimas y juramentos.
En 1816 se descubrió otra intentona, esta vez en la capital, para lograr que el rey jurara la Constitución. Su instigador era un antiguo militar de la guerrilla, Vicente Richart, que preparó una complicada trama para secuestrar a Fernando VII. Para evitar el descubrimiento de todos los implicados en el caso de que se produjese una delación, organizó una red en forma de triángulo, de tal manera que cada iniciado sólo podía conocer a otros dos conspiradores y no al resto. La conspiración del Triángulo, como se le conoce, se frustró también antes de alcanzar su objetivo, precisamente porque alguien denunció la conspiración. Aunque los objetivos precisos de estos liberales no pudieron desentrañarse del todo a pesar del largo proceso a que fueron sometidos los acusados, parece ser que no pretendían cometer un regicidio sino solamente utilizar al monarca como rehén para conseguir sus fines. Richart fue condenado a muerte en el juicio y ejecutado.
Al año siguiente, es decir en 1817, le tocó el turno a Barcelona, donde se produjo un pronunciamiento encabezado por el general Luis Lacy, y en el que al parecer había muchos paisanos implicados. La improvisación y la precipitación fueron las causas del fracaso de esta nueva intentona, y antes de que pudiese materializarse el levantamiento, Lacy fue apresado, juzgado y pasado por las armas.
Hubo algún otro intento aquel año de 1817, como el que fue descubierto en Murcia y en Granada y que fue protagonizado por Juan van Halen. Este curioso personaje, que tendría una vida aventurera, fue apresado y llevado a la cárcel de la Inquisición a Madrid, de donde finalmente pudo escapar. Sin embargo, más envergadura tuvo la trama conspiratoria que se organizó en 1819 en Valencia. Estuvo encabezada por el coronel Joaquín Vidal, quien consiguió iniciar a varios oficiales de la guarnición de la capital levantina. La intentona consistía en pronunciarse el día en que el general Elío iba a concurrir a una representación teatral, pero la muerte de la reina Isabel hizo que se suspendiera la función y los conjurados se vieron obligados a cambiar los planes. Advertido el propio Elío de lo que se tramaba, tomó la iniciativa y arrestó personalmente al coronel Vidal, quien cayó malherido al tratar de oponer resistencia. Fueron detenidos también otros implicados como Félix Bertrán de Lis y Diego María Calatrava y, como Vidal, fueron condenados a muerte y ejecutados el 22 de enero.
La suerte de estos primeros pronunciamientos fue, por consiguiente, muy escasa, por no decir absolutamente negada. Todos ellos fueron descubiertos y abortados antes de que pudiesen siquiera alcanzar esa fase en la que se pretendía hacer una llamada popular a la insurrección. Sus organizadores fueron apresados y la mayor parte ejecutados. Y en realidad, se puede decir que su fracaso fue más bien producto de la propia precariedad de la organización y de la debilidad de la trama interna que de la eficacia del aparato policial y represivo de la Monarquía absoluta. Sin embargo, son por otra parte la evidencia de que algo estaba bullendo y que a poco que se presentase una buena oportunidad o que las circunstancias ayudasen, los elementos de la oposición liberal estaban dispuestos a dar el golpe definitivo para restablecer la vigencia de la Constitución de 1812. Y la oportunidad se iba a presentar a comienzos de 1820.