Época: Transición
Inicio: Año 1976
Fin: Año 1977

Antecedente:
La reforma se hace realidad

(C) Javier Tussell



Comentario

Julián Marías, que tuvo una gran influencia durante la transición a la democracia, escribió que en esos meses "España había sido devuelta a los españoles". Sin duda la fecha de esta devolución sería la de las elecciones constituyentes, el día 15 de junio de 1977. La entrega a los españoles de su propio destino había comenzado el verano de 1976 con el proceso de liberalización, pero España no llegó a ser una democracia hasta ese día.
La campaña electoral acercó poco a poco los deseos de la población a los partidos políticos presentes sobre la arena electoral. Los españoles, en los meses de su emergente libertad, estaban interesados en la resolución de los problemas prácticos, como, por ejemplo el paro, y no tenían ningún deseo de volver la vista sobre el pasado. Querían otorgar su voto a partidos y no sólo a personalidades, aunque éstas se identificaran previamente con una sigla.

Los días finales de la campaña electoral influyeron de una manera decidida en los resultados electorales. El PSOE fue quien dio una mayor sensación de dinamismo y de capacidad técnica y organizativa, por lo que sus expectativas de voto crecieron mucho. Por el contrario, la UCD apenas hizo campaña, además de que la formación de sus candidaturas se caracterizó por un proceso larguísimo. Por un momento el día de las elecciones hubo la sensación de que ganaba el PSOE. Todavía hubo otras campañas electorales más erradas. La Democracia Cristiana que no se integró en la candidatura centrista pareció haber pensado que, por el hecho de disponer de esta sigla, podía esperar unos excelentes resultados. También se equivocó Alianza Popular, que obtuvo grandes llenos en sus mítines pero que parecía creer que España estaba compuesta exclusivamente por el tipo de gente que acudía a ellos.

Para lo que había sido habitual en la historia española hubo una alta participación electoral: el 78%. Unión de Centro Democrático consiguió en torno al 34% de los votos emitidos y 165 diputados, lo que le convertía en la mayor minoría parlamentaria aunque se quedaba muy lejos de la mayoría absoluta. El PSOE obtuvo el 29% de los votos y un total de 118 diputados, lo que le situó de manera clara como segundo grupo político nacional. A mucha distancia de las dos primeras fuerzas políticas, quedó el PCE que obtuvo veinte escaños y Alianza Popular con dieciséis escaños. El Partido Socialista Popular de Enrique Tierno Galván tan sólo obtuvo seis diputados y la Democracia Cristiana no alcanzó, excepto en Cataluña, otra representación que un reducido número de senadores. Los partidos nacionalistas lograron una veintena de puestos en el Congreso (trece catalanes, en dos coaliciones distintas, y ocho del PNV).

Gracias a las peculiaridades del sistema electoral, que en el Senado era mayoritario, la distancia entre UCD y el PSOE fue mayor en la Cámara alta, 106 puestos frente a 35, pero, aun así, estaba lejos de la mayoría absoluta. Los socialistas habían patrocinado candidaturas con grupos de centro opuestos a UCD, que multiplicaban su identificación con la oposición al franquismo. Como estaba previsto en la Ley de Reforma Política, el Rey nombró a un grupo de senadores, entre los que figuraron algunos destacados intelectuales y personas bien conocidas, cuyos puntos de vista eran representativos de un laudable pluralismo.

Para interpretar estos resultados electorales es preciso tener en cuenta la tradición electoral histórica española. Puede afirmarse en términos generales que aquellas regiones que durante la Segunda República votaron a la izquierda ahora lo siguieron haciendo a favor del PSOE y PCE; en cambio, las votaciones más altas de AP y UCD fueron conseguidas en aquellas zonas que en los años treinta tenían un predominio del centro y la derecha. Estas permanencias suelen ser habituales en todas las latitudes, incluso en períodos muy largos de tiempo. Pero tampoco deben exagerarse estas muestras de perduración de la tradición electoral española, ya que también hay otros testimonios de discontinuidad. El cambio más significativo se aprecia en el caso del PCE, cuyo centro de gravedad se trasladó desde el trípode en que tenía su mayor implantación en los años treinta (País Vasco, Madrid y Asturias) hacia el Sur y el Este, es decir hacia Andalucía y el litoral mediterráneo. En efecto, el partido comunista logró sus mejores resultados en Barcelona y, en general, en Cataluña.

También resulta muy interesante la comparación del voto con las coordenadas de carácter socioeconómico. La UCD obtuvo un apoyo preferencial entre las clases medias urbanas y en las zonas rurales; en cambio, el PSOE lo consiguió de manera más destacada en los núcleos urbanos e industriales y entre los jóvenes y los parados. Existió también una marcada correlación entre el voto comunista y los obreros industriales y entre quienes habían votado no en el referéndum y el voto de Alianza Popular.

El resultado de las elecciones diseñó un sistema de partidos políticos en España que cambió bastante menos de lo que en principio pueda pensarse, a pesar de los supuestos vuelcos electorales posteriores. De ninguna manera se podía hablar de un sistema de partidos basado en la hegemonía de uno solo. Eso nunca fue verdad respecto a UCD, tardaría en serlo respecto al PSOE y, además, se debió a circunstancias que más adelante serán detalladas. El sistema de partidos no puede ser calificado de bipartidista en el estricto sentido del término. En el año 1977, UCD y el PSOE podían tener el 86% de los escaños, pero sin embargo no llegaban al 63% de los votos. Pero mientras que durante la Segunda República los sectores de centro tendieron a bascular hacia los extremos, cuatro décadas después la actitud de la sociedad española impulsaba a una lucha por el centro del espectro político. Hay que tener en cuenta que a la tradicional división entre derecha e izquierda se debe sumar la derivada de la influencia nacionalista en Cataluña y el País Vasco, que contribuye a aumentar la complicación del sistema.

La caracterización del sistema de partidos español reviste un interés más allá de la coyuntura de 1977, pero empieza por servir para explicar la situación política y su evolución en los meses posteriores a las elecciones de junio. Con los resultados que se produjeron en esa fecha, la UCD no tenía la fuerza suficiente para gobernar con holgura, pero tampoco podía aliarse con el PSOE, porque entre los electorados de ambas formaciones existía una diferencia bastante sustancial, ni con Alianza Popular, ya que le daría un tinte demasiado derechista en el momento de elaborar la Constitución. En definitiva, el sistema de partidos imponía un Gobierno monocolor minoritario y, por lo tanto, débil, abocado a una necesaria concurrencia de criterios con otras fuerzas políticas. Esa actitud de consenso resultaba muy positiva teniendo en cuenta las circunstancias, es decir, la inminencia de la elaboración de una Constitución.

El día 15 de junio de 1977 fue un hito histórico en la vida española. En esa fecha, el pueblo español decidió con su voto, de manera definitiva, la contraposición entre reforma y ruptura que había presidido la vida política a lo largo de los meses precedentes. Su veredicto no había sido a favor de una u otra fórmula sino a favor del procedimiento reformista pero expresando al mismo tiempo un profundo deseo de transformación del cual era la mejor expresión la magnitud conseguida por el voto socialista.