Época:
Inicio: Año 1 A. C.
Fin: Año 1 D.C.

Antecedente:
HISTORIA VERDADERA DE LA CONQUISTA DE LA NUEVA ESPAÑA, I



Comentario

Cómo tenían concertado en esta ciudad de Cholula de nos matar por mandato de Montezuma, y lo que sobre ello pasó


Habiéndonos recibido tan solemnemente como habemos dicho, e ciertamente de buena voluntad, sino que, según después pareció, envió a mandar Montezuma a sus embajadores que con nosotros estaban, que tratasen con los de Cholula que con un escuadrón de veinte mil hombres que envió Montezuma, que estuviesen apercibidos para en entrando en aquella ciudad, que todos nos diesen guerra, y de noche y de día nos acapillasen, e los que pudiesen llevar atados de nosotros a México, que se los llevasen; e con grandes prometimientos que les mandó, y muchas joyas y ropa que entonces les envió, e un atambor de oro; e a los papas de aquella ciudad que habían de tomar veinte de nosotros para hacer sacrificios a sus ídolos; pues ya todo concertado, y los guerreros que luego Montezuma envió estaban en unos ranchos e arcabuezos obra de media legua de Cholula, y otros estaban ya dentro en las casas, y todos puestos a punto con sus armas, hechos mamparos en las azoteas, y en las calles hoyos e albarradas para que no pudiesen correr los caballos, y aun tenían unas casas llenas de varas largas y colleras de cueros, e cordeles con que nos habían de atar e llevarnos a México. Mejor hizo nuestro señor Dios, que todo se les volvió al revés; e dejémoslo ahora, e volvamos a decir que, así como nos aposentaron como dicho hemos, e nos dieron muy bien de comer los días primeros, e puesto que los veíamos que estaban muy de paz, no dejábamos siempre de estar muy apercibidos, por la buena costumbre que en ello teníamos, e al tercero día ni nos daban de comer ni parecía cacique ni papa; e si algunos indios nos venían a ver, estaban apartados, que no llegaban a nosotros, e riéndose como cosa de burla; e como aquello vio nuestro capitán, dijo a doña Marina e Aguilar, nuestras lenguas, que dijese a los embajadores del gran Montezuma que allí estaban, que mandasen a los caciques traer de comer; e lo que traían era agua y leña y unos viejos que lo traían decían que no tenían maíz, e que en aquel día vinieron otros embajadores del Montezuma, e se juntaron con los que estaban con nosotros, e dijeron muy desvergonzadamente e sin hacer acato que su señor les enviaba a decir que no fuésemos a su ciudad, porque no tenía qué darnos de comer, e que luego se querían volver a México con la respuesta; e como aquello vio Cortés, le pareció mal su plática, e con palabras blandas dijo a los embajadores que se maravillaba de tan gran señor como es Montezuma, tener tantos acuerdos, e que les rogaba que no se fuesen, porque otro día se querían partir para verle e hacer lo que mandase, y aun me parece que les dio unos sartalejos de cuentas; y los embajadores dijeron que sí aguardarían; y hecho esto, nuestro capitán nos mandó juntar, y nos dijo: "Muy desconcertada veo esta gente, estemos muy alerta, que alguna maldad hay entre ellos"; e luego envió a llamar al cacique principal, que ya no se me acuerda cómo se llamaba, o que enviase algunos principales; e respondió que estaba malo e que no podía venir ni él ni ellos; y como aquello vio nuestro capitán, mandó que de un gran cu que estaba junto de nuestros aposentos le trajésemos dos papas con buenas razones, porque había muchos en él; trajimos dos dellos sin les hacer deshonor, y Cortés les mandó dar a cada uno un chalchihuite, que son muy estimados entre ellos, como esmeraldas, e les dijo con palabras amorosas, que por qué causa el cacique y principales e todos los demás papas están amedrentados, que los ha enviado a llamar y no habían querido venir; parece ser que el uno de aquellos papas era hombre muy principal entre ellos, y tenía cargo o mando en todos los más cues de aquella ciudad, que debía de ser a manera de obispo entre ellos, y le tenían gran acato; e dijo que los que son papas que no tenían temor de nosotros, que si el cacique y principales no han querido venir, que él iría a les llamar, y que como él les hable, que tiene creído que no harán otra cosa y que vendrán; e luego Cortés dijo que fuese en buen hora, y quedase su compañero allí aguardando hasta que viniesen; e fue aquel papa e llamó al cacique e principales, e luego vinieron juntamente con él al aposento de Cortés, y les preguntó con nuestras lenguas doña Marina e Aguilar, que por qué habían miedo e por qué causa no nos daban de comer, y que si reciben pena de nuestra estada en la ciudad, que otro día por la mañana nos queríamos partir para México a ver e hablar al señor Montezuma, e que le tengan aparejados tamemes para llevar el fordaje e tepuzques, que son las bombardas; e también, que luego traigan comida; y el cacique estaba tan cortado, que no acertaba a hablar, y dijo que la comida que la buscarían; mas que su señor Montezuma les ha enviado a mandar que no la diesen, ni quería que pasásemos de allí adelante; y estando en estas pláticas vinieron tres indios de los de Cempoal, nuestros amigos, y secretamente dijeron a Cortés que habían hallado junto adonde estábamos aposentados hechos hoyos en las calles e cubiertos con madera e tierra, que no mirando mucho en ello no se podría ver, e que quitaron la tierra de encima de un hoyo, que estaba lleno de estacas muy agudas para matar los caballos que corriesen, e que las azoteas que las tienen llenas de piedras e mamparos de adobes; y que ciertamente no estaban de buen arte, porque también hallaron albarradas de maderos gruesos en otra calle; y en aquel instante vinieron ocho indios tlascaltecas de los que dejamos en el campo, que no entraron en Cholula, y dijeron a Cortés: "Mira, Malinche, que esta ciudad está de mala manera, porque sabemos que esta noche han sacrificado a su ídolo, que es el de la guerra, siete personas, y los cinco dellos son niños, porque les de victoria contra vosotros; e también habemos visto que sacan todo el fardaje e mujeres e niños." Y como aquello oyó Cortés, luego los despachó para que fuesen a sus capitanes, los tlascaltecas: que estuviesen muy aparejados si los enviásemos a llamar, y tornó a hablar al cacique y papas y principales de Cholula que no tuviesen miedo ni anduviesen alterados, y que mirasen la obediencia que dieron, que no la quebrantasen, que les castigaría por ello; que ya les ha dicho que nos queremos ir por la mañana, que ha menester dos mil hombres de guerra de aquella ciudad que vayan con nosotros, como nos han dado los de Tlascala, porque en los caminos los habrá menester; e dijéronle que sí darían así los hombres de guerra como los del fardaje; e demandaron licencia para irse luego a los apercibir, y muy contentos se fueron, porque creyeron que con los guerreros que habían de dar e con las capitanías de Montezuma que estaban en los arcabuezos y barrancas, que allí de muertos o presos no podríamos escapar, por causa que no podrían correr los caballos; y por ciertos mamparos y albarradas, que dieron luego por aviso a los que estaban en guarnición que hiciesen a manera de callejón que no pudiésemos pasar, y les avisaron que otro día habíamos de partir, e que estuviesen muy a punto todos, porque ellos darían dos mil hombres de guerra; e como fuésemos descuidados, que allí harían su presa los unos y los otros, e nos podían atar; e. que esto que lo tuviesen por cierto, porque ya habían hecho sacrificios a sus ídolos de guerra y les habían prometido la victoria. Y dejemos de hablar en ello, que pensaban que sería cierto; e volvamos a nuestro capitán, que quiso saber muy por extenso todo el concierto y lo que pasaba; y dijo a doña Marina que llevase más chalchihuites a los dos papas que había hablado. primero, pues no tenía miedo, e con palabras amorosas les dijese que les quería tornar a hablar Malinche, e que los trajese consigo; y la doña Marina fue y les habló de tal manera, que lo sabía muy bien hacer, y con dádivas vinieron luego con ella; y Cortés les dijo que dijesen la verdad de lo que supiesen, pues eran sacerdotes de ídolos e principales, que no habían de mentir; e que lo que dijesen, que no sería descubierto por vía ninguna, pues que otro día nos habíamos de partir, e que les daría mucha ropa. E dijeron que la verdad es, que su señor Montezuma supo que íbamos a aquella ciudad, e que cada día estaba en muchos acuerdos, e que no determinaba bien la cosa; e que unas veces les enviaba a mandar que si allá fuésemos que nos hiciesen mucha honra e nos encaminasen a su ciudad, e otras veces les enviaba a decir que ya no era su voluntad que fuésemos a México; e que ahora nuevamente le han aconsejado su Tezcatepuca y su Huichilobos, en quien ellos tienen gran devoción, que allí en Cholula los matasen, o llevasen atados a México. E que había enviado el día antes veinte mil hombres de guerra, y la mitad están ya aquí dentro desta ciudad e la otra mitad están cerca de aquí entre unas quebradas, e que ya tienen aviso que os habéis de ir mañana, y de las albarradas que se mandaron hacer y de los dos mil guerreros que os habemos de dar, e cómo tenían ya hechos conciertos que habían de quedar veinte de nosotros para sacrificar a los ídolos de Cholula. Y sabido todo esto, Cortés les mandó dar mantas muy labradas, y les rogó que no le dijesen, porque si lo descubrían, que a la vuelta que volviésemos de México los matarían; e que se querían ir muy de mañana, e que hiciesen venir todos los caciques para hablarles, como dicho les tiene; y luego aquella noche tomó consejo Cortés de lo que habíamos de hacer, porque tenía muy extremados varones y de buenos consejos; y como en tales casos suele acaecer, unos decían que sería bien torcer el camino e irnos para Guaxocingo, otros decían que procurásemos haber paz por cualquier vía que pudiésemos, y que nos volviésemos a Tlascala; otros dimos parecer que si aquellas traiciones dejábamos pasar sin castigo, que en cualquiera parte nos tratarían otras peores, y pues que estábamos allí en aquel gran pueblo e habían hartos bastimentos, les diésemos guerra, porque más la sentirán en sus casas que no en el campo, y que luego apercibiésemos a los tlascaltecas que se hallasen en ello. Y a todos pareció bien este postrer acuerdo, y fue desta manera: que ya que les había dicho Cortés que nos habíamos de partir para otro día, que hiciésemos que liábamos nuestro hato, que era harto poco, y que en unos grandes patios que había donde posábamos, estaban con altas cercas, que diésemos en los indios de guerra, pues aquello era su merecido. Y que con los embajadores de Montezuma disimulásemos, y les dijésemos que los malos de los cholultecas han querido hacer una traición y echar la culpa della a su señor Montezuma, e a ellos mismos como sus embajadores; lo cual no creíamos que tal mandase hacer, y que les rogábamos que se estuvieran en el aposento de nuestro capitán, e no tuviesen más plática con los de aquella ciudad, porque no nos den que pensar que andan juntamente con ellos en las traiciones, y que se vayan con nosotros a México por guías; y respondieron que ellos ni su señor Montezuma no saben cosa ninguna de lo que les dicen; y aunque no quisieron, les pusimos guardas porque no se fuesen sin licencia y porque no supiese Montezuma que nosotros sabíamos que él era quien lo había mandado hacer; e aquella noche estuvimos muy apercibidos y armados, y los caballos ensillados y enfrenados, con grandes velas y rondas, que esto siempre lo teníamos de costumbre, porque tuvimos por cierto que todas las capitanías, así de mexicanos como de cholultecas, que aquella noche habían de dar sobre nosotros; y una india vieja, mujer de un cacique, como sabía el concierto y trama que tenían ordenado, vino secretamente a doña Marina, nuestra lengua, y como la vio moza y de buen parecer y rica, le dijo y aconsejó que se fuese con ella a su casa si quería escapar con vida, porque ciertamente aquella noche o otro día nos habían de matar a todos, porque ya estaba así mandado y concertado por el gran Montezuma, para que entre los de aquella ciudad y los mexicanos se juntasen, y no quedase ninguno de nosotros a vida, o nos llevasen atados a México; y porque sabe esto, y por mancilla que tenía de la doña Marina, se lo venía a decir, y que tomase todo su hato y se fuese con ella a su casa, y que allí la casaría con un su hijo, hermano de otro mozo que traía la vieja, que la acompañaba. E como lo entendió doña Marina, y en todo era muy avisada, le dijo: "¡Oh madre, qué mucho tengo que agradeceros eso que me decís! Yo me fuera ahora, sino que no tengo de quien fiarme para llevar mis mantas y joyas, que es mucho. Por vuestra vida, madre, que aguardéis un poco vos y vuestro hijo, y esta noche nos iremos; que ahora ya veis que estos teules están velando, y sentirnos han"; y la vieja creyó lo que la decía, y quedóse con ella platicando, y le preguntó que de qué manera nos había de matar, e cómo e cuándo se hizo el concierto; y la vieja se lo dijo ni más ni menos lo que habían dicho los dos papas; e respondió la doña Marina: "Pues ¿cómo siendo tan secreto ese negocio, lo alcanzastes vos a saber?" Dijo que su marido se lo había dicho, que es capitán de una parcialidad de aquella ciudad, y como tal capitán está ahora con la gente de guerra que tiene a cargo, dando orden para que se junten en las barrancas con los escuadrones del gran Montezuma, y que cree estarán juntos esperando para cuando fuésemos, y que allí nos matarían; y que esto del concierto que lo sabía tres días había, porque de México enviaron a su marido un atambor dorado, e a otras tres capitanías también les envió ricas mantas y joyas de oro, porque nos llevasen a todos a su señor Montezuma; y la doña Marina, como lo oyó, disimuló con la vieja, y dijo: "¡Oh cuánto me huelgo en saber que vuestro hijo con quien me queréis casar es persona principal! Mucho hemos estado hablando; no querría que nos sintiesen: por eso, madre, aguardad aquí, comenzaré a traer mi hacienda, porque no lo podré sacar todo junto; e vos e vuestro hijo, mi hermano, lo guardaréis, y luego nos podremos ir"; y la vieja todo se lo creía, y sentóse de reposo la vieja, ella y su hijo; y la doña Marina entra de presto donde estaba el capitán Cortés, y le dice todo lo que pasó con la india; la cual luego la mandó traer ante él, y la tornó a preguntar sobre las traiciones y conciertos, y le dijo ni más ni menos que los papas; y le pusieron guardas porque no se fuese. Y cuando amaneció era cosa de ver la prisa que traían los caciques y papas con los indios de guerra, con muchas risadas y muy contentos, como si ya nos tuvieran metidos en el garlito e redes; e trajeron más indios de guerra que les pedimos, que no cupieron en los patios, por muy grandes que son, que aun todavía se están sin deshacer por memoria de lo pasado; e por bien de mañana que vinieron los cholultecas con la gente de guerra, ya todos nosotros estábamos muy a punto para lo que se había de hacer, y los soldados de espada y rodela puestos a la puerta del gran patio para no dejar salir a ningún indio de los que estaban con armas, y nuestro capitán también estaba a caballo, acompañado de muchos soldados para su guarda; y cuando vio que tan de mañana habían venido los caciques y papas y gente de guerra, dijo: "¡Qué voluntad tienen estos traidores de vernos entre las barrancas para se hartar de nuestras carnes! Mejor lo hará nuestro señor"; y preguntó por los dos papas que habían descubierto el secreto, y le dijeron que estaban a la puerta del patio con otros caciques que querían entrar, y mandó Cortés a Aguilar, nuestra lengua, que les dijesen que se fuesen a sus casas, e que ahora no tenían necesidad dellos; y esto fue por causa que, pues nos hicieron buena obra, no recibiesen mal por ella, porque no los matasen. E como Cortés estaba a caballo, e doña Marina junto a él, comenzó a decir a los caciques e papas que, sin hacerles enojo ninguno, a qué causa nos querían matar la noche pasada. E que, si les hemos hecho o dicho cosa para que nos tratasen aquellas traiciones, más de amonestalles las cosas que a todos los más pueblos por donde hemos venido les decimos, que no sean malos ni sacrifiquen hombres, ni adoren sus ídolos ni coman las carnes de sus prójimos; que no sean sométicos e que tengan buena manera en su vivir, y decirles las cosas tocantes a nuestra santa fe, y esto sin apremialles en cosa ninguna; e a qué fin tienen ahora nuevamente aparejadas muchas varas largas y recias con colleras, y muchos cordeles en una casa junto al gran cu, e por qué han hecho de tres días acá albarradas en las calles e hoyos, e pertrechos en las azoteas, e por qué han sacado de su ciudad sus hijos e mujeres y hacienda; e que bien se ha parecido su mala voluntad y las traiciones, que no las pudieron encubrir, que aun de comer no nos daban, que por burla traían agua y leña, y decían que no había maíz; y que bien sabe que tienen cerca de allí en unas barrancas muchas capitanías de guerreros esperándonos, creyendo que habíamos de ir por aquel camino a México, para hacer la traición que tienen acordada, con otra mucha gente de guerra que esta noche se ha juntado con ellos; que pues en pago de que los venían a tener por hermanos e decirles lo que Dios nuestro señor y el rey manda, nos querían matar en comer nuestras carnes, que ya tenían aparejadas las ollas con sal e ají e tomates; que si esto querían hacer, que fuera mejor nos dieran guerra como esforzados y buenos guerreros en los campos, como hicieron sus vecinos los tlascaltecas; e que sabe por muy cierto lo que tenían concertado en aquella ciudad y aun prometido a su ídolo abogado de la guerra, y que le habían de sacrificar veinte de nosotros delante del ídolo, y tres noches antes ya pasadas que le sacrificaron siete indios porque les diese victoria, la cual les prometió; e como es malo y falso, no tiene ni tuvo poder contra nosotros; y que todas estas maldades y traiciones que han tratado y puesto por la obra, han de caer sobre ellos; y esta razón se lo decía doña Marina, y se lo daban muy bien a entender. Y como lo oyeron los papas y caciques y capitanes, dijeron que así es verdad lo que les dice, y que dello no tienen culpa, porque los embajadores de Montezuma lo ordenaron por mandado de su señor. Entonces les dijo Cortés que tales traiciones como aquellas, que mandaban las leyes reales que no queden sin castigo, e que por su delito que han de morir; e luego mandó soltar una escopeta, que era la señal que teníamos apercibida para aquel efecto, y se les dio una mano que se les acordará para siempre, porque matamos muchos dellos, y otros se quemaron vivos, que no les aprovechó las promesas de sus falsos dioses; y no tardaron dos horas que no llegaron allí nuestros amigos los tlascaltecas que dejamos en el campo, como ya he dicho otra vez, y peleaban muy fuertemente en las calles, donde los cholultecas tenían otras capitanías defendiéndolas porque no les entrásemos, y de presto fueron desbaratadas, e iban por la ciudad robando y cautivando, que no los podíamos detener; y otro día vinieron otras capitanías de las poblaciones de Tlascala, y les hacían grandes daños, porque estaban muy mal con los de Cholula; y como aquello vimos, así Cortés como los demás capitanes y soldados, por mancilla que hubimos dellos, detuvimos a los tlascaltecas que no hiciesen más mal; y Cortés mandó a Pedro de Alvarado y a Cristóbal de Olí que le trajesen todas las capitanías de Tlascala para les hablar, y no tardaron de venir, y les mandó que recogiesen toda su gente y se estuviesen en el campo, y así lo hicieron, que no quedaron con nosotros sino los de Cempoal; y en aqueste instante vinieron ciertos caciques y papas cholultecas que eran de otros barrios, que no se hallaron en las traiciones, según ellos decían (que, como es gran ciudad, era bando y parcialidad por sí), y rogaron a Cortés y a todos nosotros que perdonásemos el enojo de las traiciones que nos tenían ordenadas, pues los traidores habían pagado con las vidas; y luego vinieron los dos papas amigos nuestros que nos descubrieron el secreto, y la vieja mujer del capitán que quería ser suegra de doña Marina (como ya he dicho otra vez), y todos rogaron a Cortés fuesen perdonados. Y Cortés cuando se lo decían mostró tener grande enojo, y mandó llamar a los embajadores de Montezuma que estaban detenidos en nuestra compañía, y dijo que, puesto que toda aquella ciudad merecía ser asolada y que pagaran con las vidas, que teniendo respeto a su señor Montezuma, cuyos vasallos son, los perdona, e que de allí adelante que sean buenos, e no les acontezca otra como la pasada, que morirán por ello. Y luego mandó llamar los caciques de Tlascala que estaban en el campo, e les dijo que volviesen los hombres y mujeres que habían cautivado, que bastaban los males que habían hecho. Y puesto que se les hacía de mal devolverlo, e decían que de muchos más danos eran merecedores por los traiciones que siempre de aquella ciudad han recibido, por mandarlo Cortés volvieron muchas personas; mas ellos quedaron desta vez ricos, así de oro e mantas, e algodón y sal e esclavos. Y demás desto, Cortés los hizo amigos con los de Cholula, que a lo que después vi e entendí, jamás quebraron las amistades; e más les mandó a todos los papas e caciques cholultecas que poblasen su ciudad e que hiciesen tiangues e mercados, e que no hubiesen temor, que no se les haría enojo ninguno; y respondieron que dentro en cinco días harían poblar toda la ciudad, porque en aquella sazón todos los más vecinos estaban remontados, e dijeron que tenían necesidad que Cortés les nombrase cacique, porque el que solía mandar fue uno de los que murieron en el patio. E luego preguntó que a quién le venía cacicazgo, e dijeron que a un su hermano; al cual luego le señaló por gobernador, hasta que otra cosa fuese mandada. Y demás desto, desque vio la ciudad poblada y estaban seguros en sus mercados, mandó que se juntasen los papas y capitanes con los demás principales de aquella ciudad, y se les dio a entender muy claramente todas las cosas tocantes a nuestra santa fe, e que dejasen de adorar ídolos, y no sacrificasen ni comiesen carne humana, ni se robasen unos a otros, ni usasen las torpedades que solían usar, y que mirasen que sus ídolos los traen engañados, y que son malos y no dicen verdad, e que tuviesen memoria que cinco días había las mentiras que les prometieron que les darían victoria cuando sacrificaron las siete personas, e cómo cuanto dicen a los papas e a ellos es todo malo, e que les rogaba que luego los derrocasen e hiciesen pedazos, e si ellos no querían, que nosotros los quitaríamos, e que hiciesen encalar uno como humilladero, donde pusimos una cruz. Lo de la cruz luego lo hicieron, y respondieron que quitarían los ídolos; y puesto que se lo mandó muchas veces que los quitasen, lo dilataban. Y entonces dijo el padre de la Merced a Cortés que era por demás a los principios quitarles sus ídolos, hasta que van entendiendo más las cosas, y ver en qué paraba nuestra entrada en México, y el tiempo nos diría lo que habíamos de hacer, que al presente bastaban las amonestaciones que se les habían hecho, y ponerles la cruz. Dejaré de hablar desto, y diré cómo aquella ciudad está asentada en un llano y en parte e sitio donde están muchas poblaciones cercanas, que es Tepeaca, Tlascala, Chalco, Tecamachalco, Guaxocingo e otros muchos pueblos, que por ser tantos, aquí no los nombro; y es tierra de maíz e otras legumbres, e de mucho ají, y toda llena de magüeyales, que es de lo que hacen el vino, e hacen en ella muy buena loza de barro colorado e prieto e blanco, de diversas pinturas, e se bastece della México y todas las provincias comercanas, digamos ahora como en Castilla lo de Talavera o Palencia. Tenía aquella ciudad en aquel tiempo sobre cien torres muy altas, que eran cues e adoratorios donde estaban sus ídolos, especial el cu mayor era de más altor que el de México, puesto que era muy suntuoso y alto el cu mexicano, y tenía otros cien patios para el servicio de los cues; y según entendimos, había allí un ídolo muy grande, el nombre de él no me acuerdo, mas entre ellos tenía gran devoción y venían de muchas partes a le sacrificar, en tener como a manera de novenas, y le presentaban de las haciendas que tenían. Acuérdome que cuando en aquella ciudad entramos, que cuando vimos tan altas torres y blanquear, nos pareció al propio Valladolid. Dejemos de hablar desta ciudad y todo lo acaecido en ella, y digamos cómo los escuadrones que había enviado el gran Montezuma, que estaban ya puestos entre los arcabuezos que están cabe Cholula, y tenían hechos mamparos y callejones para concertado, como ya otra vez he dicho; e como supieron lo acaecido, se vuelven más que de paso para México, y dan relación a su Montezuma según y de la manera que todo pasó; y por presto que fueron, ya teníamos la nueva de dos principales que con nosotros estaban, que fueron en posta; y supimos muy de cierto que cuando lo supo Montezuma que sintió gran dolor y enojo, e que luego sacrificó ciertos indios a su ídolo Huichilobos, que le tenían por dios de la guerra, porque les dijese en qué había de parar nuestra ida a México, o si nos dejaría entrar en su ciudad; y aun supimos que estuvo encerrado en sus devociones y sacrificios dos días, juntamente con diez papas los más principales, y hubo respuesta de aquellos ídolos que tenían por dioses, y fue que le aconsejaron que nos enviase mensajeros a disculpar de lo de Cholula, y que con muestras de paz nos deje entrar en México, y que estando dentro, con quitarnos la comida e agua, o alzar cualquiera de las puentes, nos mataría, y que en un día, si nos daba guerra, no quedaría ninguno de nosotros a vida, y que allí podría hacer sus sacrificios, así al Huichilobos, que les dio esta respuesta, como a Tezcatepuca, que tenían por dios del infierno, e tendrían hartazgos de nuestros muslos y piernas y brazos; y de las triplas y el cuerpo y todo lo demás hartarían las culebras y serpientes e tigres que tenían en unas casas de madera, como adelante diré en su tiempo y lugar. Dejemos de hablar de lo que Montezuma sintió de lo sobredicho, y digamos cómo esta cosa o castigo de Cholula fue sabido en todas las provincias de la Nueva España. Y si de antes teníamos fama de esforzados, y habían sabido de la guerra de Potonchan y Tabasco y de Cingapacinga y lo de Tlascala, y nos llamaban teules, que es nombre como sus dioses o cosas malas, desde allí adelante nos tenían por adivinos, y decían que no se nos podría encubrir cosa ninguna mala que contra nosotros tratasen, que no lo supiésemos, y a esta causa nos mostraban buena voluntad. Y creo que estarán hartos los curiosos lectores de oír esta relación de Cholula, e ya quisiera haberla acabado de escribir. Y no puedo dejar de traer aquí a la memoria las redes de maderos gruesos que en ella hallamos; las cuales tenían llenas de indios y muchachos a cebo, para sacrificar y comer sus carnes; las cuales redes quebramos, y los indios que en ellas estaban presos les mandó Cortés que se fuesen adonde eran naturales, y con amenazas mandó a los capitanes y papas de aquella ciudad que no tuviesen más indios de aquella manera ni comiesen carne humana, y así lo prometieron. Mas ¿qué aprovechaban aquellos prometimientos que no los cumplían? Pasemos ya adelante, y digamos que aquéstas fueron las grandes crueldades que escribe y nunca acaba de decir el señor obispo de Chiapa, don fray Bartolomé de las Casas; porque afirma y dice que sin causa ninguna, sino por nuestro pasatiempo y porque se nos antojó, se hizo aquel castillo; y aun dícelo de arte en su libro a quien no lo vio ni lo sabe, que les hará creer que es así aquello e otras crueldades que escribe siendo todo al revés, y no pasó como lo escribe. Y también quiero decir que unos buenos religiosos franciscanos, que fueron los primeros frailes que su majestad envió a esta Nueva España después de ganado México, según adelante diré, fueron a Cholula para saber y pesquisar e inquirir y de qué manera pasó aquel castigo, e por qué causa, e la pesquisa que hicieron fue con los mismos papas e viejos de aquella ciudad; y después de bien sabido dellos mismos, hallaron ser ni más ni menos que en esta mi relación escribo; y si no se hiciera aquel castigo, nuestras vidas estaban en harto peligro, según los escuadrones y capitanías tenían de guerreros mexicanos y de los naturales de Cholula, e albarradas e pertrechos; que si allí por nuestra desdicha nos mataran, esta Nueva España no se ganara tan presto ni se atreviera a venir otra armada, e ya que viniera fuera con gran trabajo, porque les defendieran los puertos; y se estuvieran siempre en sus idolatrías. Yo he oído decir a un fraile francisco de buena vida, que se decía fray Toribio Motolinia, que si se pudiera excusar aquel castigo, y ellos no dieran causa a que se hiciese, que mejor fuera; mas ya que se hizo que fue bueno para que todos los indios de todas las provincias de la Nueva España viesen y conociesen que aquellos ídolos y todos los demás son malos y mentirosos, y que viendo que lo que les había prometido salió al revés, que perdieron la devoción que antes tenían con ellos, y que desde allí en adelante no le sacrificaban ni venían en romería de otras partes, como solían, y desde entonces no curaron más de él, y le quitaron del alto cu donde estaba, y lo escondieron o quebraron, que no pareció más, y en su lugar habían puesto otro ídolo. Dejémoslo ya, y diré lo que más adelante hicimos.