Época: Imperio Asirio
Inicio: Año 1000 A. C.
Fin: Año 612 D.C.

Antecedente:
El arte de la edad neoasiria
Siguientes:
Los relieves de las estelas
Relieves rupestres
El pedestal y el obelisco negro de Salmanasar III

(C) Federico Lara Peinado



Comentario

Junto a los lamassu de las puertas de Dur Sharrukin se situaron otros relieves, también de gran tamaño, en piedra caliza yesosa, con la representación de genios alados con la piña y la sítula, en clara función apotropaica, como puede verse en el magnífico ejemplar del Museo de Iraq (3,90 m de altura).
Por supuesto, también el palacio de Senaquerib, en Nínive, contó con los gigantescos toros alados en las entradas de sus portales; lo mismo que el palacio provincial de Hadatu, aunque aquí alternaban los leones de abiertas fauces (un ejemplar de basalto en Aleppo; 3,70 por 2, 70 m) con toros de cinco patas (ejemplar en el Louvre; 2,40 por 1,57).

Donde verdaderamente los artistas neoasirios demostraron gran maestría fue en los relieves que adornaron las múltiples estancias de los palacios y, en menor medida, las de las construcciones religiosas.

Allí, en las zonas bajas de las paredes de los estrechos y largos salones palatinos, los soberanos se hicieron representar en el contexto de sus empresas guerreras o actividades pacíficas, siempre al servicio del dios Assur, todo ello bajo un personalísimo enfoque artístico que acabaría por definir el arte asirio de todas las épocas. Las escenas iban complementadas, casi siempre, con anales literarios, dispuestos a modo de largo friso sobre las secuencias de relieves o bien separándolos cuando aquéllos ocupaban dos bandas horizontales.

El rey Assur-nasirpal II (883-859) supo hacer de su nuevo palacio de Kalkhu (Palacio noroccidental) el adecuado instrumento de su ideología, concibiendo una decoración escenográfica para motivar en el espectador de sus estancias el imponente poderío de su persona e Imperio.

Para ello, y de acuerdo con el sistema arameo y neohitita de cubrición de paredes a base de losas de piedra o mármol de gran tamaño (ortostatos), cubrió con placas alabastrinas, trabajadas con bajorrelieves, la parte inferior de las mismas, dejando el resto ornamentado con pinturas, que incluso proseguían por los techos.

De los relieves de este palacio (en su mayoría en el Museo Británico), todos ellos de carácter religioso, el más importante era el de la pared este del Salón del trono, en el cual se representaba al rey y a su genio protector vueltos hacia el Arbol de la Vida, escena presidida por el disco solar alado, el emblema de Assur.

En la pared meridional del mismo salón se representaron escenas guerreras y cinegéticas, a modo de friso corrido, en composiciones muy vivaces y, sobre todo, variadas, en las cuales el monarca aparece siempre remarcado a pesar de que su figura no se representase a mayor tamaño. Los detalles y pormenores se realzaron de modo magistral en los tocados, armas y arneses de los caballos, mientras que el resto del relieve, en líneas generales, aparecía muy bien modulado.

No podemos describir minuciosamente una a una todas las escenas presentes en el gran número de ortostatos que nos han llegado. Bástenos citar las de la caza del león, en una de cuyas secuencias la fiera ataca de improviso al rey, lanzándose contra el propio carro; la escena de la libación en la que el monarca, rodeado de sus oficiales, sostiene una copa junto a un león abatido; o la similar escena junto a un toro también muerto; el asedio de una ciudad a orillas de un río, en donde vemos cómo el dios Assur, situado sobre la cabeza del rey, tensa su arco contra el enemigo; el ataque a una ciudad, con todo tipo de instrumental militar, y, finalmente, el regreso del rey al campamento, de planta circular y figurado en perspectiva aérea.

Del Templo de Ninurta, levantado en Kalkhu, proviene un único relieve (2,35 m de altura; Museo Británico), trabajado sobre dos ortostatos, que representa al dios armado con haces de rayos en lucha contra el mal y el caos, simbolizados por un dragón de poderosas garras.

Tiglat-pileser III (744-727) había construido al sur del Palacio de Assur-nasirpal II otro nuevo, conocido como Palacio central, que también ornamentó con bajorrelieves sobre ortostatos de alabastro, siguiendo el modelo de los del palacio de su antepasado en el trono. Se volvía así a decorar con placas relivarias las paredes de las estancias y salones palaciegos, después de casi siglo y medio sin que otro monarca hubiese empleado este costoso sistema ornamental. Lamentablemente, años después, Assarhaddon (680-669) decidió arrancar parte de ellos de su emplazamiento primitivo y reaprovecharlos en su nuevo palacio (Palacio del Sudoeste) que nunca, sin embargo, llegaría a ser acabado.

Los relieves hallados en las ruinas de estos dos palacios (hoy en el Museo Británico) tienen como temática central escenas de guerra protagonizadas por Tiglat-pileser III (asedios, combates, deportaciones, ejecuciones). Eran una verdadera ilustración visual de sus anales, cuyos textos, separando las composiciones, figuraban en una faja central.

Técnica y formalmente difieren muchísimo de los relieves del palacio de Assur-nasirpal II que antes hemos citado. Aunque el modelado de las escenas del Palacio central de Kalkhu es suave, su tratamiento está muy por debajo del de los ortostatos del Palacio noroccidental; respecto a las composiciones, al faltar aquí, en el Palacio central, las líneas del horizonte (algunas figuras y escenas parecen flotar en el espacio), los artistas debieron amoldarse un tanto forzadamente al contexto narrativo general para evitar disonancias.

De entre lo conservado podemos reseñar los relieves más significativos de contenido religioso (Tiglat-pileser III en una escena mitológica; representación de una extraña ceremonia de culto en la que los hombres van batiendo las palmas, mientras son seguidos por una figura disfrazada con una máscara de león) y también de carácter belicista (transporte de las imágenes de los dioses de una ciudad vencida a hombros de soldados asirios; deportación de mujeres y niños que parten en carros tirados por bueyes; abandono de la ciudad junto a cuyas murallas se ha dejado un ariete; luchas contra los árabes del desierto, los cuales, una vez derrotados, deben pagar tributos en especie -dromedarios-, según se deduce de una reata conducida por la propia reina de tales gentes).

Los frisos del palacio de Sargón II (721-705), parte de los cuales se hallan repartidos entre los Museos del Louvre, Iraq y Chicago, supusieron un paso adelante en el tratamiento relivario asirio. Además de una mayor soltura compositiva, unos claros atisbos de perspectiva -aunque geométricamente errónea-, y una mayor atención puesta en el tratamiento plástico de los detalles más insignificantes -joyas, armas, vestiduras, insignias, vasos, mobiliario-, el campo temático se vio ampliado con la incorporación, por primera vez, de escenas relacionadas con la vida privada del rey. A estas innovaciones se unieron los efectos lumínicos y de profundidad espacial que se consiguieron al labrar las placas de alabastro con relieves en planos más salientes.

En la pared nordeste del gran patio palacial, los ortostatos -de casi 3 m de altura- recogían un cortejo de altos dignatarios y servidores que transportaban hacia el rey el trono real, diferentes asientos, mesas y vasos de variadas formas. En otra estancia se figuraba una gran escena de banquete, celebrado para conmemorar una victoria militar, de la cual se reproducían algunos de sus episodios.

No faltan en el palacio los relieves de gusto narrativo que se fijaron en las actividades constructoras del rey, testimoniadas -por citar un ejemplo- en la famosa escena marina del transporte de madera desde el Mediterráneo hasta el corazón de Asiria. En la llamada Sala de justicia, los relieves se recreaban en la entrega de los tributos o en los castigos aplicados a los vencidos. Aunque las imágenes muestran actos ceremoniales en los que Sargón II, en su calidad de representante de Assur, se halla en actitud distante, lo cierto es que, a veces, el rey, desprovisto de todo protocolo, toma parte activa en ellos como un participante más, saltando con su propia mano los ojos a los vasallos rebeldes.

En contraste con estos actos oficiales, indudablemente crueles, una pequeña habitación del noroeste del palacio -y el tema es novedoso por introducirse en la esfera privada del soberano- reproducía un idílico paisaje montañoso, sin duda el parque real, poblado de árboles y con pájaros volando, en medio del cual el rey se dirigía en su carro ligero hacia un templete, al tiempo que sus servidores, entre los abetos, cazaban animales -pájaros, liebres y gacelas- destinados a la comida festiva, que se representa por encima de las escenas venatorias.

Senaquerib (704-681), que se autocalificaba de conocedor de todas las artes, construyó un palacio propio -Palacio que no tiene igual- en Nínive (colina de Kuyunjik) al hacerla su capital imperial.

Aunque no se conoce en toda su extensión, dicho palacio ha proporcionado -como no era menos de esperar- hermosos ortostatos de alabastro (hoy en el Museo Británico) con relieves de gran interés artístico e histórico. Tales relieves, que guardan mayor relación temática con los del palacio de Tiglat-pileser III, en Kalkhu, que no con los más recientes de Dur Sharrukin, son en su mayoría verdaderos cronicones de las batallas de Senaquerib. La novedad de los mismos estriba en la muchísima importancia que se da a los detalles secundarios, como pueden ser el arbolado o la fauna, que pasan ahora a un primerísimo plano por ser parte integrante del marco paisajístico, al cual se adaptan composiciones y figuras. Otra de sus novedades es la carencia de las fajas con textos inscritos para subdividir los ortostatos en registros y posibilitar así distintas escenas. Aquí, en este palacio, las escenas se figuran siempre de modo individual, sin líneas divisorias y sin necesidad de quedar determinadas por el marco del propio ortostato. No obstante, en algunos casos, la superficie de la piedra se divide en tres registros, aunque sin romper la unidad argumental, situándose en el superior la campaña militar propiamente dicha, en el central los datos paisajísticos -ríos, viñedos, olivares, palmeras, juncales- que permiten fijar el escenario, y en el inferior, invariablemente, el retorno de los vencedores.

Entre las composiciones que nos han llegado podemos recoger la que se representó en uno de los corredores palaciegos con el tema del regreso de una cacería real, con los palafreneros conduciendo los caballos reales -de soberbia estampa- y los servidores portando viandas y frutos para un banquete. O la que se figuró sobre grandes ortostatos (2,25 m de altura) con la escena del difícil transporte de los lamassu destinados al templo de Nínive: en la misma se ve a los hombres organizados en varias cordadas, arrastrando las colosales estatuas pétreas por tierra o ingeniándoselas para vadearlas por los ríos.

Sin embargo, la temática principal de los relieves de Kuyunjik fueron las campañas militares, tratadas de un modo muy realista, con detalles concretos e identificadas por pequeñas indicaciones escritas. De entre ellas, y sobre 13 ortostatos, sobresale por su gran calidad plástica y compositiva la que describe el asedio, asalto y captura de la ciudad palestina de Lakish, con algunos episodios de verdadera genialidad narrativa: masacre de prisioneros, deportación de supervivientes, transporte del botín, recepción de una delegación con los embajadores implorando piedad.

Más importante, desde el punto de vista plástico, que la campaña palestina aludida, es la que conmemora la llevada a cabo contra los caldeos del País del Mar. Con gran riqueza de detalles se pudo representar el marco paisajístico de las marismas que rodeaban las desembocaduras del Eufrates y Tigris, adquiriendo gran importancia descriptiva los cañaverales y juncales, así como la fauna, que rodean por doquier a las tropas de Senaquerib.

El palacio norte de Nínive, obra de Assurbanipal (669-630), ha proporcionado diferentes grupos de bajorrelieves (en su mayor parte hoy en el Museo Británico y algunos en el Louvre), que por su tratamiento formal obedecen a dos épocas: una, la más antigua, se caracteriza por continuar representando las escenas con figuras y paisajes en una visión panorámica, muy al gusto de los mejores relieves de Senaquerib; la más reciente, estructura los relieves a modo de franjas que habían comenzado a aparecer también con Senaquerib y que acabarían por imponerse.

Entre los bajorrelieves de la primera época sobresalen los que representaban la dura campaña contra el elamita Teumman en el río Ulai: en ellos puede verse cómo el ejército asirio avanza y logra acorralar a los elamitas que huyen a la desbandada. En medio de todo el enredo de hombres y animales -verdadero horror vacui plástico- el rey Teumman aparece representado en tres ocasiones: en una es alcanzado por una flecha, en la otra es decapitado, y en la tercera su cabeza es cogida por un soldado para enviarla a Nínive. Sobre esta abigarrada composición aparecen las mujeres y los niños elamitas escoltados por soldados asirios. Pequeños textos, dispuestos sabiamente, narran los episodios más sobresalientes del combate.

En los accesos a la gran Sala del trono del palacio se representó la conquista de Babilonia y la consiguiente muerte de su rey Shamash-shum-ukin, hermano de Assurbanipal. En otras estancias se rememoran, en frisos compositivos, las nuevas expediciones hechas contra ciudades elamitas (Madaktu, Hamanu) y, en fin, en algunas más, las luchas de los asirios contra los árabes del desierto, que cabalgan por parejas sobre dromedarios.

El relieve de tema animalístico llegó con Assurbanipal a su máxima expresión de calidad, superando con mucho las escenas cinegéticas de Assur-nasirpal II, de comienzos del siglo IX. Ahora, además, la caza de leones, que constituye el argumento esencial de los frisos, se complementa con magistrales escenas secundarias en donde aparecen manadas de gacelas y de asnos salvajes que son acosados por los perros o que huyen ante los cazadores. Vemos, en ocasiones, al rey cazando poderosos leones tanto a pie, como en carro o a caballo, demostrando su pericia en las tres modalidades venatorias. Al artista, sin embargo, en este tipo de composición, no sólo le interesa la figura del rey y de sus ayudantes, sino también las de todo el conjunto, incluso la de los numerosos leones representados hasta en sus detalles más insignificantes, lo que transmite al relieve una naturalidad nunca hasta entonces superada.

De todos los grandes felinos, representados siempre en actitudes distintas y nunca repetidas, los más famosos son los conocidos como el león moribundo, animal que agoniza mientras expulsa sangre por sus fauces, y la leona herida, a la cual una flecha clavada en la columna vertebral le impide incorporarse, debiendo arrastrar las patas traseras al tiempo que ruge de impotencia.

En una sala-jardín del palacio se situó otra escena con leones, en esta ocasión domesticados, sueltos en un parque real, y que formaban parte de una representación procesional en la que se ven, junto a ellos, sacerdotes que tocan arpas y liras.

El momento culminante de las escenas de lucha contra los elamitas lo constituye la representación de un banquete, un symposium, del que nos han llegado muy pocos ortostatos. En ellos se ve al rey recostado sobre un diván en el acto de beber acompañado de su esposa, la reina Assur-sharrat, sentada en alto sillón frente a él. Músicos y servidores, que portan viandas, contribuyen a hacer aun más agradable el banquete que tiene lugar a la sombra del emparrado de una pérgola del palacio real. En las ramas de uno de los abetos, frente al rey, aparece colgada -y es el toque trágico de la escena- la cabeza del elamita Teumman, enviada a Nínive desde el campo de batalla.

No sólo los relieves de los palacios testimonian la voluntad que tuvieron algunos soberanos neoasirios de perpetuar sus hazañas en la Historia, también en otras piezas -estelas, paredes rocosas, objetos cultuales, obeliscos- llegaron a repetir su propia imagen y hechos junto a textos de considerable extensión, siempre laudatorios.