Comentario
Pocas expresiones como la de feudalismo han sido objeto de tanta controversia. ¿Conjunto de instituciones que relacionaban a los hombres libres entre sí? ¿Modo de producción intermedio entre el esclavista y el capitalista? ¿Peculiar mentalidad de ciertas sociedades cuyo arquetipo es la del Occidente Medieval?
En cualquiera de los casos hay algo que no puede ponerse en duda: la Europa de Carlomagno y sus epígonos constituye un jalón del conjunto de cambios que cristalizarán de forma definitiva al doblar el milenario del nacimiento de Cristo.
Los autores del Medievo -eclesiásticos en su inmensa mayoría- comulgaron con la idea paulina de la sociedad: cuerpo místico cuya cabeza es Cristo y cuyos miembros son partes de un todo encaminado al mantenimiento de la armonía suprema. Las grandes figuras de los siglos de transición (san Jerónimo, san Ambrosio, san Agustín, Gregorio Magno, etc.) contribuyeron a redondear esta imagen que heredaron más tarde los intelectuales del Renacimiento Carolingio.
Durante el reinado de Luis el Piadoso, dos obispos de Orleans, (en su poema "Sobre los hipócritas") y Jonás (en su "Historia translationis") hablan de un ordo trinus en el que se integraban los clérigos (ordo clericorum), los monjes (ordo monachorum) y los laicos (ordo laicorum). El propio Luis en su "Admonitio ad omites regni ordines" se hacía eco de esta división exhortando a todos sus súbditos a cumplir con sus obligaciones solidarias para el conjunto de la sociedad. Al orden de los laicos -o mejor, a sus representantes supremos- le correspondía velar por la justicia. A los monjes, el orar. A los clérigos -obispos fundamentalmente- el vigilar (superintendere) todo el conjunto.
La teoría de los ordines gozaría de enorme éxito a lo largo del Medievo, aunque con el discurrir del tiempo los elementos estrictamente carolingios experimentaron sensibles refundiciones y modificaciones.
En efecto, la división tripartita clásica -guerreros, campesinos y clérigos- difiere sensiblemente de la de Teodulfo y Jonás de Orleans. Se encuentra por primera vez en la traducción que se hace al anglosajón de la "Consolación de la Filosofía" de Boecio en la corte de Alfredo el Grande. En el prólogo que acompaña a este texto se recomienda al rey que tenga jebedmen (hombre de plegaria), fyrdmen (hombres de caballo) y weorcmen (hombres de trabajo). En los medios monásticos ingleses se conservó esta imagen que, a principios del siglo XI, desarrollaron dos obispos: Adulberón de Laón en su "Carmen ad Robertum regem" y Gerardo de Cambrai en sus "Gesta episcoporum Cameracensium".
En el primero de estos textos -el que más se acostumbra a citar- se insiste en que "la casa de Dios, que se cree una, está pues, dividida en tres". Los que ruegan, los que combaten y los que trabajan es una caracterización que se convierte en clásica. Con Adalberón de Laón se da, por tanto, el salto definitivo del ordo trinus carolingio a la trifuncionalidad (sociedad trinitaria) de un feudalismo en sazón.
En ambos casos estamos ante imágenes idealizadas. Sobre su significado se han escrito en los últimos años -recordemos la excelente obra de G. Duby- interesantísimas páginas. Cualquiera de las dos divisiones tripartitas ocultan dos patentes dualismos. Uno, el que opone poder espiritual y poder temporal. Otro, el que sitúa a los poderosos frente a la masa de desheredados, los que Adalberón define como "los siervos: esa desgraciada casta que nada posee sino al precio de su trabajo".
El primero ponía frente a frente a dos estructuras de poder -la ideológica y la política- que, pese a sus frecuentes roces, necesitaban soportarse mutuamente. El otro será las relación existente entre las capas dirigentes y los mecanismos de solidaridad.