Comentario
La historia del establecimiento de formas estatales romano-germánicas en la península italiana es más compleja que en otras partes del antiguo Occidente romano. A ello contribuirían diversos factores. En primer lugar, en Italia sobrevivió durante más tiempo el gobierno imperial, y con él una poderosa nobleza senatorial, orgullosa y concienciada de sus orígenes, de su superioridad cultural y de un cierto exclusivismo político. Además, el prestigio de la antigua cuna del Imperio, su cercanía a Constantinopla y la existencia de esa nobleza senatorial romana incitaron y permitieron la llamada Reconquista de Justiniano. Pero en segundo lugar Italia constituía un territorio fronterizo por sus pasos alpinos con tierras bárbaras donde todavía en el siglo V y en el VI no se había ultimado una coagulación estatal que impidiera la existencia de procesos migratorios como los de finales del IV y principios del V. Fruto de lo cual sería la tardía invasión longobarda. En fin, anteriores pero también exacerbadas por estos dos últimos hechos -conquista bizantina y longobarda- serían las claras diferencias entre la Italia septentrional, y la meridional, tanto por motivos socioeconómicos como sociopolíticos, bien reflejada en la división tardorromana de Italia en dos diócesis, la Annonaria y la Suburcaria.
La desintegración del Imperio de los hunos a la muerte de Atila supuso la liberación de una serie de grupos étnicos que habían formado parte del mismo. Entre ellos se encontraba un importante grupo de ostrogodos bajo el liderazgo de miembros del linaje real de los Amalos, y que se encontraba asentado en Panonia. A partir del 455 este grupo gótico, en busca de un poder militar al que servir, entró en contacto con el gobierno de Constantinopla bajo el liderazgo de Valamer. Como consecuencia del mismo un hijo de Valamer, Teodorico, fue enviado a la corte imperial como rehén. Lo que sin duda sirvió al joven príncipe godo de escuela política y de comprobación de los mecanismos administrativos e ideológicos en que se sustentaba el Imperio. En el 473 se restablecería el foedus, pero ya con el liderazgo godo de Teodorico, que alcanzó el generalato imperial. Entre el 475 y el 488 Teodorico y sus godos repetirían la historia de sus primos visigodos hacía casi un siglo: momentos de alianza y entrega de títulos y cargos imperiales a Teodorico, con razzias y presiones de éste, que mientras tanto culminaba la etnogénesis Amala de los ostrogodos anexionándose otros grupos menores de godos comandados por rivales suyos. Sería entonces cuando el emperador Zenón ofreció a Teodorico un pacto: la legitimación imperial de su posible conquista de Italia, tras la derrota de Odoacro, donde podría reinar sobre sus godos con el titulo de rey y ejercer la autoridad imperial delegada sobre los provinciales. Habiendo reunido un ejército nucleado con sus ostrogodos, pero también compuesto de otros elementos bárbaros, Teodorico lograría entre el 489 y el 493 la conquista de toda Italia, derrotando y dando muerte a Odoacro, con cuyo linaje su familia mantenía una vieja "Faida" o venganza de sangre de tradición germánica.
El reinado de Teodorico el Amalo (493-526) puede subdividirse en dos fases bien distintas. La primera fue de ascenso irresistible, consiguiendo un gobierno de amplio consenso sociopolítico en Italia y una clara hegemonía en el concierto de los otros Estados romano-germánicos occidentales. La segunda significó el principio de la quiebra del primer fenómeno, lo que puso al descubierto las debilidades del edificio estatal levantado por Teodorico y el comienzo del derrumbe de su posición exterior. La base sociopolítica del reinado de Teodorico no fue otra que la de la entente y colaboración con la poderosa aristocracia senatorial romano-itálica y con la jerarquía católica; lo que se expresó en el dominio ejercido sobre la administración civil del Reino por miembros de esa clase senatorial como Liberio y, muy en especial, Casiodoro. A cambio de ello Teodorico mantuvo y restauró la estructura político-administrativa imperial de Italia y de las provincias exteriores -Provenza, Savia, Dalmacia y parte del Nórico-; lo que le permitió llevar a cabo un sistema de avituallamiento y paga de su ejército bárbaro no muy gravoso para los intereses de esos grupos nobiliarios. Dicho sistema consistió en la asignación a algunos grupos nobiliarios godos de un tercio de las rentas fiscales y dominicales de algunas fincas; y en la apropiación por el fisco real de Teodorico de un tercio de dichos ingresos fiscales y rentas de otras propiedades no asignadas nominalmente a un godo. Con ello Teodorico consiguió mantener el grueso del ejército ostrogodo acuartelado en las ciudades, con menores posibilidades de actos de pillaje sobre la población civil romana. En el exterior Teodorico supo utilizar hábilmente ante los otros reyes y príncipes el prestigio de su Reino de Italia de tradición imperial y la brillantez cultural latina de su Corte, pero también el prestigio de su linaje amalo, que una hábil manipulación dinástica convirtió en monopolio de su familia. Sin duda esta política de prestigio se basaba en la fuerza militar que representaba su doble corona sobre los visigodos y los ostrogodos, pueblos ambos que él pretendió unificar en un nuevo proceso de etnogénesis, proponiendo que a su muerte reinase sobre ambos su yerno Eutarico, un amalo emparentado con el prestigioso linaje visigodo de los baltos.
La muerte de Eutarico algún tiempo antes de la de su suegro señaló el fracaso de esta unión goda. Pero algún tiempo antes, en el 523, había hecho agua la entente y colaboración de Teodorico con la nobleza itálica y la Iglesia católica. Sin duda causa principal de ello sería la tendencia más realista, por tanto más gótica y autoritaria, menos respetuosa para el cogobierno con el Senado y el prestigio de lo romano, del monarca ostrogodo. Naturalmente, el conflicto se manifestó de manera principal en un choque con la poderosa Iglesia católica, claro portavoz de la romanidad y de lo senatorial. La retirada de Casiodoro de la política y la muerte en prisión del senador y filósofo Boecio fueron los síntomas del final de una política. En el exterior, la posición de Teodorico se debilitaba con los avances francos en Germania y con la cada vez mayor injerencia e interés de la política constantinopolitana en los asuntos itálicos.
La situación exterior ciertamente evolucionaría a peor tras la muerte de Teodorico y durante los años de reinado del joven Atalarico (526-534), que gobernó bajo la regencia de su madre Amalasvinta. Separada del Reino visigodo y presionada cada vez más por la progresión franca, la Monarquía ostrogoda pasó a depender más y más del apoyo y beneplácito del emperador Justiniano. La muerte de Atalarico sin hijos y el lógico estallido de una crisis dinástica ofreció al gobierno de Constantinopla, recién destructor de los vándalos, la ocasión para intervenir militarmente, con el declarado propósito de restaurar el poder imperial en Italia. Aunque el Estado creado por Teodorico se desintegró o se puso al servicio del Imperio, la fortaleza del ejército godo toleraría resistir una larga y cruelísima guerra hasta el 553.
La guerra gótica trajo consecuencias muy graves y duraderas para la historia de Italia. Una de ellas fue la restauración de un gobierno imperial con centro en Constantinopla. Ello sería el origen de una Italia bizantina en el sur y en zonas dispersas del litoral, como la futura Venecia, que duraría hasta tiempos avanzados de la Alta Edad Media. Una buena parte de sus problemas y destinos tendrían a partir de entonces más que ver con los balcánicos y bizantinos que con los propios del Occidente latino. Pero otra consecuencia muy importante fueron los trastornos que en la demografía, el hábitat y la agricultura italiana tuvo la larga guerra gótica. En especial cabe destacar cómo en el transcurso de ella bastantes miembros de la nobleza senatorial italiana murieron, y otros muchos perdieron sus bases sociales y económicas de poder. La desaparición de la hegemonía sociopolítica de dicha nobleza senatorial en amplias regiones italianas exigió la reconstrucción de los agrupamientos sociales verticales bajo nuevas élites, tanto en la Italia bizantina como en la que en poco tiempo dejaría de serlo. La tercera y última consecuencia sería la invasión de los longobardos, cuya consolidación no sólo se explica por las debilidades militares del Imperio, sitio también por la existencia de esa misma desestructuración sociopolítica.
Con un núcleo étnico (Stamm) originado en el curso del Elba inferior, la etnogénesis histórica de los longobardos se produjo en la primera mitad del siglo V en Panonia. Allí habían aglutinado otros restos de pueblos bárbaros o fragmentos de la explosión del Imperio de Atila, convirtiéndose en lo fundamental en jinetes seminómadas. Sería allí donde entrarían en contacto con el Imperio romanobizantino, bien por contactos comerciales bien sirviendo en el ejército encuadrados en los séquitos de sus nobles, mientras que la adopción del Cristianismo en su versión arriana les dotaría de identidad étnica germánica y de una estructura jerárquica más centralizada, todo ello al servicio de una reciente Monarquía militar fundada por Waco (hacia 510-540).
La invasión de los longobardos en Italia sería en gran parte provocada por el propio Justiniano que los utilizó en la fase final de la guerra contra los ostrogodos. Dificultades surgidas con Constantinopla y, sobre todo, la presión de los ávaros decidieron al rey longobardo Alboíno (568-572) a marchar con su pueblo de Panonia e invadir Italia. La penetración se hizo por el Friul, constituyendo el ultimo ejemplo de gran migración germánica nucleada en torno a una Monarquía militar étnica, pues en la expedición se incluían elementos populares diversos (gépidos, búlgaros, sármatas, panonios, suevos, nóricos) enmarcados en grupos nobiliarios con sus séquitos armados (fara). La conquista de Aquileya, el 20 de mayo del 568, convirtió de un solo golpe a Alboíno y sus longobardos en dueños de gran parte de la rica llanura del Po, que se culminó con la caída de la plaza fuerte de Pavía en el 572, donde Alboíno establecería la capital de su reino.
Lo reciente de la etnogénesis longobarda y lo heterogéneo de su Monarquía militar no eran los factores mas apropiados para establecer un Estado centralizado. Pasada la necesidad de un esfuerzo bélico conjunto frente a un ejército de campaña imperial, la existencia de numerosos islotes y plazas fuertes imperiales, las perspectivas de botín en expediciones militares hacia el sur, y la consolidación de los grupos nobiliarios como consecuencia del asentamiento de sus séquitos con la conquista, produjeron un rapidísimo proceso centrífugo. Tras el asesinato en el 572 de Alboíno habría sucedido un periodo de diez años en los que la unidad longobarda se basaría en la hostilidad común al Imperio, más que en la unidad de acción de treinta y cinco grupos populares longobardos, encuadrados nobiliariamente por otros tantos duques. Pues durante diez años los longobardos carecerían de rey, fueran ayudadas las tendencias centrífugas por las intrigas bizantinas o por la inexistencia de un candidato aceptable dentro de la familia de Alboíno.
Sin embargo, estos diez años debieron ser fundamentales para la definitiva consolidación del poder longobardo. En ellos culminaría la expansión por Italia. Con su avance por las vías Emilia y Flaminia los longobardos sentarían las bases de sus grandes ducados de Espoleto y Benevento, en la Italia central y meridional. Con ello Italia se convirtió en un complejo mosaico de territorios bizantinos y longobardos, que además de servir para crear un estado permanente de situación fronteriza serviría para una más rápida ósmosis entra romano-bizantinos y longobardos. Sería entonces cuando se llevase a cabo el asentamiento de los longobardos, reforzando el poder de sus duques y demás elementos de la nobleza. Éstos se harían con las propiedades de algunos miembros de la nobleza senatorial romana, que habrían fallecido en ha lucha o sido asesinados, mientras que el resto se vería obligado a pagar aparte de sus tradicionales impuestos y rentas dominicales a un determinado grupo militar longobardo, dependiente de la autoridad ducal.
En el 584 el peligro de una intervención franca en colisión con una renovada presión militar bizantina forzaría a los duques a recrear de nuevo el poder central de la Monarquía para lo que cederían la mitad de sus rentas, eligiendo como rey a Autarito, hijo del ultimo rey, Clefo (572-573). El reinado de Autalito (584-590) significaría ciertamente una refundación del Reino longobardo. Y ello no sólo porque supo frenar nuevos intentos de invasión franca, sino por su alianza familiar con la casa de los Agilolfingos de Baviera. Mediante su matrimonio con la bávara Teodolinda, la dinastía de Autarito legitimaba su posición entroncando con el linaje del primer rey Waco. Por medio de su matrimonio con Agilulfo (590-616) en descendencia directa, como Adaloaldo (616-626), o mediante alianzas matrimoniales de su hija Gundiperga -Arioaldo (624-636), Rotario (636-652) y Rodoaldo (652-653)-, o a través de los descendientes de su hermano Gundoaldo -Ariperto (653-661), Perctarito (661-662 y 671-688), Godeperto (661-662), Grimoaldo (662-671), Cunincperto (689-700), Raginperto, Liutperto y Ariperto (701-712)- la casa de Teodolinda reinaría sobre los destinos longobardos hasta la crisis dinástica del 712.
De esta larga serie de reinados destacarían ciertamente los de Agilulfo, Rotario y Grimoaldo. Agilulfo consolidó y expansionó los dominios longobardos aprovechando las crecientes dificultades de los bizantinos en Oriente y los Balcanes y utilizando la presión y peligro de los ávaros sobre aquellos y los francos, aunque fracasaría en su intento de tomar Roma (593). Por su parte, Rotario fue responsable de la publicación de un código legal, "El edicto de Rotario", de carácter territorial, que es prueba de la homogeneidad social y cultural alcanzada entonces por el Reino longobardo y de la importancia de los influjos bizantinos en el mismo. Por su parte, el anterior duque de Benevento, Grimoaldo, supo defenderse con éxito de una invasión franca desde Provenza, de otra de los ávaros por el Friul, y del serio intento de reconquista bizantina de Italia protagonizada por el emperador Constante II.
Teodolinda nos introduce también en otra de las singularidades de los longobardos respecto de otros Reinos romano-germanos: la labilidad de su credo cristiano. Teodolinda era católica, aunque su marido sería arriano; y el Arrianismo volvería a la corte de Pavía con seguridad en los tiempos de Arioaldo y Rotario. El Catolicismo sólo sería definitivo a partir del reinado de Ariperto I. Estas fluctuaciones se explicarían precisamente por el menor poder de los reyes longobardos y la gran autonomía de sus duques, siendo como era la adscripción religiosa en gran medida una cuestión de opción personal de los gobernantes. Además debería tenerse en cuenta un cierto arraigo del clero arriano en la Lombardía desde tiempos ostrogodos y el estado de hostilidad permanente con Bizancio y el Papado, con los que se identificaba cierta ortodoxia católica. En fin, hasta el 612 la Iglesia católica del norte de Italia participó en el llamado Cisma de Istria, que consideraba herética la política de Justiniano y el Papado por sus concesiones al Monofisismo en la condena de los llamados "Tres capítulos".