Época:
Inicio: Año 1 A. C.
Fin: Año 1 D.C.

Antecedente:
HISTORIA VERDADERA DE LA CONQUISTA DE LA NUEVA ESPAÑA, I



Comentario

De la manera e persona del gran Montezuma y de cuán gran señor era


Sería el gran Montezuma de edad de hasta cuarenta años, y de buena estatura y bien proporcionado, e cenceño e pocas carnes, y la color no muy moreno, sino propia color y matiz de indio, y traía los cabellos no muy largos, sino cuanto le cubrían las orejas, e pocas barbas, prietas y bien puestas e ralas, y el rostro algo largo e alegre, los ojos de buena manera, e mostraba en su persona en el mirar por un cabo amor, e cuando era menester gravedad. Era muy pulido y limpio, bañándose cada día una vez a la tarde; tenía muchas mujeres por amigas, e hijas de señores, puesto que tenía dos grandes cacicas por sus legítimas mujeres, que cuando usaba con ellas era tan secretamente, que no lo alcanzaban a saber sino alguno de los que le servían; era muy limpio de sodomías; las mantas y ropas que se ponía cada un día no se las ponía sino desde a cuatro días. Tenía sobre doscientos principales de su guarda en otras salas junto a la suya, y éstos no para que hablasen todos con él, sino cual o cual; y cuando le iban a hablar se habían de quitar las mantas ricas y ponerse otras de poca valía, mas habían de ser limpias, y habían de entrar descalzos y los ojos bajos puestos en tierra, y no mirarle a la cara, y con tres reverencias que le hacían primero que a él llegasen, e le decían en ellas: "Señor, mi señor, gran señor"; y cuando le daban relación a lo que iban, con pocas palabras los despachaba; sin levantar el rostro al despedirse de él sino la cara e ojos bajos en tierra hacia donde estaba, e no vueltas las espaldas hasta que salían de la sala. E otra cosa vi, que cuando otros grandes señores venían de lejas tierras a pleitos o negocios, cuando llegaban a los aposentos del gran Montezuma habíanse de descalzar e venir con pobres mantas, y no habían de entrar derecho en los palacios, sino rodear un poco por el lado de la puerta del palacio; que entrar de rota batida teníanlo por descaro; en el comer tenían sus cocineros sobre treinta maneras de guisados hechos a su modo y usanza; y teníanlos puestos en braseros de barro, chicos, debajo, porque no se enfriasen. E de aquello que el gran Montezuma había de comer guisaban más de trescientos platos, sino más de mil para la gente de guarda; y cuando habla de comer, salíase el Montezuma algunas veces con sus principales y mayordomos, y le señalaban cuál quisado era mejor o de qué aves e cosas estaba guisado, y de la que decían, de aquello había de comer, e cuando salía a lo ver eran pocas veces, e como por pasatiempo; oí decir que le solían guisar carnes de muchachos de poca edad; y como tenía tantas diversidades de guisados y de tantas cosas, no lo echábamos de ver si era de carne humana y de otras cosas, porque cotidianamente le guisaban gallinas, gallos de papada, faisanes, perdices de la tierra, codornices, patos mansos y bravos, venado, puerco de la tierra, pajaritos de caña y palomas y liebres y conejos, y muchas maneras de aves e cosas de las que se crían en estas tierras, que son tantas, que no las acabaré de nombrar tan presto; y así, no miramos en ello. Lo que yo sé es, que desque nuestro capitán le reprendió el sacrificio y de comer carne humana, que desde entonces mandó que no le guisasen tal manjar. Dejemos de hablar en esto, y volvamos a la manera que tenía en su servicio al tiempo de comer, y es desta manera: que si hacía frío teníanle hecha mucha lumbre de ascuas de una leña de cortezas de árboles que no hacían humo; el olor de las cortezas de que hacían aquellas ascuas muy oloroso; y porque no le diesen más calor de lo que él quería, ponían delante una como tabla labrada con oro y otras figuras de ídolos, y él sentado en un asentadero bajo, rico e blando, e la mesa también baja, hecha de la misma manera de los asentaderos, e allí le ponían sus manteles de mantas blancas y unos pañizuelos algo largos de lo mismo, y cuatro mujeres muy hermosas y limpias le daban aguamanos en unos como a manera de aguamaniles hondos, que llaman jicales, y le ponían debajo para recoger el agua otros a manera de platos, y le daban sus toallas, e otras dos mujeres le traían el pan de tortillas; e ya que comenzaba a comer, echábanle delante una como puerta de madera muy pintada de oro, porque no le viesen comer; y estaban apartadas las cuatro mujeres aparte, y allí se le ponían a sus lados cuatro grandes señores viejos y de edad, en pie, con quien el Montezuma de cuando en cuando platicaba e preguntaba cosas, y por mucho favor daba a cada uno destos viejos un plato de lo que él comía; e decían que aquellos viejos eran sus deudos muy cercanos, e consejeros y jueces de pleitos, y el plato y manjar que les daba el Montezuma comían en pie y con mucho acato, y todo sin mirarle a la cara. Servíase con barro de Cholula, uno colorado y otro prieto. Mientras que comía, ni por pensamiento habían de hacer alboroto ni hablar alto los de su guarda, que estaban en las salas cerca de la del Montezuma. Traíanle frutas de todas cuantas había en la tierra, mas no comía sino muy poca, y de cuando en cuando traían unas copas de oro fino, con cierta bebida hecha del mismo cacao, que decían era para tener acceso con mujeres; y entonces no mirábamos en ello; mas lo que yo vi, que traían sobre cincuenta jarros grandes hechos de buen cacao con su espuma, y de lo que bebía; y las mujeres le servían al beber con gran acato, y algunas veces al tiempo del comer estaban unos indios corcovados, muy feos, porque eran chicos de cuerpo y quebrados por medio de los cuerpos, que entre ellos eran chocarreros; y otros indios que debían de ser truhanes, que le decían gracias, e otros que le cantaban y bailaban, porque el Montezuma era muy aficionado a placeres y cantares, e a aquéllos mandaban dar los relieves y jarros del cacao; y las mismas cuatro mujeres alzaban los manteles y le tornaban a dar agua a manos, y con mucho acato que le hacían; e hablaba Montezuma a aquellos cuatro principales viejos en cosas que le convenían, y se despedían de él con gran acato que le tenían, y él se quedaba reposando; y cuando el gran Montezuma había comido, luego comían todos los de su guarda e otros muchos de sus serviciales de casa, y me parecen que sacaban sobre mil platos de aquellos manjares que dicho tengo: pues jarros de cacao con su espuma, como entre mexicanos se hace, más de dos mil, y fruta infinita. Pues para sus mujeres y criadas, e panaderas e cacaguateras era gran cosa la que tenía. Dejemos de hablar de la costa y comida de su casa, y digamos de los mayordomos y tesoreros, e despensas y botillería, y de los que tenían cargo de las casas adonde tenían el maíz, digo que había tanto que escribir cada cosa por sí, que yo no sé por dónde comenzar, sino que esperábamos admirados del gran concierto e abasto que en todo había. Y más digo, que se me había olvidado, que es bien de tornarlo a recitar, y es, que le servían al Montezuma estando a la mesa cuando comía, como dicho tengo, otras dos mujeres muy agraciadas; hacían tortillas amasadas con huevos y otras cosas sustanciosas, y eran las tortillas muy blancas, y traíanselas en unos platos cobijados con sus paños limpios, y también le traían otra manera de pan que son como bollos largos, hechos y amasados con otra manera de cosas sustanciales, y pan pachol, que en esta tierra así se dice, que es a manera de unas obleas. También le ponían en la mesa tres cañutos muy pintados y dorados, y dentro traían liquidámbar revuelto con unas yerbas que se dice tabaco, y cuando acababa de comer, después que le habían cantado y bailado, y alzaba la mesa, tomaba el humo de uno de aquellos cañutos, y muy poco, y con ello se dormía. Dejemos ya de decir del servicio de su mesa, y volvamos a nuestra relación. Acuérdome que era en aquel tiempo su mayordomo mayor un gran cacique que le pusimos por nombre Tapia, y tenía cuenta de todas las rentas que le traían al Montezuma, con sus libros hechos de su papel, que se dice amatl, y tenía destos libros una gran casa dellos. Dejemos de hablar de los libros y cuentas, pues va fuera de nuestra relación, y digamos cómo tenía Montezuma dos casas llenas de todo género de armas, y muchas de ellas ricas con oro y pedrería, como eran rodelas grandes y chicas, y unas como macanas, y otras a manera de espadas de a dos manos, engastadas en ellas unas navajas de pedernal, que cortaban muy mejor que nuestras espadas, e otras lanzas más largas que no las nuestras, con una braza de cuchillas, y engastadas en ellas muchas navajas, que aunque den con ellas en un broquel o rodela no saltan, e cortan en fin como navajas, que se rapan con ellas las cabezas; y tenían muy buenos arcos y flechas, y varas de a dos gajos, y otras de a uno con sus tiraderas, y muchas hondas y piedras rollizas hechas a mano, y unos como paveses, que son de arte que los pueden arrollar arriba cuando no pelean porque no les estorbe, y al tiempo del pelear, cuando son menester, los dejan caer, e quedan cubiertos sus cuerpos de arriba abajo. También tenían muchas armas de algodón colchadas y ricamente labradas por defuera, de plumas de muchos colores a manera de divisas e invenciones, y tenían otros como capacetes y cascos de madera y de hueso, también muy labrados de pluma por defuera, y tenían otras armas de otras hechuras, que por excusar prolijidad las dejo de decir. Y sus oficiales, que siempre labraban y entendían en ello, y mayordomos que tenían cargo de las casas de armas. Dejemos esto, y vamos a la casa de aves, y por fuerza me he de detener en contar cada género de qué calidad era. Digo que desde águilas reales y otras águilas más chicas, e otras muchas maneras de aves de grandes cuerpos, hasta pajaritos muy chicos, pintados de diversos colores. También donde hacen aquellos ricos plumajes que labran de plumas verdes; y las aves destas plumas es el cuerpo dellas a manera de las picazas que hay en nuestra España:, llámanse en esta tierra quetzales; y otros pájaros que tienen la pluma de cinco colores, que es verde, colorado, blanco, amarillo y azul; éstos no sé como se llaman. Pues papagayos de otras diferenciadas colores tenía tantos, que no se me acuerda los nombres dellos. Dejemos patos de buena pluma y otros mayores que les quería parecer, y de todas estas aves pelábanles las plumas en tiempos que para ello era convenible, y tornaban a pelechar. Y todas las más aves que dicho tenga, criaban en aquella casa, y al tiempo del encoclar tenían cargo de les echar sus huevos ciertos indios e indias que miraban por todas las aves, e de limpiarles sus nidos y darles de comer; y esto a cada género e ralea de aves lo que era su mantenimiento. Y en aquella casa había un estanque grande de agua dulce, y tenía en él otra manera de aves muy altas de zancas, y colorado todo el cuerpo y alas y cola; no sé el nombre dellas, mas en la isla de Cuba las llamaban ipiris a otras como ellas. Y también en aquel estanque había otras raleas de aves que siempre estaban en el agua. Dejemos esto, y vamos a otra gran casa donde tenían muchos ídolos, y decían que eran sus dioses bravos; y con ellos muchos géneros de animales, de tigres y leones de dos maneras; unos que son de hechura de lobos, que en esta tierra se llaman adives, y zorros y otras alimañas chicas; y todas estas carniceras se las mantenía con carne, y las más dellas criaban en aquella casa, y les daban de comer venados, gallinas, perrillos y otras cosas que cazaban, y aun oí decir que cuerpos de indios de los que sacrificaban. Y es desta manera que ya me habrán oído decir; que cuando sacrificaban a algún triste indio, que le aserraban con unos navajones de pedernal por los pechos, y bullendo le sacaban el corazón y sangre, y lo presentaban a sus ídolos, en cuyo nombre hacían aquel sacrificio; y luego les cortaban los muslos y brazos y la cabeza, y aquello comían en fiestas y banquetes; y la cabeza colgaban de unas vigas, y el cuerpo del indio sacrificado no llegaban a él para le comer, sino dábanlo a aquellos bravos animales; pues más tenían en aquella maldita casa muchas víboras y culebras emponzoñadas, que traen en las colas unos que suenan como cascabeles: éstas son las peores víboras que hay de todas, y teníanlas en unas tinajas y en cántaros grandes, y en ellos mucha pluma, y allí tenía sus huevos y criaban sus viboreznos; y les daban a comer de los cuerpos de los indios que sacrificaban y otras carnes de perros de los que ellos solían criar. Y aun tuvimos por cierto que cuando nos echaron de México y nos mataron sobre ochocientos y cincuenta de nuestros soldados e de los de Narváez, que de los muertos mantuvieron muchos días a aquellas fuertes alimañas y culebras, según diré en su tiempo y sazón; y aquestas culebras y bestias tenían ofrecidas a aquellos sus oídos bravos para que estuviesen en su compañía. Digamos ahora las cosas infernales que hacían cuando bramaban los tigres o leones y aullaban los adives y zorros y silbaban las sierpes: era grima oírlo, y parecía infierno. Pasemos adelante, y digamos de los grandes oficiales que tenía de cada género de oficio que entre ellos se usaba; y comencemos por los lapidarios y plateros de oro y plata y todo vaciadizo, que en nuestra España los grandes plateros tienen qué mirar en ello; y destos tenía tantos y tan primos en un pueblo que se dice Escapuzalco, una legua de México; pues, labrar piedras finas y chalchihuites, que son como esmeraldas, otros muchos grandes maestros. Vamos adelante a los grandes oficiales de asentar de pluma y pintores y entalladores muy sublimados, que por lo que ahora hemos visto la obra que hacen, tendremos consideración en lo que entonces labraban; que tres indios hay en la ciudad de México, tan primos en su oficio de entalladores y pintores, que se dicen Marcos de Aquino y Juan de la Cruz y el Crespillo, que si fueran en tiempo de aquel antiguo e afamado Apeles, y de Miguel ángel o Berruguete, que son de nuestros tiempos, les pusieran en el número dellos. Pasemos adelante, y vamos a las indias de tejedoras y labranderas, que se hacían tanta multitud de ropa fina como muy grandes labores de plumas; y de donde más cotidianamente le traían, era de unos pueblos y provincias que está en la costa del norte de cabe la Vera-Cruz que le decían Cotastán, muy cerca de San Juan de Ulúa, donde desembarcamos cuando veníamos con Cortés y ; y en su casa del mismo Montezuma todas las hijas de señores que tenía por amigas, siempre tejían cosas muy primas, e otras muchas hijas de mexicanos vecinos, que estaban como a manera de recogimiento, que querían parecer monjas, también tejían, y todo de pluma. Estas monjas tenían sus casas cerca del gran cu del Huichilobos, y por devoción suya o de otro ídolo de mujer, que decían que era su abogada para casamientos, las metían sus padres en aquella religión hasta que se casaban, y de allí las sacaban para las casar. Pasemos adelante, y digamos de la gran cantidad de bailadores que tenía el gran Montezuma, y danzadores, e otros que traen un palo con los pies, y de otros que vuelan cuando bailan por alto, y de otros que parecen como matachines; y éstos eran para darle placer. Digo que tenía un barrio que no entendían en otra cosa. Pasemos adelante, y digamos de los oficiales que tenía de canteros e albañiles, carpinteros, que todos entendían en las obras de sus casas: también digo que tenía tantos cuantos quería. No olvidemos las huertas de flores y árboles olorosos, y de muchos géneros que dellos tenía, y el concierto y paseaderos dellas, y de sus albercas, estanques de agua dulce, cómo viene una agua por un cabo y va por otro, e de los baños que dentro tenía, y de la diversidad de pajaritos chicos que en los árboles criaban; y que de yerbas medicinales y de Provecho que en ellas tenía, era cosa de ver; y para todo esto muchos hortelanos; y todo labrado de cantería, así baños como paseaderos y otros retretes y apartamientos, como cenadores, y también adonde bailaban e cantaban; e había tanto que mirar en esto de las huertas como en todo lo demás, que no nos hartábamos de ver su gran poder; e así por el consiguiente tenía maestros de todos cuantos oficios entre ellos se usaban, y de todos gran cantidad. Y porque yo estoy harto de escribir sobre esta materia, y más lo estarán los lectores, lo dejaré de decir, y diré cómo fue nuestro capitán Cortés con muchos de nuestros capitanes y soldados a ver el Tatelulco, que es la gran plaza de México, y subimos en el alto cu, donde estaban sus ídolos Tezcatepuca, y su Huichilobos; y ésta fue la primera vez que nuestro capitán salió a ver la ciudad de México, y lo que en ello pasó.