Comentario
El neoclasicismo presupone un retorno a la moral, resquebrajada en la etapa del estilo rocalla. La figura intachable de Carlos III no sólo acepta el neoclasicismo como moda artística sino como estilo de vida a imponer en sus reinos. Era necesario volver al orden, tal como definen los teóricos en las edificaciones eclesiásticas y civiles, pero también en sus decoraciones, pues ello debía de ser un reflejo del nuevo modo de vida. El rey alcalde intenta purificar la Corte y los cabildos catedralicios, de tal manera que a su propio hermano el infante Don Luis, protector de Goya, le obliga a abandonar el capelo cardenalicio debido a sus liviandades, casándolo con María Teresa Vallabriga.
Si en Francia la moral cristiana es sustituida por un retorno a la clásica, en España y en otros países se incorporan nuevas fórmulas a las tradicionales. Los patronos y los teóricos españoles incitan a los artistas a aplicar los principios de esta renovación. Para ello, pintores y escultores precisan de una nueva iconografía que renueve el "Flos Sanctorum". Es Juan Interián de Ayala quien codifica los conocimientos iconográficos del momento en su divulgado libro "El pintor christiano" (Madrid, 1782), donde los artistas pueden inspirarse para sus obras siendo más racionales pero sin abandonar la ortodoxia. En España el arte vuelve a ser ejemplarizante y camino hacia la virtud.
Sin embargo, algunos pintores se apartan de la línea trazada por el soberano. Así, el excelso Luis Paret, desterrado a Puerto Rico so pretexto de haber sido cómplice en las correrías amorosas del infante Don Luis, mas son sus cuadros procaces lo que determina el que sea apartado de la Corte. A su retorno de la colonia, Carlos III le envía al País Vasco para que realice vistas de puertos norteños y decoraciones en sus iglesias. También en su pintura, aunque surjan matizaciones clasicistas, se aprecian las libertades del rococó.
Estas libertades serán coartadas por Antonio Rafael Mengs. Desde su infancia, su padre le incita a seguir los modelos de Correggio y Sanzio, cuyos nombres le fueron impuestos en el bautizo como prefiguración de lo que debía acontecer. Casi niño se traslada a Roma, donde copia las Estancias. Una férrea disciplina produce una técnica precisa con la que elaborar sus afamados retratos y cuadros de Historia. Su prestigio se acrecienta con la traducción a varias lenguas de su tratado "Gedanken über die Schönheit" (1762), donde confiesa que en la formación de su estilo, además de la elegancia de Rafael y el claroscuro de Correggio, ha intervenido el colorido de Tiziano, y no deja de expresar su admiración por Velázquez. Mas, sobre todo, recomienda a los jóvenes artistas el estudio de la escultura griega para conseguir la serenidad. ¿Está en esta búsqueda influido por Winckelmann o viceversa?... Lo cierto es que ambos van pergeñando un nuevo lenguaje estético que repercutirá, como nuevo catecismo, en su época. La imitación de la belleza ideal conseguida por los artistas clásicos era el punto de partida para el nuevo camino de perfección. En los frescos del Parnaso (1761), de la villa romana de Albani, Mengs reelabora plásticamente estos preceptos de modo semejante a como Aníbal Carracci había hecho en la Galería del Palacio Farnesio.
En España, la llegada de Mengs arrincona las fuertes influencias giaquintescas en algunos pintores que cultivaban el último barroquismo. Si Antonio González Velázquez sigue en gran parte fiel a su maestro Corrado, las obras de Maella, Francisco Bayeu y del mismo Goya no están exentas del nuevo espíritu clasicista impuesto por el pintor bohemio.
Entre los epígonos más fieles están Francisco Javier Ramos (m. 1817), Gregorio Ferro (1744-1812) y el espléndido grabador Manuel Salvador Carmona (1734-1820). Si bien el madrileño Ramos se estableció en Roma en los últimos momentos de Mengs, la amistad con Azara -con el que mantiene una íntima correspondencia- le lleva a emularlo, tal demuestra el retrato del pedagogo Pestalozzi (Academia de San Fernando). Nombrado en 1787 Pintor de Cámara con el encargo de enseñar a los alumnos de la Academia que vivían en Roma, decide regresar a España, incorporándose al quehacer de la institución madrileña. Más éxito tiene Ferro, el continuo contrincante de Goya. En 1763 obtiene el primer premio, desplazando a Ramos y a Goya; unos veinte años después es seleccionado entre los pintores para llevar a cabo los cuadros de San Francisco el Grande, con una Sagrada Familia. En sus pinturas se adecúa a los esquemas mengsianos, si bien denota una formación barroca. Este neoclasicismo incipiente es lo que hace que en ocasiones se le ponga por encima del propio Goya: en 1804, cuando ambos se presentan a la elección de la Dirección general de la Academia de San Fernando, el aragonés sólo consigue 8 votos frente a los 29 de Ferro. No sólo la sordera de aquel influye, sino la manera de ser y de pintar de su eterno contrincante.
El abulense Carmona sigue en sus últimos años la normativa impuesta por la dictadura del pintor centroeuropeo, simplificando las decoraciones de las orlas de sus grabados. Por entonces, en 1795, se publica la "Cartilla de principios de dibujos copiados de los mejores originales... de la Real Academia de las Tres Nobles Artes de Madrid". Su autor, López de Enguídanos, la redacta para que los alumnos estén preparados para ingresar en la Academia. En ella, de un modo ecléctico, se combinan los elementos clasicistas con los de tipo barroco.