Época:
Inicio: Año 1 A. C.
Fin: Año 1 D.C.

Antecedente:
CONQUISTA Y DESCUBRIMIENTO DEL NUEVO REINO DE GRANADA



Comentario

En que se trata cómo Guatavita escondió sus tesoros, y se prueba cómo él fue el mayor señor de estos naturales, y como el sucesor de Bogotá, ayudado de los españoles, cobró de los panches las gentes que se habían llevado de la sabana durante la guerra dicha. Cuéntase cómo los tres generales se embarcaron para Castilla, y lo que les sucedió. La venida del licenciado Jerónimo Lebrón por gobernador de este Reino y ciudad de Santa María


Desde los balcones del Valle de Gachetá miraba Guatavita los golpes y vaivenes que la fortuna daba a su contrario y competidor Bogotá. Prosperidad humana congojosa, pues nunca hubo ninguna sin caída. Sin embargo que había hecho llamamiento de gentes; díjome don Juan, su sobrino y sucesor, para ayudar a los españoles contra el Bogotá, que todo se puede creer del enemigo, si aspira a la venganza. De las espías, asechanzas y corredores que traía, sabía lo sucedido a Bogotá, aunque no de su muerte, porque fue como tengo dicho, y no se supo en mucho tiempo.

Dijéronle a Guatavita cómo los españoles habían sacado el santuario grande del Cacique de Bogotá, que tenía en su cercado junto a la siera, y que eran muy amigos de oro, que andaban por los pueblos buscándolo y lo sacaban de donde lo hallaban, con lo cual el Guatavita dio orden de guardar su tesoro. Llamó a su contador, que era el Cacique de Pauso, y diole cien indios cargados de oro, con orden que los llevase a las últimas cordilleras de los Chíos, que dan vista a los llanos, y que entre aquellos peñascos y montañas lo escondiesen y que hecho esto se viniese con toda la gente al cerro de la Guadua y que no pasase de allí hasta que él le diese el orden.

El contador Pauso partió luego con toda esta gente y oro la vuelta de la última cordillera, que desde el pueblo de Guatavita, de donde salió, a ella hay tres días de camino. Escondió su oro él; ¿dónde? No lo sé. Volvióse con toda la gente al cerro de La Guadua, guardando el orden de su señor, a donde halló al tesorero Sueva, Cacique de Zaque, con quinientos indios armados, el cual pasó a cuchillo a todos los que habían llevado el oro a esconder, y al contador Pauso con ellos. Parece que éste fue consejo del diablo por llevarse todos aquellos y quitarnos el oro; que aunque algunas personas han gastado tiempo y dineros en buscarlo, no lo han podido hallar. Contóme esto don Juan de Guatavita, cacique y señor de aquellos pueblos y sobrino del que mandó esconder el oro; y antes que pase de aquí quiero probar como Guatavita era el señor más principal de este Reino, a quien todos reconocían vasallaje y daban la sujeción.

Ninguna monarquía del mundo, aunque se haya deshecho, no ha quedado tan destituída que no haya quedado rastro de ella, como lo vemos en el Imperio Romano, en lo del rey Poro de la India Oriental, en Darío rey de Persia, y la gran Babilonia, y otros que pudiera decir. Pues veamos agora qué rastro le hallaremos al Cacique de Bogotá para tenerlo por cabeza de su monarquía y señorío. No le hallamos más que su pueblo de Bogotá, sin que tenga otros sujetos, que si tiene algo en Tena, fue después de la conquista, y que si echaron de allí los panches, y si es porque la ciudad se llama Santa Fe de Bogotá, ya está dicha la razón por qué se le puso este nombre, por haberse poblado a donde Bogotá tenía su cercado.

Pues veamos qué rastro le quedó a Guatavita de su monarquía y señorío. Quedóle su pueblo principal de Guatavita, que conserva su nombre; junto al montecillo quedáronle las dos capitanías de Tuneche y Chaleche, que tenía una legua de su pueblo; en el camino de Tunja quedáronle el pueblo de Zaque, el de Gachetá, Chipazaque, el de Pauso, los de Ubalá y Tualá, dos con sus caciques, que le obedecían, y con esto la obediencia de los Chíos de la otra banda de la última cordillera. Paréceme que está bastantemente probado que éste fue el señor y no Bogotá, y con esto se dice que Guatavita daba la investidura de los cacicazgos a los caciques de este Reino, y no se podía llamar cacique el que no era coronado por el Guatavita. De esto sabe buena parte el padre Alonso Ronquillo, del orden de Santo Domingo, que tuvo a su cargo mucho tiempo aquellas doctrinas; y si fuera vivo el padre fray Bernardino de Ulloa, del dicho orden, dijera mucho más y mejor, porque tuvo aquellas doctrinas muchos años, que lo puso en ellas el primer arzobispo de este Reino, don Fray Juan de los Barrios, que fue quien le ordenó; y más me dijo este padre, que en quince años que sirvió este arzobispado no ordenó más que tres ordenantes, que fueron el dicho padre fray Bernardino de Ulloa, caballero notorio, el otro fue el padre Francisco García, que era de la casa del señor arzobispo y sirvió mucho tiempo de cura de la Santa Iglesia y alguno de previsor.

El otro ordenante fue el padre Romero, que fue el primer cura de Nuestra Señora de las Nieves, y el primer mestizo que se ordenó de los de este Reino; ordenáse a ruegos del Adelantado de Quesada, y del Zorro y capitán Orejuela y otros conquistadores. Servía el padre fray Bernardino de Ulloa tres doctrinas: la de Guasca, pueblo del rey; la de Guatavita y Gachetá. Asistía en cada una cuatro meses; sabía mucho de lo referido. Esta encomienda cedió en el repartimiento al Mariscal Hernando Venegas; hoy la gozan sus herederos. Y con esto vamos a Bogotá que me espera.

Ya queda dicho cómo en la guerra pasada entre Bogotá y Guatavita, sintiendo los panches de junto de la cordillera que la sabana grande estaba sin gente de guerra, salieron de su tierra y de los pueblos más cercanos a la dicha cordillera, y se llevaron toda la gente de sus haciendas. Agora, viendo que los generales trataban de irse a Castilla, el Bogotá con los indios de la dicha sabana acudieron al Adelantado don Gonzalo Jiménez de Quesada pidiéndole les diese favor y ayuda para cobrar sus mujeres e hijos.

El Adelantado acudió muy bien a esto, porque de la gente de los tres generales sacó una buena tropa, con la cual entraron los indios tan a tiempo en tal ocasión, que cobraron lo que era suyo, quitándoles a los panchos lo que tenían, y a muchos de ellos la vida en pago de las muchas que les debían. Fuéronlos siguiendo hasta los fuertes segundos de los culimas, junto al Río Grande de la Magdalena; y de allí los caribes del río y los culimas les dieron otro golpe que los hicieron volver a la tierra que habían dejado. En esta ocasión quedó Tena por el Bogotá, que le cupo en parte. Los soldados salieron aprovechados del pillaje de los panches, a donde hallaron muy buen oro en polvo; y con esto vamos a los generales, que están de camino y no pueden aguardar más.

El Cacique de Guatavita, en escondiendo su tesoro, se descubrió a los españoles dándose de paz con todos sus sujetos. El Mariscal, a quien tocó esta encomienda, lo trató muy bien y procuró que se hiciese cristiano. Bautizáronlo, llamóse don Fernando. Vivió poco tiempo; sucedióle don Juan, su sobrino. Casóle el Mariscal con doña María, una moza mestiza que crió en su casa; tuvo muchos hijos y sólo hay vivo uno llamado don Felipe.

El Cacique de Bogotá, que murió en la conquista, fue fama que no era natural de este Reino, y que el Guatavita le entronizó haciéndole Cacique de Bogotá y su teniente y capitán general para la guerra; y fue criar cuervo que le sacó los ojos, como dice el refrán. El Cacique de Suba y Tuna fue el primero que se bautizó, que en esto ganó al Guatavita por la mano; y yo la alzo de estas antigüedades.

Fundada la ciudad de Santa Fe y hecho el repartimiento por el Adelantado Quesada, señalado el asiento para la iglesia mayor y puesto de ella, y puesto también en ella por cura el bachiller Juan Verdejo, capellán del ejército de Fredermán; fundado el cabildo con sus alcaldes ordinarios, que lo fueron los primeros el capitán Jerónimo de Insar, que lo fue de los macheteros, y Pedro de Arévalo; la tierra sosegada y los tres generales conformes, concordaron todos tres de hacer viaje a Castilla a sus pretensiones. El Adelantado dejó por su teniente a Fernán Pérez de Quesada, su hermano; embarcáronse en el Río Grande en tres bergantines, y con ellos se fueron muchos soldados que hallándose ricos no se quisieron quedar en Indias. También se fueron el licenciado Juan de Lezcanes, capellán del ejército del general de Quesada,y el padre fray Domingo de Las Casas, del orden de Santo Domingo.

Llegados a Cartagena, algunos soldados se fueron a Santa Marta, otros a Santo Domingo, a la isla Española, por tener en estas ciudades sus mujeres y parte de sus caudales. En la ocasión primera se embarcaron los generales para España. Nicolás de Fredermán murió en la mar.

Llegados a Castilla, don Sebastián de Belalcázar pasó luego a la Corte a sus negocios, de que tuvo buen despacho y breve, con el cual se volvió en la primera flota a su gobierno de Popayán. El General Jiménez de Quesada, como llevaba mucho oro, quiso primero ver a Granada, su patria, y holgarse con sus parientes y amigos. Al cabo de algún tiempo, fue a la Corte a sus negocios, en tiempo que estaba enlutada por muerte de la Emperatriz. Dijeron en este Reino que el Adelantado había entrado con un vestido de grana que se usaba en aquellos tiempos, con mucho franjón de oro, y que yendo por la plaza, lo vido el secretario Cobos desde la ventana de palacio, y que dijo a voces: "¿Qué loco es ése? Echen ese loco de esa plaza". Y con esto se salió de ella. Si él lo hizo y fue verdad, como en esta ciudad se dijo, no es mucho que lo escriba yo. Tenía descuidos el Adelantado, que le conocí muy bien, porque fue padrino de una hermana mía de pila, y compadre de mis padres; y más valiera que no, por lo que nos costó en el segundo viaje que hizo a Castilla, cuando volvió perdido de buscar el Dorado, que a este viaje fue mi padre con él, con muy buen dinero que acá no volvió más, aunque volvieron entrambos.

En fin, del primer viaje trajo el Adelantado el título de Adelantado del Dorado, con tres mil dudados de renta en lo que conquistase, con que se le pagaron los servicios hasta allí hechos. Murió, como queda dicho, en la ciudad de Marequita; trasladóse su cuerpo a esta catedral, donde tiene su capellanía. Dije que tenía descuidos, y fue el menor, siendo letrado, no escribir o poner quien escribiese las cosas de su tiempo; a los demás sus compañeros y capitanes no culpo, porque había hombres entre ellos, que los cabildos que hacían los firmaban con el hierro que herraban las vacas. Y de esto no más.

Los soldados que se fueron con los generales, como iban ricos, echaron fama en Castilla y en las demás partes a donde arribaron, diciendo que las cosas del Nuevo Reino de Granada estaban colgadas y entapizadas con racimos de oro; con lo cual levantaron el ánimo a muchos para que dejasen las suyas, colgadas de paños de corte, por venir a Indias, viéndolos ir cargados de oro; los unos dijeron verdad, los otros no entendieron el frasis.

El caso fue cómo los soldados de los tres generales alojaron en aquellos bohíos que estaban alrededor del cercado de Bogotá, y en aquel tiempo no tenían cofres, ni cajas, ni petacas en qué echar el oro que tenían en unas mochilas de algodón que usaban estos naturales, y colgábanlas por los palos y barraganetes de las casas donde vivían; y así dijeron que estaban colgadas de racimos de oro.

Antes que pase de aquí, quiero decir dos cosas, con licencia, y sea la primera: que como en lo que dejo escrito traigo en la boca siempre el oro, digo que podían decir estos naturales que antes de la conquista fue para ellos aquel siglo dorado, y después de ella el siglo de hierro, y en éste el de hierro y de acero; ¿y qué tal acero? Pues de todos ellos no ha quedado más que los poquillos de esta jurisdicción y de la de Tunja, y aun éstos, tener, no digáis más.

La otra cosa es que en todo lo que he visto y leído no hallo quien dija acertivamente de dónde vienen o descienden estas naciones de Indias. Algunos dijeron que descendían de aquella tribu que se perdió. Estos parece que llevan algún camino, porque vienen con aquella profecía del patriarca en su hijo Isacar, respecto que estas naciones, las más de ellas, sirven de jumentos de carga. Al principio, en este Reino, como no había caballos ni mulas con que trajinar las mercaderías que venían de Castilla y de otras partes, las traían estos naturales a cuestas hasta meterlas en esta ciudad, desde los puertos donde descargaban y desembarcaban, como hoy hacen las arrias que las trajinan; y sobre quitar este servicio personal se pronunció un auto de que nació un enfado que adelante lo diré en su lugar. Ya no cargan estos indios, como solían, pero los cargan pasito no más.

Siendo tercer obispo de Santa Marta don Juan Fernández de Angulo, y primero de este Reino, por ser toda una gobernación, que vino a su obispado al fin del año de 1537, en el siguiente de 1538 murió el Adelantado don Pedro de Lugo, gobernador de este gobierno, en cuyo lugar puso la Audiencia Real de Santo Domingo por gobernador al licenciado Jerónimo Lebrón, en el ínterin que Su Majestad el Emperador nombrase gobernador, o que viniese de España don Alonso Luis de Lugo, el sucesor, que estaba preso en ella a pedimento del Adelantado de Canarias, su padre, que pidió al Emperador le mandase cortar la cabeza, porque de la jornada que hizo a la Sierra de Tairona y otras partes de aquel contorno, de todo lo cual allí se hizo, y con todo el oro que se ajuntó suyo y de sus soldados, sin dalles sus partes, ni a su padre cuenta de lo que se había hecho, se fue a España. Esta fue la causa por que el padre pidió le cortasen la cabeza, y también lo fue de su prisión, hasta que en Castilla se supo la muerte del gobernador su padre, y en el ínterin se puso por gobernador al dicho licenciado Jerónimo Lebrón; el cual con las nuevas que le dieron los soldados que habían bajado de este Reino, de las riquezas que había en él, le vino voluntad de venir a gozar de ellas.

Entró en este Nuevo Reino, habiendo partido de Santa Marta por el año de 1540, con más de doscientos soldados, trayendo por guías y pilotos los soldados que de este Reino habían bajado con los generales; por cuyo consejo trajo hombres casados y con hijos, y otras mujeres virtuosas, que por ser las primeras casaron honrosamente; trajo asimismo las mercaderías que pudo para venderlas a los conquistadores, que carecían de ellas y se vestían de mantas de algodón y calzaban alpargates de lo mismo. Fueron éstas las primeras mercaderías que subieron a este Reino y las más bien vendidas que en él se han vendido. Los capitanes y soldados viejos que con él venían trajeron trigo, cebada, garbanzos, habas y semillas de hortaliza, que todo se dio bien en este Reino; con que se comenzó a fertilizar la tierra con estas legumbres, porque en ella no había otro grano si no era el maíz, turmas, arracachas, chuguas, hibias, cubios y otras raíces y fríjoles, sin que tuviesen otras semillas de sustento.

Lo más importante que este gobernador trajo fue la venida del Maestre de Escuela don Pedro García Matamoros, que lo envió el señor obispo don Juan Fernández de Angulo, con título de provisor general de este Nuevo Reino, acompañado de los clérigos que pudo juntar, y fueron los conquistadores de él con la palabra evangélica; y el provisor lo gobernó muchos años con gran prudencia, procurando la conversión de los naturales. Entró el gobernador por Vélez, al principio del año de 1541, y aquel cabildo lo recibió muy bien, el cual dio luego aviso al teniente Hernán Pérez de Quesada, que lo sintió; y para que en Tunja no le recibiesen, partió luego a la ligera, para verse con el capitán Gonzalo Suárez, que estaba del mismo parecer. Ordenaron de salir al camino antes que el gobernador entrase en la ciudad. Hiciéronlo así, y después de haberle hecho sus requerimientos, a que el gobernador respondió muy cortés, y después que se trataron más en particular y amigablemente, el gobernador les prometió favorecerlos en todo lo que en él fuese, y que no se había movido a subir a este Nuevo Reino más que a hacer a sus descubridores y conquistadores todo el bien que pudiese; en cuya conformidad les confirmó el repartimiento de las encomiendas, y ellos se lo pagaron muy bien, con capa que le pagaban las mercaderías que le habían comprado, con que se volvió muy rico a la ciudad de Santa Marta, y de ella a la de Santo Domingo.

Quedaron en este Reino, de los soldados que vinieron con él, los siguientes:

El capitán Hernando Velasco, conquistador y poblador de la ciudad de Pamplona.

El capitán Luis Manjarrés, vecino de la ciudad de Tunja.

El capitán Jerónimo Aguayo, vecino de la ciudad de Tunja; el primero que sembró trigo en ella.

El capitán Diego Rincón, vecino de Tunja.

El capitán Diego García Pacheco, vecino de Tunja.

El capitán don Gonzalo de León, encomendero de Siquima, digo de Simijaca, Suta y Tausa, vecino de Santa Fe.

El capitán don Gonzalo de León, encomendero de hijos naturales.

El capitán Lorenzo Martín, conquistador de Santa Marta, vecino de la ciudad de Vélez.

Pedro Niño, vecino de Tunja.

Diego de Paredes Calvo, vecino de Tunja.

El capitán Mellán.

El capitán Morán.

Alonso Martín.

Francisco Arias.

Blasco Martín.

Iñigo López, en Tunja.

Francisco Melgarejo, en Tunja.

Pedro Garrasco.

Juan de Gamboa.

Francisco Álvarez de Acevedo.

Sancho Vizcaíno.

Pedro Teves.

Antón Paredes de Lara.

Antón Paredes, portugués.

Pedro de Miranda.

Pedro Matheos.

álvaro Vicente.

Juan de Tolosa.

Francisco Gutiérres de Murcia, en Santa Fe.

De la gente que vino con el Licenciado Jerónimo Lebrón volvió mucha con él; otra parte subió al Pirú y gobernación de Popayán; otros se fueron a Castilla con buenos dineros; los hombres casados y mujeres quedaron en este Reino, que fueron las primeras:

Y con esto pasemos adelante con la historia.