Época:
Inicio: Año 312
Fin: Año 337

Antecedente:
Bajo Imperio



Comentario

La batalla decisiva que había acabado con Majencio fue librada por Constantino en un lugar próximo a Roma llamado Saxa Rubra: fue la famosa batalla del Puente Milvio, en la que el derrumbamiento del puente hizo que pereciera gran parte del ejército enemigo, entre ellos el propio Majencio. Poco antes Constantino había difundido la nueva visión sobrenatural que presagiaba su misión carismática. La visión consistía en un signo que tal vez fuese el monograma cristiano llamado labarum y le prometía la victoria. Al margen de que está justificado desconfiar de visiones sobrenaturales, el acontecimiento es además descrito en las dos fuentes (Eusebio y Lactancio) que lo señalan de forma confusa y distorsionada. Si se trató de un sueño habido la noche anterior (como indica Lactancio), no parece posible que al día siguiente todos los soldados tuviesen el signo en cuestión grabado en sus escudos, como el propio Lactancio asegura.
En el 312 Constantino se convirtió en el único emperador de Occidente, ya que Licinio había decidido asentar su poder en Oriente y había logrado derrotar a Maximino Daza en la batalla del Campus Ergenus, en Tracia, en la que Maximino pereció. Constantino se proclamó Maximo Augusto y las primeras medidas que adoptó, tras su entrada en Roma, fueron: la disolución de la guardia pretoriana, el refuerzo de sus relaciones con Licinio (que se casó en Milán con la hermana de Constantino) y la promulgación en Occidente de la libertad religiosa, con la restitución a los cristianos de los bienes que les hubieran sido confiscados durante la persecución de Diocleciano. Esta disposición ha sido mal llamada el Edicto de Milán, pues el único edicto que se conoce es el que Licinio promulgó en Nicomedia en el 313, aunque en él se hace constar el acuerdo de los dos emperadores. La razón que, en nuestra opinión, explica esta errónea consideración de atribuir el Edicto exclusivamente a Constantino, que sólo es mencionado por Eusebio de Cesarea en su "Historia Eclesiástica", es que cuando Eusebio terminó su obra en el 324, se había producido la derrota de Licinio por Constantino, al que aplicó la damnatio memoriae (la entrega al olvido con la prohibición de cualquier representación o mención de Licinio), razón por la cual Eusebio se dedica a traspasar a Constantino todos los honores, incluso los que en la obra inicial estaban en el haber de Licinio.

La concordia entre los dos emperadores fue muy corta. Generalmente los historiadores aceptan que la causa de las fricciones surgidas entre ambos emperadores fueron las divergencias religiosas. Pero ni el grado de compromiso de Constantino con la iglesia católica en esta época, ni el nivel de enfrentamiento de Licinio con la misma eran tan manifiestos que puedan servir de explicación convincente. La apologética cristiana, ya desde la misma época de Constantino, ha tendido a teñir de religiosidad cualquier actitud o comportamiento político tanto de Constantino como de todos los demás emperadores: la batalla de Puente Milvio seria el triunfo de las fuerzas divinas del bien sobre las fuerzas del mal (encarnadas en Majencio); Galerio cayó enfermo con dolores tremendos a causa de su anti-cristianismo; el pagano Juliano fue derrotado y muerto frente a los persas por las mismas razones; las victorias de Constantino sobre Licinio tienen la misma interpretación, así pues, para justificarlo hay que presentar a un Constantino defensor de los cristianos y a un Licinio enemigo de los mismos. En nuestra opinión la actitud de hostilidad que Licinio adoptó hacia la Iglesia en sus últimos años fue la consecuencia y no la causa de otro tipo de diferencias entre los dos emperadores, como por ejemplo el hecho de que la idea de la reunificación del Imperio bajo un solo mando estuviese presente en los planes de uno o de ambos emperadores. Así parece demostrarlo el asunto de Bassianus. Éste había sido elegido césar conjuntamente por los dos emperadores y le destinaron los territorios limítrofes entre ambas partes del Imperio. Al parecer Bassianus, por instigación de Licinio, había preparado un complot destinado a asesinar a Constantino. Éste sería el factor evidente que condujo a la primera batalla entre Licinio y Constantino y a la victoria del último en Cibalae, Panonia, en el 314. Desde entonces y hasta el año 324, en el que resurgieron los enfrentamientos, el Imperio fue una especie de confederación mal avenida, con escasa cohesión, a pesar de las muchas analogías que se encuentran en las gestiones de uno y otro emperadores.

La siguiente batalla entre Licinio y Constantino de nuevo nos es presentada, por los autores cristianos de la época, como una guerra de religión. El propio Constantino hizo saber de otro prodigio sobrenatural que le había acontecido: había descubierto entre sus tropas a un contingente de ángeles bien pertrechados para el combate, que habían venido para ayudarle a alcanzar la victoria. Ciertamente la logró, primero en Andrinópolis y a continuación en Chrysópolis. En esta segunda batalla fue decisiva la flota constantiniana, que estaba dirigida por su hijo mayor, Crispo. Licinio se rindió y poco tiempo después fue asesinado. Así, en el 324 Constantino reunificó de nuevo el Imperio después de cuarenta años de haber estado dividido.

Constantino asoció a tres de sus hijos al imperio designándoles césares: Constantino II, Constancio II y Constante. También nombró César a su nieto Dalmacio y Hanibaliano, hermano de este último, obtuvo el singular título de rey de reyes de las naciones pónticas. El proyecto de Constantino de reparto del Imperio era exclusivamente administrativo. El mayor de sus hijos, Constantino II, seria el destinado a mantener a los otros tres supeditados a su voluntad, es decir, a ocupar el lugar predominante que el propio Constantino poseía entonces respecto a sus hijos césares. En la tetrarquía los césares ocupaban una posición de mayor independencia respecto a sus augustos, pero los hijos de Constantino estaban por completo sometidos políticamente a su padre. Así describe Eusebio de Cesárea esta sumisión: "Nuestro rey, como la luz del sol por sus destellos ilumina a través de sus rayos que son los césares...".

Una de las medidas que marcaron más profundamente la nueva etapa constantiniana fue el traslado de la capitalidad del Imperio a la antigua ciudad de Bizancio, reconstruida y enormemente ampliada por decisión del emperador. Ésta, desde el 8 de noviembre del 324 (fecha de su inauguración) pasó a llamarse Constantinopla o ciudad de Constantino. Esta decisión trasladó de forma definitiva el eje político del imperio hacia Oriente.