Época: Pontificado y cultur
Inicio: Año 1300
Fin: Año 1500

Antecedente:
Cultura y espiritualidad



Comentario

Los debates intelectuales, las transformaciones en el pensamiento , y las nuevas formas de piedad y las demandas de reforma, constituyen una parte de los cambios de actitud en la concepción del hombre y la visión del mundo a los que podemos denominar Humanismo.
Lejos del concepto de Humanismo como fenómeno renacentista, antagónico de lo medieval, el Humanismo es tan medieval como lo son los siglos XIV y XV, aunque su interés, orientación y ámbito de desarrollo sea diferente de conceptos que podemos llamar medievales. El Humanismo nace en ambientes burgueses y urbanos como respuesta a inquietudes culturales no satisfechas por la cultura clerical y el método escolástico; responde a una mentalidad que se niega a la aceptación, sin más, de autoridades, que gusta de la observación, y que busca en las obras de la Antigüedad clásica un modelo y una fuente de inspiración.

En cierto sentido, esa mirada retrospectiva tiene un paralelo en la búsqueda de una pretendida simplicidad y pureza en el Cristianismo primitivo; también el espíritu que demanda reformas aboga por un retorno a la Antigüedad clásica, a los orígenes del Cristianismo. No se trata solamente de una vuelta admirada hacia el pasado clásico: hay un cambio sustancial en la concepción de la vida del hombre como algo no simplemente fugaz, un mero transito, sino como una etapa destinada a dejar memoria, y, en consecuencia, una diferente forma de entender la muerte como una dolorosa ruptura con un mundo placentero.

El Humanismo es, esencialmente, una forma de entender la vida y el hombre, que pasa a ser el centro de una sociedad menos teocéntrica de lo que ha venido siendo hasta ahora; el Humanismo es, a veces, crítico con algunas posiciones eclesiásticas, como lo fueron los movimientos reformadores, pero no ha de confundirse una actitud que, generalmente, no es contraria a la fe sino anticlerical. Son hechos muy distintos, hasta el punto que cierto anticlericalismo puede actuar, en ocasiones, como eficaz defensa de la fe.

Es radicalmente contrario a la concepción de la pobreza que se había desarrollado en el siglo XIII, y que había hecho ella no sólo una virtud excelente sino el único medio de vivir la perfección cristiana; el Humanismo considera el éxito como una manifestación de la virtud. La riqueza honestamente adquirida es una prueba de superioridad y base, a su vez, de virtud, ya que permite al hombre hacer bien a los demás.

Es el Humanismo una actitud cultural que busca en el estudio de los clásicos una incorporación de sus concepciones, no un simple aprendizaje; un nuevo modo de cultura, con el rechazo del anquilosado método escolástico. Su postura puede ser antiescolástica, pero el estudio de los clásicos se hace a través de los códices amorosamente custodiados en las bibliotecas monásticas, evidente aportación medieval. Se desarrolla al margen de la universidad, dominada por la escolástica, pero, ya en el siglo XV, los humanistas se incorporan a los claustros universitarios.

Los inicios de la concepción humanista pueden ser hallados en un autor y en obras tan medievales como Dante Alighieri y su "Divina Comedia" y "De Monarchia". El hombre como centro, el amor plenamente humano y la pasión política constituyen líneas conductoras de la primera de las obras. La segunda expone una concepción plenamente medieval del Imperio, pero también de una Monarquía absolutamente laica al margen de la jerarquía eclesiástica, es decir, un ideal plenamente humanista.

En Francesco Petrarca (1304-1374) hallamos muchos de los rasgos definitorios del Humanismo, dentro del más estricto respeto a la Iglesia y a las verdades de la fe, sin perder de vista las inquietudes del momento y los ideales políticos; el gusto naturalista por el paisaje, la preocupación por la gloria personal, el recuerdo de la grandeza de Roma, y también la concepción del estado religioso como la máxima perfección, sin que se hallen ausentes graves contradicciones con ese estado religioso. Estos rasgos componen algunas de las características esenciales de la época.

Petrarca estudia los clásicos y lee habitualmente a san Agustín, cuyas "Confesiones" constituyeron una lectura casi diaria; vibrante en su patriotismo italiano, residió gran parte de su vida en Aviñón al servicio del Pontificado, y recorrió Francia y Alemania, lo que le permitió acceder a importantes bibliotecas y mantener contactos con numerosos intelectuales. Ejerció un gran influjo en la difusión de los valores humanísticos y en la orientación de la producción literaria y del nuevo estilo poético.

Relacionado estrechamente con él, Giovanni Bocaccio (1313-1375) aparece también como una síntesis de concepciones humanísticas y medievales; inmoral en su forma y moralizante en sus objetivos, anticlerical, pero también satírico con los defectos de la burguesía, y ensalzador de los valores caballerescos. La proliferación de copias de su "Decamerón" demuestra su sintonía con los valores de una época a la que incorpora temas desarrollados por la literatura medieval, y también la novedad de sus planteamientos.

Durante el medio siglo que, casi simétricamente, compone el último cuarto del siglo XIV y el primero del siglo XV, los humanistas recopilan los textos clásicos y realizan su estudio, no sólo de las obras latinas ya conocidas, y de otros autores latinos poco conocidos u olvidados, sino de muchas obras griegas, que dan el tono de intima unidad de la cultura clásica. La situación del Imperio bizantino y la consiguiente huida de intelectuales griegos hacia Occidente, así como los contactos entre la Iglesia latina y la griega, en especial en los concilios de Constanza y Basilea, impulsaron decisivamente el conocimiento de la lengua y de los autores griegos.

Instrumento esencial de ese estudio crítico es la formación de bibliotecas que llegan a alcanzar un número extraordinario para la época, como la que van formando los Médici; entre todas ellas ninguna tiene el volumen que la Vaticana, fundada por Nicolás V. Lo más interesante es la dimensión de estas bibliotecas como instrumento de adquisición del saber, al servicio de los estudiosos, evidentemente un círculo muy restringido.

El Humanismo era recuperación de textos y autores, pero no para su utilización como autoridades aceptadas sin más, al modo escolástico, sino como medio de ampliar la formación del estudioso, elevar su capacidad intelectual y su virtud, y, por tanto, desarrollar la capacidad creadora del hombre. Había ahí otra característica esencial: el Humanismo pretende formar minorías dirigentes, no clérigos. Una aristocratización de la cultura, como propia únicamente de selectos círculos, es inherente al Humanismo. Es también una pedagogía que propone un distinto sistema de valores; la enseñanza de las lenguas clásicas es, en fin, imprescindible medio para el conocimiento directo de los autores y vehículo de expresión de los nuevos valores y el estilo humanístico.

Humanistas de esta época fueron Coluccio Salutati, Guarino de Verona, Vittorino de Feltre, Niccolo Niccolini, Leonardo Bruni y León Battista Alberti, cuya obra se prolonga en el tercer cuarto del siglo XV, por citar algunos de los nombres más relevantes.

La tercera fase del Humanismo alcanza la plena madurez, especialmente en la segunda mitad del siglo XV, al tiempo que se incrementa la llegada de intelectuales griegos, ya antes de la caída del Imperio, como, evidentemente, tras sucumbir Constantinopla. El Humanismo se difunde desde determinados centros, habitualmente cortes principescas, que, protegiendo a los intelectuales, se convierten en focos culturales. Todas las ciudades italianas lo son en gran manera, pero destacan considerablemente Florencia, Roma y Nápoles.

Florencia ofrece una nueva generación de humanistas tales como Poggio Bracciolini, autor de una historia de Florencia; Francesco Filelfo y Gianozzo Manetti. El impulso humanista de la Corte pontificia romana les atrajo hacia allí: Nicolás V encargó a Filelfo una traducción de la "Ilíada" y la "Odisea", que no pudo concluir antes de la muerte de su protector, y nombró a Manetti su secretario. La escuela florentina ejercerá indiscutida hegemonía a finales del siglo XV, durante el gobierno de Lorenzo de Médicis.

La llegada al solio pontificio de Tomas Parentucelli, Nicolás V, y de Eneas Silvio Piccolomini, Pío II, convierte a Roma en otro de los grandes focos del Humanismo. En ella descuellan figuras como las de los propios Pontífices: Pío II, creador del término europeo, en su reflexión "De Europa", sobre el concepto de civilización; la de Nicolás de Cusa, hombre de ciencia, expositor del heliocentrismo, bastante tiempo antes que Galileo, y también crítico del conciliarismo radical, a pesar de su inicial defensa de la idea conciliar; también Flavio Biondo, innovador de la metodología histórica.

La Corte napolitana de Alfonso V constituye un gran centro humanista, indudablemente por las propias convicciones de un monarca de cultura tan notable como el soberano aragonés, el hombre que, todavía muy joven, causó sensación en los embajadores alemanes, cuando, a causa de la grave enfermedad de su padre, hubo de llevar personalmente las negociaciones de Perpiñán, que abren el paso hacia la retirada de obediencia a Benedicto XIII.

Las difíciles relaciones de Alfonso V con Martín V y Eugenio IV, perfectamente explicables en el contexto general de la política, justifican la desconfianza con que en la Curia romana fue visto el Humanismo, y los esfuerzos que hubieron de desarrollar los mismos Pontífices, casos de Calixto III y Pío II, para suavizar la resistencia de los sectores más tradicionales y romper la identificación de los humanistas con los enemigos del Cristianismo y de la Iglesia.

Figura esencial del Humanismo en la Corte napolitana es Lorenzo Valla, cuya labor no se limita solamente a este centro: trabajó en Pavía, luego en Nápoles y, finalmente, en la Roma de Nicolás V. Sus estudios filológicos, por ejemplo sus "Elegantiae linguae latinae", extraordinariamente difundida, y la aplicación de sus conclusiones al análisis de los textos, le llevó no solamente a una mayor matización de su pensamiento en lo filosófico y teológico, sino a una demoledora critica textual que para muchos resultaba escandalosa.

En "De falso credita et ementita Constantini donatione declamatio", se venía a demostrar la falsedad de la llamada "Donación de Constantino", y, en consecuencia, se reclamaba la necesaria renuncia al poder temporal del Pontificado. Aunque su crítica es la lógica conclusión de sus postulados, es conveniente entenderla en el contexto del enfrentamiento entre Alfonso V y Eugenio IV, y, por tanto, no se trata simplemente de un debate meramente intelectual. En su "De professione religiosorum" se hacían muy duras críticas a la indisciplina e inmoralidad que realmente se habían difundido entre los clérigos; a pesar de la veracidad de sus acusaciones era muy difícil que Valla no fuese considerado un enemigo de la Iglesia, y que ese recelo se extendiese hacia los humanistas en general: su admiración por la cultura clásica y muchas de sus expresiones les hacen aparecer como nuevos paganos.

Por esta razón, se produce una reacción en la Curia pontificia contra los humanistas, reacción que se consolida con la elección de Paulo II y que significa el cierre de Roma al Humanismo; el fenómeno es coincidente con la muerte de Alfonso V, que significa también cierto retroceso del Humanismo napolitano. Todo ello contribuye a que Florencia, especialmente bajo el gobierno de Lorenzo el Magnífico, alcance la culminación del Humanismo.

En Florencia, protegido por los Médici, trabajará durante años Marsilio Ficino, que orientará a la escuela florentina hacia el neoplatonismo, abandonando definitivamente el aristotelismo. Traductor de las obras de Platón, intentó Ficino una conciliación entre las teorías platónicas y la religión cristiana, que, en muchos aspectos, ofrecían similitudes; a pesar de ello hubo de confesar, en "De christiana religione", el fracaso de su propósito. No obstante, no dejó de recibir acusaciones de peligroso sincretismo.

Culmina la escuela florentina con Giovanni Pico della Mirandola, discípulo de Ficino; su obra, no muy amplia debido a la brevedad de su vida, incorpora al pensamiento humanista la "Cábala" y la interpretación simbólica de la escritura; la influencia judía se reforzó con la instalación en Florencia del grupo de intelectuales judíos expulsados de Castilla, en particular el circulo de Isaac Abravanel.