Época: cultura XVIII
Inicio: Año 1660
Fin: Año 1789

Antecedente:
Alfabetización y cultura

(C) Antonio Blanco Freijeiro



Comentario

La alfabetización, o su opuesto, el analfabetismo, constituyen los primeros baremos para conocer el nivel cultural de una población y la eficacia de su sistema educativo. Sin embargo, su estudio para el Antiguo Régimen se encuentra lleno de problemas, recogidos por la bibliografía al respecto. El primero de ellos es el de definir ambos conceptos. Mientras para unos analfabetismo podría significar incapacidad para leer y escribir en latín, otros refieren esta imposibilidad también a la lengua vernácula o a escribir el propio nombre o una frase. Los hay que añaden como elemento de alfabetización la percepción visual, en tanto que medio de transmitir cultura. Harvey Graff, por su parte, prefiere hablar del conjunto de técnicas que permiten a los hombres comunicarse, descifrar y reproducir lo escrito e impreso.
Un segundo problema a la hora de dibujar el perfil alfabetizador del siglo XVIII lo constituyen las fuentes, ninguna de las cuales está libre de desviaciones y problemas. Informaciones indirectas sobre alfabetización pueden extraerse del número de escuelas, la venta de libros o los inventarios post-mortem. Mas tales datos no resultan fiables porque no existe una correlación exacta entre ellos y los niveles de lectura. En Suecia, por ejemplo, hay pocos centros escolares y muchos lectores; la escasa aparición de libros en los inventarios no quiere decir que no se tuvieran, podría ser que no se considerasen valiosos o que se hubiesen donado con anterioridad. Testimonio más directo lo constituye la firma de documentos notariales, comerciales, judiciales, etc. De todos los que aportan información más completa son los registros matrimoniales por estar presentes en todos los países y referirse al conjunto de la sociedad. Sin embargo, el que hasta el siglo XIX no se exigiera de forma estricta la firma de los novios hace que ofrezcan lagunas que pueden cubrirse con los testimonios ante las cortes civiles o eclesiásticas.

Este problema de las fuentes hace que cuando hablamos de analfabetos y alfabetizados en la Edad Moderna nos refiramos, según señala Houston, a una jerarquía de destrezas adquiridas a través de un proceso de aprendizaje estratificado y realizado en breves periodos de asistencia a la escuela. Por ello, si tomamos como criterio de alfabetización la lectura, el mapa dibujado es más amplio que si elegimos el de la escritura. No obstante, es éste el que generalmente se toma por los investigadores como elemento de referencia y las firmas como principal fuente informativa, pese a que su ausencia puede significar tanto incapacidad intelectual como sólo física para hacerla y su presencia tampoco implica plena alfabetización.

Teniendo en cuenta estas precisiones, es evidente que la alfabetización progresa a lo largo del siglo XVIII, siguiendo la tendencia iniciada dos centurias atrás. Ahora bien, el proceso no es ni lineal, ni uniforme ni constante. En ocasiones, incluso, presenta estancamiento o retroceso, como Vovelle ha demostrado para la Provenza o Aquitania. Siempre existen diferenciaciones en los niveles alcanzados en razón de factores muy diversos. En primer lugar, el geográfico, que permite dividir la Europa del Setecientos en dos grandes zonas: a) El Norte y Noroeste -Inglaterra, Francia, Países Bajos, área alemana y austríaca- donde tienen lugar los avances más señalados y donde se alcanzan las tasas de alfabetización mayores. En conjunto, puede decirse que firman entre el 60-70 por 100 de los varones y el 40 por 100 de las mujeres para 1786-1790, porcentajes que en el caso de algunos núcleos urbanos suizos se elevan hasta el 95 por 100 respecto a los primeros. b) La Europa periférica España, Portugal, parte de Italia y Este- con tasas inferiores y concentración de la población alfabetizada en núcleos urbanos. Así, de los magistrados municipales húngaros existentes en 1768 sólo firman el 14 por 100. Entre un área y otra existen zonas de transición con porcentajes intermedios. A su vez, dentro de una misma área, la dualidad campo/ciudad introduce nuevos contrastes. Los núcleos urbanos alcanzan mayores tasas de alfabetización que los rurales, favorecidos por la tipología social que les caracteriza y la concentración de ofertas educativo-culturales. En la Castilla de 1760, según Kagan, la escolaridad masculina es del 40 por 100 en ciudades superiores a 1.000 habitantes y tan sólo del 10 por 100 en las de menos de 100, que, sin embargo, representan la mitad de la población.

Una segunda variable la constituye el origen social y grupo profesional de los firmantes. En este caso encontramos un predominio del clero, profesiones liberales, mercaderes y terratenientes entre los alfabetizados, a los que se unen algunos artesanos y agricultores. La tercera variable la representa el sexo, que establece importantísimas diferencias en detrimento de la mujer, sobre todo respecto a la escritura y entre los grupos no aristócratas ni burgueses, pues entre ellas la procedencia social tiene un mayor efecto diferenciador que entre los hombres. En el Lyón de la mitad del siglo XVIII sólo el 20 por 100 de las burguesas eran analfabetas, mientras la cifra se eleva al 50 por 100 entre el artesanado y al 80 por 100 entre las clases pobres. Esta desventaja femenina en la alfabetización no impide que para 1800 existan mujeres alfabetizadas en todos los grupos sociales.

Una cuarta variable sería la lengua. Las zonas bilingües se vieron perjudicadas en su alfabetización por la campaña de uniformidad lingüística que realizan los Estados con fines políticos y que lleva a hacer la oferta educativa en el idioma oficial que no es el mayoritariamente hablado. Tal sucede en Escocia, donde la población habla gaélico y la enseñanza se ofrece en inglés, o en las zonas meridionales de los Países Bajos con predominio del flamenco o el francés.

Una última variable la representa la religión. Es idea aceptada y demostrada que durante el período moderno la Europa reformada presenta mayor alfabetización que la católica y un contraste similar se encuentra allí donde conviven las dos comunidades. Tal afirmación precisa de algunas matizaciones. En primer lugar, los progresos educativos del siglo XVIII atenuarán las diferencias. En segundo lugar, fenómeno semejante sucede en las zonas de convivencia religiosa cuando introducimos consideraciones sociales y medioambientales en el análisis de la alfabetización. Así, veremos que en Francia los calvinistas pertenecen a la clase media; en Polonia son miembros de las elites; en Irlanda, los papistas ocupan los estratos inferiores.

Ahora bien, con ser fundamentales, leer y escribir no eran los únicos medios de contacto con la cultura. Tampoco la enseñanza formal constituía el único impulso a la alfabetización ni su ausencia permite suponer desconocimiento de los productos que ésta origina. Siempre era posible, como recoge Houston, "encontrar un amigo alfabetizado, familiar o vecino que leyese en voz alta las noticias o avances del siglo; el ábaco, las piedras de contar o los dedos era alternativas a las cuentas escritas y el ganado o los sacos de grano podían contarse por medio de bastones con muescas". Acerquémonos brevemente a estas otras formas de aprendizaje.