Comentario
La nueva geografía agraria surgida de la expansión de los siglos XI, XII y XIII, ofrece un panorama muy desigual. En principio, dicha expansión fue sobre todo extensiva; gracias a los avances técnicos y la forma más racional de explotación de la tierra, el campesinado de la época pudo lanzarse a la ocupación de nuevas tierras a través de las roturaciones y de la deforestación.
Aunque las roturaciones habían comenzado mucho antes del año mil -al menos en parte de la Galia y Germania, Cataluña y algunas otras zonas de Italia e Hispania-, el avance limitado por las dificultades técnicas y las amenazas exteriores había imprimido un lento despertar del esfuerzo roturador, el cual se aceleró a partir del siglo XI por iniciativa y voluntad de los propios campesinos, que fueron ampliando los terrenos ya cultivados a costa del monte bajo, el bosque o los pantanos.
En todo caso, esta "roturación particular" es la que menos noticias ha dejado en la documentación, aunque fuera un agente importante que impulsaría después los programas colectivos y dirigidos de las grandes roturaciones civiles y eclesiásticas. Pero claro está que dicho esfuerzo y los resultados del mismo estuvieron condicionados por las circunstancias propias de cada región, en una Europa en la que todavía el medio físico era fundamentalmente hostil y lleno de dificultades en buena parte de su superficie controlada.
La nueva geografía, sin embargo, ofrece como mayor novedad la multiplicación de aldeas, villas y comunidades rurales que constituyeron el resultado más ostensible de las roturaciones a partir del siglo XI. Y si estamos todavía escasamente informados sobre el esfuerzo inicial e individual del campesinado en el arranque del proceso colonizador, disponemos en cambio de abundantes noticias acerca del proceso de formación y consolidación de las agrupaciones rurales a través de: las "cartas de población", que recogen los incentivos ofrecidos por sus concedentes a quienes fuesen a poblar lugares señalados; los "contratos de pariage", que contenían las condiciones de asociación en una roturación colectiva; las disposiciones legales al respecto; y las referencias al aumento de diezmos, la dispersión de los mismos y los contratos específicos de determinadas plantaciones (ad plantandum).
Las iniciativas señoriales fueron seguramente las que mayor motivación generaron en la instalación del campesinado en las nuevas tierras y la puesta en cultivo de las mismas; bien porque así se aseguraban caminos, fronteras o defensas (extremaduras, bastidas, etc.) o bien buscando mayores rentas de los dominios a través de la explotación del derecho jurisdiccional o "ban", soportado cada vez por mayor número de brazos. Del atractivo ofrecido por los señores a los campesinos en cuanto a exenciones, dispensas o reducciones de los derechos de talla, multas o "calonias", servicio militar y "corveas" (prestaciones en la reserva señorial) dependería el éxito de la roturación y acogida campesina de la posibilidad de trasladarse a las nuevas aldeas, villas y comunidades.
Un salto más hacia la concentración humana en el medio rural fue la aparición de nuevas poblaciones de trazado regular, donde las casas se agrupaban a lo largo de un camino, o de trazado reticular o poligonal, en las que la concentración era irregular. Pero la iniciativa particular hizo aparecer asimismo explotaciones familiares en un poblamiento intercalar protegido por separaciones en altura o superficie; aunque, con la presión feudal, muchas de ellas acabaran incorporadas a las explotaciones señoriales.
La colonización no se hizo sólo a costa del bosque, el monte bajo o las laderas de los valles más practicables. En los Países Bajos comenzaron a levantarse diques y obras de drenaje para evitar que el mar invadiera la costa que podía aprovecharse como terreno roturable. En este caso fue decisiva la iniciativa de los condes de Flandes y de las abadías cistercienses a partir del siglo XII. La desecación, desalinización, removida y abono fueron operaciones que dejaron, gracias a los "polders", preparado el terreno para los cultivos o la estabulación ganadera. La necesidad de controlar el drenaje y garantizar la seguridad y pervivencia de los "polders" facilitó los agrupamientos humanos de vigilancia del drenaje (wateringues). Después de dos siglos de operaciones la costa de Flandes se transformó en una zona próspera y de agricultura desarrollada, favoreciendo el mercado y la consolidación de núcleos urbanos importantes.
Alemania aprovechó la experiencia de los Países Bajos, aunque la desecación de lagunas y pantanos revistió otro tipo de dificultades a menor escala que en la costa. Y en Italia la lucha fue también constante en regiones de elevaciones del terreno en las que la amenaza era la erosión (Umbría, Toscana, Liguria, etc.), debiendo acondicionar las terrazas en pendientes y buscar los cultivos más apropiados y resistentes. La frecuente inundación del valle del Po también requirió un esfuerzo protector continuado y a lo largo del siglo XIII algunas de las grandes corrientes de agua se canalizaron, ampliando la tierra arable en sus controladas villas. La irrigación y el drenaje permitió en Italia la creación de un nuevo paisaje y geografía agraria con una productividad creciente y la generación de un comercio importante y variado de productos y medios de ejecución.
En cuanto a la "colonización periférica o exterior", hay que señalar la "importancia relativa" de la expansión germánica tras el Elba y el Saale, que comportó una ocupación militar primero y una colonización después sin que hubiese grandes trasvases de población durante el siglo XII. Sus instigadores fueron los príncipes y las órdenes militares, especialmente la de los caballeros teutónicos, pero también cistercienses y premonstratenses se interesaron en la empresa. Todos ellos confiaron, no obstante, dicha empresa a los "locatores", encargados de localizar los emplazamientos, agrupar a los inmigrantes, aportar el capital y dirigir la operación de creación de nuevos poblados.
En el este de Alemania, la agricultura prosperó rápidamente a la vez que retrocedían landas, pantanos y bosques, produciéndose excedentes de cosechas que se exportaron a los mercados de la Europa occidental. Todo ello propició la aparición de una geografía o paisaje agrario en el que las casas de los colonos con sus huertos se distribuían sobre la calle principal que era el eje de la roturación, y las diferentes parcelas se repartían en bandas paralelas que eran perpendiculares a dicha vía principal, en una estructura de espina de pescado.
El modelo alemán de colonización en el este fue seguido por los príncipes eslavos, creando nuevas aldeas que han dejado su recuerdo en topónimos en "wola" (aldea libre) frecuentes en Polonia. Pero el esfuerzo germánico del "Drang nach Osten" se concentró fundamentalmente en dos expansiones: hacia el bajo Vístula, controlado entre 1230 y 1240, y sobre las tierras bálticas, y hacia el Danubio medio y el occidente de Hungría.
Pero también en Occidente se produjeron diferencias regionales acusadas. Mientras que en Inglaterra la cuenca londinense presentaba grandes avances en comparación con el resto de Inglaterra, la cuenca Parísina anunciaba ya una limitación al crecimiento a mediados del siglo XIII; siglo en el que la colonización germana ofrecía su mayor fuerza, cuando en los "reinos cristianos hispánicos" se remataba la expansión militar, repobladora y ganadera, con la ocupación de Baleares, Valencia, Murcia y Andalucía occidental, hasta entonces en manos musulmanas; después de un esfuerzo continuado de "revalorización de tierras y restauración de villas y ciudades" iniciado en el siglo XI que no evitó, sin embargo, la desigual repoblación y el diferente carácter de los asentamientos con predominio cristiano o mudéjar, estructuras rurales o urbanas, de iniciativa y dirección señorial, eclesiástica o militar.
Desde el siglo XII, superada en muchas áreas la producción destinada simplemente a la autosubsistencia, se fue ampliando la producción dirigida hacia la comercialización y la potenciación del policultivo. Como consecuencia surgieron huertas en los extremos intra o extramuros de los núcleos de concentración campesina, se plantaron legumbres y plantas tintóreas, se introdujo la vid en zonas de cultivo difícil y se especializaron suelos para grandes extensiones dedicadas a cultivos exclusivos.
El aumento de la ganadería ofreció el complemento adecuado en muchas zonas en las que produjo riqueza añadida al consumirse como carne, aprovecharse como fuerza de trabajo y transporte y demandarse sus lanas y cueros en la industria pañera y de curtidos. De esta forma, comunidades campesinas, monasterios, órdenes militares y concejos urbanos tuvieron en la ganadería un complemento importante que exigió la regulación del uso de pastos comunales, tierras de barbecho, cañadas y rutas pecuarias.
En conjunto, pues, el nuevo paisaje agrario se fue conformando al ritmo de las roturaciones, colonizaciones, especializaciones de cultivos, conquistas militares, codicias señoriales y traspaso de poderes de manos musulmanas a cristianas en el caso de la Península Ibérica. Sin embargo, los resultados no fueron excesivamente llamativos ni rotundos; acaso porque la agricultura medieval, antes y aún después de 1300, no superó los mecanismos de una economía tradicional abocada principalmente al consumo y no tanto a la transformación y comercialización.