Época: Barroco Español
Inicio: Año 1650
Fin: Año 1700

Antecedente:
Pintura barroca española
Siguientes:
La Corte, un lugar de promoción social
Entre tradición e innovación: influencias de la escuela madrileña
Los géneros y las técnicas
Carreño, Rizi, Herrera y los artistas de su generación
La generación truncada: Escalante, Antolinez, Cerezo, Cabezalero
Claudio Coello y su círculo
La llegada de Palomino
Pintores de géneros menores

(C) José María Quesada



Comentario

Seguramente no hubo en España en todo el siglo XVII un número tan grande de excelentes pintores como en el Madrid de sus décadas centrales. A pesar de su calidad apenas son conocidos paró el público general. Cualquier aficionado al arte ha oído los nombres de Velázquez, Ribera, Zurbarán o Alonso Cano y considera la primera mitad del siglo como la época dorada de nuestra pintura. Es más, en los estudios generales de la pintura del XVII, los capítulos dedicados a la escuela madrileña suelen reducirse a la enumeración de breves semblanzas biográficas más o menos inspiradas en las del tratado de Palomino. A lo sumo, se amplía la información de artistas como Carreño o Claudio Coello y siempre haciendo referencia a ellos como continuadores de los logros velazqueños.
Las causas son variadas. Una de ellas podría ser la propia calidad de su arte, de modo que es habitual encontrar las obras de los pintores barrocos madrileños atribuidas en muchos museos y colecciones a maestros de mayor renombre como Tiziano, Rubens o Velázquez. Otra causa sería la escasez de obra conservada de muchos de nuestros artistas, bien porque han desaparecido importantes partes de su producción como las arquitecturas fingidas de carácter efímero o algunas pinturas murales, bien porque muchos de ellos murieron realmente muy jóvenes alcanzando apenas su madurez pictórica. Una tercera causa vendría por la dificultad de acceso que presentan muchas de estas pinturas, que se pueden hallar en capillas de conventos e iglesias, en colecciones particulares o en depósitos y almacenes de los museos españoles y extranjeros, ennegrecidas por los barnices y por el polvo secular.

A pesar de este panorama tan sombrío existen actualmente fundadas señales para la esperanza en un pronto reconocimiento. Una fue sin lugar a dudas la exposición organizada por el Museo del Prado en 1985 en torno a las figuras de tres de los grandes maestros del período, Carreño, Francisco Rizi y Herrera, el Mozo, con motivo del tercer centenario de su muerte. Otra ha sido la exhibición de los fondos, en fechas recientes, de los dos museos más importantes de Madrid, el mismísimo Prado y la Academia de Bellas Artes de San Fernando, instituciones ambas que poseen las colecciones más completas de obras conservadas de estos artistas.

Por último, otra motivación que justificaría su olvido es que son las pinturas realizadas en uno de los períodos políticos más tristes de nuestra historia, los años finales del reinado de Felipe IV y el de su hijo Carlos II, momento en el que se manifiesta la franca decadencia de los Austrias españoles. Decadencia que se transmitiría sinestésicamente a todas las artes, de tal modo que los artistas del período serían unos mediocres y rutinarios seguidores de los grandes pintores del pasado de esplendor. Uno de los procesos más interesantes de nuestra pintura del Siglo de Oro es la progresiva centralización de los pintores de más calidad en torno al eje Madrid-Sevilla.