Época: Barroco Español
Inicio: Año 1600
Fin: Año 1750

Antecedente:
El Barroco efímero

(C) Virginia Soto Caba



Comentario

Pero si hay que destacar un artista de primera fila es inevitable mencionar a Rubens como responsable del diseño de la entrada del Cardenal-Infante en Amberes (1635). Se trata del festejo que la ciudad celebró con motivo de la llegada de don Fernando de Austria como gobernador de los Países Bajos, una de las pompas más célebres del siglo cuyas arquitecturas, difundidas por los grabados de la "Relación" editada, tuvieron una repercusión trascendental no sólo en España, sino en toda Europa. Fueron sobre todo los arcos triunfales los elementos que promovieron la exuberancia decorativa del lenguaje arquitectónico de lo efímero, los modelos fantásticos, derivados de tratados manieristas del ámbito flamenco, y la columna salomónica.
El mismo Velázquez, aposentador mayor de palacio y encargado, por tanto, del avituallamiento palatino, se ocupó de la decoración del palacete donde tendrían lugar los esponsales de la infanta María Teresa y el futuro Luis XIV. El acto en sí, de gran trascendencia política y diplomática, entre otros motivos porque se firmaba la paz con Francia, contaba con un importante precedente: los dobles esponsales que, en 1615, tuvieron lugar en el río Bidasoa, en la denominada Isla de los Faisanes, para concertar el intercambio matrimonial entre la infanta Ana de Austria, prometida a Luis XIII, e Isabel de Borbón, esposa de Felipe IV. Las efemérides nupciales volvieron a repetirse durante el reinado de este último monarca. La crónica fue realizada por Leonardo del Castillo en el "Viaje del Rey N.S.D. Phelipe IV a la frontera de Francia", publicado en 1667 y que incluye una lámina grabada que muestra en perspectiva este enclave fronterizo, la isla y el momento en que los séquitos respectivos llegan en carrozas y galerías.

Tras esta clase de pactos y entregas, otra ceremonia le seguía: la entrada de la reina consorte en la Corte, bien conocida desde el siglo XVI, cuando entraron Isabel de Valois, camino de Toledo, y Ana de Austria, una vez que la capitalidad del reino se estableció en Madrid. Entre las transformaciones urbanas que originaron las fiestas fue, desde luego, la entrada triunfal de reyes o consortes la ceremonia que presentó las tipologías efímeras más variadas y el sentido mutante más acusado.

Como ocurrirá en otro tipo de celebraciones, como las religiosas, el trayecto de estas entradas quedaba delineado por la morfología urbanística y, en el caso de Madrid, se mantendrá con escasos cambios durante el período barroco, recorrido fijado ya en la entrada de Mariana de Austria en 1649. Los cambios y alteraciones del trayecto urbanístico deben ser comprendidos dentro de un fenómeno casi geográfico en el que incide la importancia o el énfasis de unas calles o barrios sobre otros.

La entrada de las respectivas esposas de Carlos II en Madrid deben ser subrayadas por el grado de fantasía y creatividad que se consigue en las producciones efímeras. Resulta curioso que el brillo de los festejos palatinos del reinado anterior se apague con el último monarca austriaco, cuando su corte fue pródiga en celebraciones y el momento crucial del ingenio artístico del Barroco Efímero.

Los efectos escenográficos en el entramado urbano madrileño llegaron a culminar con la entrada de María Luisa de Orleans en 1680. Además de los arcos triunfales y templetes, destacaron aquellas estructuras que funcionaban como pantallas, disfrazaban la arquitectura real y delimitaban el trayecto regio. Se trata de tribunas, gradas y galerías de arcos o loggias que revisten plazas y calles, acotan espacios festivos del recorrido y soportan el programa figurativo de la exaltación, un programa que cada vez resulta más comprensible, por la incorporación de imágenes alegóricas en detrimento de los intrincados emblemas de la centuria anterior.

Claudio Coello, el principal artífice de esta entrada, fue el autor de la Galería de Reinos instalada en la calle del Retiro, una sucesión de nichos entre pilares, con figuras escultóricas que representaban el vasallaje de los distintos reinos de la monarquía a la nueva soberana. Entre estas imágenes aparecían perspectivas de jardines con fuentes, ambientaciones típicas de la fiesta al igual que los Parnasos, maquinarias alegóricas pintadas que simulaban una especie de monte con vegetación natural y riachuelos de cristal y en el que dioses y musas acompañaban una nutrida representación de literatos y artistas españoles.

La muerte de esta reina en 1689 originó en Madrid otro fasto sin igual con la pompa fúnebre de la iglesia del convento de La Encarnación. El catafalco, aparato efímero imprescindible en la celebración de las honras por reyes y reinas, tuvo en la organización de la ceremonia un hecho interesante que demuestra hasta qué punto la arquitectura provisional estuvo altamente considerada. La Corte promovió un concurso de diseños o trazas para el túmulo, al que se presentaron los mejores artistas que en aquel momento trabajaban en Madrid. El ganador, un joven desconocido con el nombre de José Benito de Churriguera, saltó a la fama de inmediato. Su proyecto contó con las alabanzas de cronistas coetáneos y, sobre todo, con el afán y el interés del público por admirar la obra. De siempre la muerte de los reyes y su pompa fueron uno de los espectáculos preferidos por el pueblo.

El túmulo de 1689 abrió paso a un modelo que repercutió en posteriores ceremonias, encontrando sus ecos en los catafalcos erigidos en Madrid durante el primer tercio del siglo XVIII. Habrá que esperar a un italiano, Juan Bautista Saquetti, para encontrar un planteamiento de estructura funeraria alejada del barroquismo hispano y del carácter retablístico del túmulo de Churriguera.