Época: Final franquismo
Inicio: Año 1957
Fin: Año 1975

Antecedente:
La oposición democrática

(C) Abdón Mateos y Alvaro Soto



Comentario

Los primeros síntomas de los cambios sociales se produjeron desde 1956 con protestas universitarias y huelgas obreras todavía circunscritas, no obstante, a ciudades como Madrid o las áreas industriales y mineras del Norte y Noreste de España. Pero de estas luchas surgieron nuevos cuadros para la izquierda, la creación de nuevas formaciones antifranquistas y, sobre todo, el replanteamiento general de las políticas opositoras. Sin embargo, el número de activistas de la oposición clandestina durante este tránsito hacia los años sesenta estaba por debajo de los cinco millares de personas, una cifra muy modesta e inferior todavía a los organizados en el exilio.
A partir de los sucesos estudiantiles de febrero de 1956 aparecieron nuevos grupos políticos que nutrían sus filas entre los universitarios. El primero de ellos fue la Agrupación Socialista Universitaria (ASU), formación surgida inicialmente sin ningún vínculo con los partidos históricos de la izquierda. La ASU estaba integrada por estudiantes y licenciados universitarios de "buena familia", pertenecientes a las llamadas clases medias ilustradas e hijos, en su gran mayoría, de los vencedores en la Guerra Civil. Pero la afirmación principal de estos niños de la guerra y de la posguerra era precisamente que la guerra había acabado. Veían a los partidos de izquierda anquilosados en el pasado y aquejados de reformismo o, en otras palabras, poco revolucionarios. En definitiva, la ASU, como otros grupos surgidos poco después, pretendía refundar la izquierda en España con una ideología que mezclaba europeísmo y democracia con anticapitalismo.

Estos universitarios socialistas establecieron enseguida vínculos orgánicos con el PSOE, aunque alguno de sus miembros terminara derivando hacia el PCE o hacia el nuevo Frente de Liberación Popular (FLP). Sin embargo, las relaciones con la dirección socialista de Toulouse encabezada por Rodolfo Llopis no fueron nada fáciles. Diferencias políticas como el posibilismo monárquico o la unidad de acción con el PCE, por no hablar de las distancias geográficas, sociales y generacionales, llevaron a un desencuentro que aparentemente finalizaría en 1961 con la integración de una parte de la ASU en las Juventudes Socialistas. La ASU tuvo un relativo predominio en el movimiento estudiantil, impulsando todas las plataformas universitarias de oposición y participando en las elecciones a representantes del Sindicato Estudiantil Universitario (SEU). Esta implantación, junto a la política de unidad de acción con los comunistas y las relaciones con el PSOE en el exilio y diversas organizaciones internacionales, supuso que los militantes de la ASU fueran golpeados varias veces por la represión. No obstante, las condenas ya no tenían nada que ver con la que habían sufrido los opositores durante la inmediata posguerra.

Otra formación de parecidas características ideológicas a la ASU fue el Frente de Liberación Popular. Aunque su composición era sobre todo estudiantil, a partir de la llamada Nueva Izquierda Universitaria, tuvo un origen vinculado también a algunos intelectuales católicos progresistas como Julio Cerón. Los primeros "felipes", como en la jerga opositora se conocía a sus miembros, eran más tercermundistas que europeístas, mostraban mayor recelo que la ASU hacia los revisionistas partidos históricos de la izquierda, y defendían un mesianismo obrerista debido, quizá, a la pertenencia de parte de sus líderes a círculos católicos.

Aparte de su implicación en el movimiento estudiantil, la acción más sonada y bautismo de fuego del Frente fue la colaboración con el PCE en la huelga nacional pacífica de junio de 1959.

Otros grupos de la nueva izquierda, anticapitalista antes que antifranquista, surgidos al final de los años cincuenta procedían de medios nacionalistas y católicos. En Cataluña y en Valencia, además de la revitalización del Movimiento Socialista (MSC), surgieron diversas agrupaciones, pero lo más importante fue la protesta popular. Una de las acciones más sonadas fue protagonizada por Jordi Pujol en Barcelona. En el País Vasco y en Galicia los históricos partidos nacionalistas sufrieron diversas fracturas. Mientras que en la primera surgía ETA en 1959, en Galicia se constituyó al comenzar los años sesenta un partido socialista y una Unión del Pueblo Gallego.

Otro fenómeno especialmente significativo fue la formación de grupos clandestinos autodenominados sindicatos desde los movimientos especializados obreros de Acción Católica. A partir de la experiencia crecientemente reivindicativa de las Hermandades Obreras de Acción Católica (HOAC), Juventudes Obreras Católicas (JOC) y las Vanguardias Obreras de los jesuitas fueron constituidos diversas agrupaciones sindicales ilegales. Las más importantes fueron la Unión Sindical Obrera (USO), creada en 1960 y de ideología socialista autogestionaria, y la Acción Sindical de Trabajadores (AST), aparecida en 1963, que, en el transcurso de la década de los sesenta, terminaría derivando hacia el maoísmo. Estas dos organizaciones ilegales jugaron un notable papel en el desarrollo del movimiento de Comisiones Obreras.

El surgimiento de nuevos grupos opositores no se limitó al ámbito de lo que hemos denominado nueva izquierda sino que sectores democristianos y monárquico-liberales se aprestaron a constituir nuevas plataformas organizativas.

Los monárquicos liberales, encabezados por Joaquín Satrústegui, fundaron en 1959 la Unión Española en un hotel madrileño. Cercanas a ellos en el posibilismo monárquico se encontraban otras dos personalidades, Dionisio Ridruejo y Enrique Tierno Galván. El poeta falangista Ridruejo, alejado del régimen desde 1942, había virado hacia posiciones democráticas desde 1955, fundando una formación a medio camino entre posiciones liberales y socialdemócratas denominada Partido Social de Acción Democrática. Pretendía constituir un puente centrista entre la vieja oposición republicana y la nueva oposición moderada de significación monárquica. Su grupo fue pionero en el acercamiento a la dirección del PSOE en el exilio desde el verano de 1956. Aunque algunos de los miembros de Acción Democrática eran falangistas desencantados con el franquismo como Ridruejo, la mayoría eran jóvenes profesionales procedentes de las clases medias con formación universitaria.

Parecidos orígenes socio-generacionales tenían los miembros de la Asociación Funcionalista para la Unidad Europea del profesor de la Universidad de Salamanca, Enrique Tierno Galván. Sin embargo, Tierno Galván, conocido ya como el "viejo profesor" pese a su relativa juventud, no había pertenecido a los círculos falangistas sino que había sido un joven republicano con ciertas simpatías hacia los libertarios. Por aquel entonces el "viejo profesor" se definía vagamente socialdemócrata, europeísta, partidario de la monarquía como salida a la dictadura y, sobre todo, favorable al final de las actividades conspirativas clandestinas mediante una pedagogía que fuera creando en la sociedad española un estado de opinión democrático. Después de su accidentado paso por el PSOE, Tierno Galván terminaría denominando en 1968 al grupo de discípulos Partido Socialista en el Interior.

Por lo que se refiere a los demócratacristianos, en su mayoría acccidentalistas, aunque partidarios de don Juan como salida a la dictadura, y europeístas, sus cuadros se aglutinaron en torno a dos personalidades que procedían de los tiempos de la Segunda República, José María Gil Robles y Manuel Giménez Fernández. Los primeros constituyeron una Unión Demócrata Cristiana que, algún tiempo después, en 1963, pasó a denominarse Democracia Social Cristiana. Hacia 1958 surgió un grupo más activo, aglutinado en torno al catedrático de la Universidad de Sevilla, que se denominó Izquierda Demócrata Cristiana. La mayoría de sus miembros eran universitarios, colaboraban con el resto de las vanguardias en el movimiento estudiantil democrático y, desde sus comienzos, buscaron la colaboración de la oposición en el exilio, especialmente con el PSOE. De esta manera, los seguidores de Giménez Fernández negociaron un pacto denominado Unión de Fuerzas Democráticas con socialistas, republicanos liberales y nacionalistas vascos.

La familia democristiana tuvo una gran potencialidad hasta los años sesenta, aunque siempre estuvo recorrida por diversos personalismos, contradicciones y divisiones internas. Una parte de sus integrantes había colaborado con el Régimen (Ruiz Giménez, por ejemplo, fundó Cuadernos para el Diálogo en 1963 y dimitió de su puesto de procurador un año más tarde), o permanecían enquistados en la Administración. Por otro lado, la secularización de la sociedad española y la crisis de Acción Católica restaron posibilidades de futuro a esta opción política.

Mientras tanto, la "vieja oposición" democrática aglutinada por el PSOE en el exilio, recibió la emergencia de las protestas sociales como un símbolo del resquebrajamiento de los apoyos sociales a un régimen denominado por ellos franco-falangista. Era la señal para el final de la cura de aislamiento en la que se encontraban desde el fracaso del acuerdo con los monárquicos denominado Pacto de San Juan de Luz (1948).

Aislamiento que estuvo acompañado por la desaparición física de buena parte de las principales personalidades políticas del exilio al cumplirse veinte años desde la finalización de la guerra civil. Mientras, por ejemplo, el doctor Juan Negrín fallecía en 1956 y el nacionalista vasco Aguirre en 1960, dos años después las muertes de Martínez Barrio y de Indalecio Prieto, constituyeron todo un símbolo del agotamiento del exilio. Sin embargo, algunas formaciones como las socialistas y las anarcosindicalistas mantuvieron un funcionamiento regular de organizaciones democráticas de masas. Pero la persistencia de las divisiones internas, producto de las heridas de la guerra, confinaría progresivamente en el limbo político a familias como la libertaria y la republicana liberal.

La posición política de los socialistas se resumía en una fórmula pacífica para una futura transición a la democracia, un Gobierno provisional sin signo institucional definido que restaurara las libertades y convocara al pueblo para que decidiera entre las alternativas monárquica o republicana. En esa consulta, el PSOE defendería el voto republicano pero acataría la voluntad popular si el resultado era favorable a la monarquía representada por don Juan de Borbón.

En torno a esta solución intermedia, de accidentalismo democrático, el PSOE consiguió aglutinar en febrero de 1957 al conjunto de la oposición exiliada con la exclusión del partido comunista y la renuencia de los anarquistas más radicales. En una declaración conocida como los Acuerdos de París, la oposición democrática exiliada respondía a una propuesta de negociaciones de la nueva oposición moderada dentro de España favorable a la bandera de la monarquía. El accidentalismo democrático, aunque prorrepublicano, del exilio se contraponía así al posibilismo monárquico de las nuevas fuerzas democristianas, socialdemócratas y liberales del interior de España. En este sentido, los propios líderes socialistas de la clandestinidad, como Antonio Amat, Francisco Román, Ramón Rubial o Luis Martín Santos, pondrían en cuestión la oportunidad de la posición política del exilio.

Los siguientes diez años serían un continuo tejer y destejer de la oposición democrática en torno a la cuestión institucional. En ciertos momentos, pareció que algunos acuerdos como la Unión de Fuerzas Democráticas en 1961, a iniciativa del profesor Giménez Fernández, o un Frente Democrático en 1967, al que se sumaron Gil Robles y Ridruejo, iban a resolver definitivamente no sólo el problema institucional sino tener alguna efectividad en la coordinación de los esfuerzos opositores; pero estas plataformas se quedaron en el plano de las declaraciones simbólicas. Al menos en el ámbito de las vanguardias de la oposición quedó establecido un camino de reconciliación, de un futuro de convivencia gracias a la existencia de una común cultura política democrática.

El partido comunista inició, también, algunas transformaciones internas durante los años cincuenta. Era, en primer término, el final de la edad de hierro militar que el PCE había iniciado en la Guerra Civil. El estalinismo fue progresivamente arrinconado mediante un tortuoso proceso de democratización que, sin embargo, no se completaría hasta la transición a la democracia. El ascenso a la dirección partidaria de la generación de jóvenes de la guerra, encabezada por Santiago Carrillo, estuvo acompañado de la formulación de la política de reconciliación nacional. El dilema político era dictadura o democracia, más que monarquía o república, y sobre esa alternativa había que aglutinar a la oposición en un frente antifranquista que fuera capaz de levantar al país en una Huelga General Política. La realidad en la que se encontraban los comunistas era mucho más modesta. Continuaron siendo los apestados del exilio y los movimientos sociales de masas no pasaban, al comenzar los años sesenta, de unas menguadas vanguardias. Pese a ello, en medios universitarios e intelectuales el PCE logró los primeros pasos de una política que, con el transcurso de los años sesenta, le permitió salir del agujero del aislamiento de la posguerra.