Comentario
Tras la muerte de Rodolfo de Habsburgo (1291), la victoria de Alberto I (1298-1308) sobre Adolfo de Nassau (1292-1298) en la batalla de Göllheim (1298) puso fin a la política expansionista de este último. A su vez, abrió las puertas al proyecto de transformar el Imperio en una monarquía hereditaria bajo los Habsburgo. Estos consiguieron aumentar sus bases territoriales gracias a la toma de Bohemia (1301) por parte de Rodolfo el Joven, uno de los hijos del nuevo emperador. Sin embargo, el asesinato de Alberto en 1308 y la constante oposición del papa Bonifacio VIII terminaron por echar por tierra las aspiraciones de su linaje, que no recuperaría la dignidad imperial hasta 1438.
La casa de Luxemburgo consiguió acaparar la institución casi sin intervalos entre 1308 y 1438. Pero en la mente de los emperadores de la nueva dinastía no estuvo nunca la centralización del poder, ya que se limitaron a luchar por sus propios intereses privados, acosados por la ambición de los príncipes alemanes. Pese a todo lo dicho, el primero de los Luxemburgo, Enrique VII (1308-1313), teórico vasallo del rey de Francia y hermano del influyente arzobispo Balduino de Tréveris, trató de superar las barreras localistas existentes en Alemania y apostar por la recuperación del ideal universalista que había nutrido con anterioridad al Imperio.
Con el fin de alcanzar el segundo de sus propósitos emprendió una campaña en Italia (1310-1313), saludada por Dante con gran animo en su "De Monarchia". El emperador impuso a los Visconti en Milán y a los Scaligeri en Verona en calidad de vicarios imperiales. En 1312 Enrique llegó a ser coronado sin la presencia del pontífice a las puertas de Roma, ocupada por tropas angevinas. Pero, cuando se disponía a invadir el reino de Nápoles, le sorprendió la muerte en Siena (1313). El proyecto imperial había fracasado clamorosamente ante los poderes fácticos de la península italiana, representados por el Papado y los Anjou, sobre todo tras retirarle su apoyo algunas ciudades importantes como Florencia. Dichas circunstancias marcaron el inicio del abandono de la cuestión italiana por parte de los emperadores alemanes.
En 1314 fue elegido emperador Luis IV de Baviera (1314-1347), gracias al apoyo de la familia Luxemburgo, cuyo candidato era el todavía niño Juan (1310-1346), hijo del emperador Enrique y futuro rey consorte de Bohemia. Seguidamente, un grupo de electores, en desacuerdo con la elección, elevaron a la dignidad imperial al duque de Austria, Federico el Hermoso de Habsburgo, escudándose en la ilegitimidad de Luis y en el apoyo del Papado al candidato Habsburgo. Durante ocho años el país estuvo en guerra, hasta que en 1322, en el transcurso de la batalla de Mühldorf, Luis el Bavaro consiguió derrotar a su oponente con el empleo de tropas suizas.
Tras su consolidación en el poder, fortaleció las bases patrimoniales de su familia, los Wittelsbach, quienes pasaron a controlar Carintia (1319) y Tirol (1342). Holanda, Zelanda y Frisia también se incorporaron a los dominios de Luis IV, tras la muerte de su cuñado Guillermo de Holanda en el año 1345. Enfrentado abiertamente con el papa Juan XXII -fue excomulgado en 1324-, consiguió permanecer en el trono gracias al apoyo de Eduardo III de Inglaterra, quien veía en el bávaro un inestimable aliado en sus guerras contra Francia. Una vez asentados los cimientos materiales de su hegemonía en Alemania, Luis pretendió que ésta se viera legitimada por los cauces legales. Así, fue coronado emperador en Roma por el anti-papa Nicolas V en el transcurso de su, por otra parte, desafortunada campaña italiana (1327-1330) y promulgó en la dieta de Rhens (1338) la irrelevancia de la coronación papal en el ejercicio de la autoridad imperial.
En su bula "Licet Iuris", redactada a instancias de Balduino de Tréveris, llegó a afirmar que el emperador podía hacer pleno uso de su título sin que fuera coronado por el pontífice, sentencia que presuponía el derecho exclusivo de los alemanes a designarle. No obstante, la idea de un imperio laico, presente en el "Defensor Pacis" de Marsilio de Padua, terminó por no cuajar.
A la muerte de Luis IV, Carlos IV de Luxemburgo (1347-1378), hijo de Juan de Bohemia, fue elegido emperador por los tres arzobispos alemanes y por su propio padre, sin contar con la confirmación papal. Las directrices principales de su política fueron el engrandecimiento de los bienes patrimoniales de su familia y la definitiva germanización del Imperio.
Por lo que respecta al primer punto de su programa político, en 1353 consiguió apoderarse del Palatinado Superior. En 1363, tras la firma del tratado de Fürstenwalde, obtuvo los derechos sobre Brandeburgo, cedidos a sus hijos menores en 1373. Por último, entre 1368 y 1369 anexionó Silesia y Lusacia a sus vastos dominios. En cuanto al segundo de sus propósitos, resulta sumamente significativo cómo el emperador dejó absolutamente de lado la cuestión italiana, limitándose a realizar un breve viaje a la península con el objeto de recibir la corona de los lombardos en Milán y ser coronado por el papa en Roma en 1355, ocho años después de su elección.
Abandonada la política italiana, Carlos IV hizo del reino de Bohemia el centro neurálgico del Imperio. Su capital, Praga, se vio engalanada por edificios góticos tan relevantes como la Catedral de San Vito o el Palacio Hradcani y contó desde 1348 con una de las más importantes universidades del ámbito germano.
La "Bula de Oro", ideada por el emperador y aprobada por las Dietas de Nüremberg y Metz en 1356, supuso la superación definitiva de los ideales universalistas que habían alimentado hasta la fecha al Imperio como institución. Su objetivo inicial era el de evitar conflictos en las elecciones imperiales a través de una detallada definición de los derechos políticos de los electores. Sin embargo, la promulgación de la bula derivó en el reconocimiento por parte del emperador de la amplia autoridad de los príncipes alemanes y en el abandono de los proyectos italianos. Según J. Heers, el documento imperial suponía la entrada en escena de "una nueva concepción de un Imperio fundamentalmente alemán".
El ceremonial imperial se germanizó, al ser seleccionadas Francfort y Aquisgrán como respectivas sedes de la elección y coronación del emperador romano por elección. Los electores obtuvieron innumerables privilegios: transmisión del derecho al voto por vía de primogenitura masculina; carácter indivisible de los principados; derechos sobre las minas y sobre los impuestos de los judíos, antiguos monopolios imperiales; potestad pare acuñar moneda; tipificación de la conspiración contra un príncipe elector entre los delitos de lesa majestad; etc. Todo ello preparaba el advenimiento de la "Alemania de los Príncipes".
Tres años mas tarde, con la promulgación del "Privilegium Matus", los Habsburgo, en calidad de duques de Austria, alcanzaban la dignidad de electores, pilar de su segundo y definitivo asalto al título imperial en el segundo tercio del siglo XV. Carlos IV iniciaba así un acercamiento a la dinastía rival, que culminaría con el tratado de Brünn (1364), mediante el cual, en caso de extinguirse una de las dos familias, sus territorios pasarían a la superviviente. Los acuerdos del pacto tuvieron efecto en 1437 con la extinción de los Luxemburgo; los dominios de los Habsburgo, hasta entonces limitados a Tirol y Carintia, aumentaron considerablemente.
Las consecuencias inmediatas del programa reformador de Carlos IV fueron principalmente tres. En primer lugar, la dignidad imperial pasó a ser monopolio exclusivo de Luxemburgo y Habsburgo, cuyos intereses se fusionaron tras el acuerdo de Brünn. En segundo término, la injerencia de los pontífices en los asuntos internos del Imperio disminuyó de forma elocuente. Por último, la condición de "primus inter pares" del emperador se vio acentuada ante el creciente poder de los príncipes alemanes.
Entre tanto, numerosas ciudades alemanas se veían amenazadas por la presión de príncipes y caballeros. Al ser ineficaz la protección imperial, comenzaron a surgir ligas o hermandades de ciudades con la intención de defenderse de los abusos de la nobleza. A mediados del siglo XIII las ciudades de Renania ya habían recurrido a este tipo de alianza pare proteger sus intereses (1254). Pese a la prohibición explicita de la "Bula de Oro", entre 1376 y 1377, se constituyó la Liga de Ciudades de Suabia, cuyas reivindicaciones serán retomadas más tarde por otras hermandades. Dichas ligas urbanas se asociaron en ciertas ocasiones con movimientos de naturaleza distinta, como el independentismo de los confederados suizos (1381-1389).
El sucesor de Carlos IV, su hijo Wenceslao el Perezoso (1378-1419), rey de Bohemia y señor de Silesia, heredó de su padre su amor por los dominios bohemios y continuó la labor paterna de mecenazgo del llamado Renacimiento Bohemio. Volcado en sus dominios bohemios, dejó de lado la política imperial y dinástica, a pesar de apoyar a su hermano Segismundo -Margrave de Brandeburgo desde 1378- en su promoción a la corona húngara como consorte de una hija del rey magiar (1380-1387). El abandono de los asuntos imperiales por parte de Wenceslao respondía al fracaso de su mediación en la paz de Nüremberg (1383), vana tentativa de acabar con las luchas intestinas entre príncipes, caballeros y ciudades.
En 1400, en pleno Cisma de Occidente, los electores, ante la pasividad inicial de Wenceslao, decidieron deponerle y eligieron a Roberto del Palatinado (1400-1410) como nuevo emperador, quien, pese a contar con el reconocimiento del papa romano Gregorio XII, sólo consiguió imponer su autoridad sobre Renania. El Sacro Romano Imperio alcanzaba de esta forma el nivel de prestigio más bajo de toda su historia en la escena política europea. A la muerte de Roberto, Alemania vivió momentos de cisma político, fruto de la división existente entre los electores imperiales. Durante un año el imperio contó con tres titulares: Jobst de Moravia, Segismundo y Wenceslao. No obstante, en 1411 la muerte del primero y la renuncia del último desembocaron en la elección única de Segismundo (1410/11-1437), último emperador de la casa de Luxemburgo, quien, pese a su celo religioso, no fue coronado por el papa Eugenio IV hasta 1433.
Segismundo, al igual que su hermano y antecesor, abandonó un tanto los asuntos estrictamente alemanes en beneficio de sus intereses personales. Así, el emperador trató de consolidarse en el trono bohemio, al que había accedido en 1419 a la muerte de Wenceslao, no dudando pare ello en afrontar una dura guerra contra el nacionalismo husita (1419-1436). Igualmente, intervino de forma decidida en los concilios de Constanza (1414) y Basilea (1431), que sellaban el final del Cisma y abrían las puertas al movimiento conciliarista.
La situación interna de Alemania se deterioraba poco a poco. En el centro y en el sur del país grupos de caballeros se dedicaban al saqueo y al pillaje. Ante la indefensión existente, surgieron en la zona de Westfalia tribunales secretos (Femes), establecidos por el patriciado urbano con la intención de acabar con la violencia señorial. Segismundo trató de imponer una solución desde arriba, pero ésta, que implicaba la alianza entre las ligas urbanas y el emperador, fue rechazada por los príncipes.
La actuación del emperador cabe enmarcarla dentro de las diversas tentativas imperiales de conseguir la pacificación de Alemania, bien mediante acuerdos parciales (Landfriede), bien a través de pactos generales (Reichslandfriede). Precisamente en estos años aparece el texto anónimo de la "Reformatio Sigismundi", que aunaba criterios políticos y religiosos.
En esta época, el escenario político alemán se enriqueció con dos nuevos principados que adquirirán muy pronto un gran protagonismo: Brandeburgo, núcleo primigenio del estado prusiano, bajo Federico I de Hohenzollern (1415), y Sajonia, gobernada por Federico el Belicoso de Wettin (1423).
A la muerte de Segismundo, la amenaza de los turcos -vencedores en Nicópolis (1396)- sobre las fronteras orientales del Imperio motivó que la dignidad imperial recayera en un príncipe del este de Alemania, Alberto II de Habsburgo (1438-1439), duque de Austria y yerno del emperador desaparecido. Bajo su breve mandato se produjo la primera unión dinástica de Austria, Hungría y Bohemia, gracias a la doble herencia de Habsburgo y Luxemburgo. Su programa político preveía un fortalecimiento de la autoridad imperial a través del apoyo de las ciudades, pero su repentina muerte, provocada por una septicemia, aparcó para siempre el proyecto.
Su primo y sucesor, Federico III de Estiria (1440-1493), trató de establecer su potestad sobre el Imperio y sobre los territorios patrimoniales de los Habsburgo, divididos desde 1379. Para la consecución del primero de sus propósitos firmó el Concordato de Viena (1448) con la Santa Sede, asegurando así la integridad eclesiástica de Alemania y posibilitando cierto control imperial sobre la poderosa Iglesia germana. Federico mantuvo en todo momento muy buenas relaciones con Roma gracias a su posición firme contra los conciliaristas y a las influencias de su consejero Eneas Silvio Piccolomini -futuro Pío II- en el circulo de Eugenio IV.
Con el fin de fortalecer su autoridad, en 1455 rechazó la propuesta de los príncipes electores de crear un consejo imperial (Reichsregiment), al considerarlo un recorte de las competencias del emperador. Otras medidas a destacar dentro de la misma línea fueron la creación de un tribunal secreto bajo control imperial (Santa Vehma) y la firma de una tregua general entre príncipes, caballeros y burgueses en 1488.
Pese a sus esfuerzos no pudo evitar que los reinos de Hungría y Bohemia abandonaran momentáneamente la órbita imperial bajo los regentes Juan Hunyadi y Jorge Podiebrady, respectivamente. Matías Corvino, hijo del primero y rey electo de Hungría llegó incluso a tomar Viena, capital de los Habsburgo (1485). El monarca magiar ocupó Estiria, Carintia y la Baja Austria hasta 1490. El emperador, acosado por las incursiones otomanas en sus dominios entre 1471 y 1480, tuvo que realizar algunas concesiones territoriales a Polonia y Borgoña con el fin de reclutar aliados contra la "Sublime Puerta".
Si bien sus medidas de fuerza fracasaron rotundamente, no ocurrió lo mismo con su política de alianzas matrimoniales. Gracias a ella consiguió incorporar al patrimonio de los Habsburgo territorios tan dispares como Tirol y Borgoña (1482).
Su hijo Maximiliano I (1493-1519), casado con Maria de Borgoña desde 1477, continuó la política diplomática iniciada por su padre, cuyos resultados instalaron años mas tarde a los Habsburgo en los tronos de España, Hungría y Bohemia. Su éxito radicó en la firma de ventajosos pactos matrimoniales (Bohemia, 1491; Hungría, 1515; Castilla, 1496) y en la extinción de importantes familias reales centroeuropeas como los Jagellones (i525).
Partícipe de las tareas de gobierno desde su elección como "Rex Romanorum" (1486), en su mente se hallaba la idea de convertir el Imperio alemán en un estado a imagen y semejanza de Francia, Inglaterra o España. Para ello no dudó en promulgar medidas centralizadoras en las Dietas de Worms (1495), Augsburgo (1500) y Colonia (1512), aunque tan sólo se aplicaron en Austria y en el resto de sus dominios patrimoniales. En 1495 decretó la Paz General Perpetua para todo el imperio (Ewiger Landfriede), estableciendo, a su vez, la sede del tribunal imperial (Reichskammergericht) en Francfort y la recaudación del llamado céntimo común (Gemeine Pfennig), tasa imperial de escaso cumplimiento fuera de Austria. En 1500 Maximiliano creó un consejo permanente de regencia (Reichsregiment), con el fin de asegurar el gobierno del Imperio en momentos de crisis. Por último, en 1512 otorgó mayor poder a las decisiones de la Dieta y planteó la necesidad de un registro de los recursos imperiales.
La ineficacia de las reformas de Maximiliano demostró que el Imperio no había fracasado solamente como institución universal, sino también, en palabras de J. P. Cuvillier, como "nación o estado nacional". La decadencia imperial se hizo aún mas patente tras el reconocimiento de la independencia de la confederación suiza en 1499.