Época: II Guerra Mundial
Inicio: Año 1939
Fin: Año 1945

Antecedente:
La guerra se hace mundial: 1940-41



Comentario

Mientras las circunstancias bélicas en frentes tan distantes como los que han sido mencionados empezaban a proporcionar la impresión de que se había llegado a un equilibrio entre los contendientes, tenían lugar también semanas decisivas en la guerra marítima, cuyo desenlace definitivo se produjo ya bien entrado el año 1943. La guerra en el mar juega un papel decisivo en el frente del Pacífico y por eso ha sido necesario tratar de ella en su momento, pero, además, constituye el telón de fondo para explicar muchos de los acontecimientos bélicos producidos en tierra.
A diferencia de lo sucedido en la Primera Guerra Mundial, en que los aliados conservaron siempre el frente francés, ahora, a partir de 1940, lo perdieron y volver a poner el pie en el continente suponía la concentración de unos efectivos formidables, de los que dependió siempre el resultado de la guerra. La Batalla del Atlántico, que tuvo un resultado dudoso durante la mayor parte de la guerra y que, en 1942, pareció incluso decantarse a favor de Alemania, jugó por tanto un papel decisivo. Durante la guerra, atravesaron el Océano unos 75.000 barcos, trasladando 270 millones de toneladas de productos y tres millones y medio de combatientes. Sin todos estos recursos, la victoria aliada hubiera sido completamente imposible.

En realidad, esta batalla comenzó incluso antes de que hubiera tenido lugar el estallido de la guerra pues, dos semanas antes de él, ya habían partido los submarinos alemanes de sus bases. Fue Alemania, en efecto, quien, en el Atlántico, se convirtió en protagonista casi exclusiva del intento de estrangular la comunicación marítima entre ambos lados del Océano. La Marinaitaliana se demostró anticuada y no jugó papel alguno fuera del Mediterráneo, donde casi siempre fue derrotada por la británica; la francesa tampoco tuvo papel decisorio alguno en el desarrollo del conflicto. La alemana estaba en mantillas al comenzar la guerra: en tonelaje, apenas era una octava parte del arma naval francobritánica e incluso su arma submarina tampoco era tan importante en términos comparativos. Los propios alemanes calcularon necesitar unos 300 submarinos para estrangular el tráfico marítimo anglosajón, pero al iniciarse el conflicto sólo disponían de una sexta parte.

El arma naval alemana tenía, sin embargo, la ventaja de la modernidad y ésta, en especial merced a la velocidad en los navíos de superficie, le podía permitir unas iniciativas que constituyeron, desde un principio, una amenaza grave para el tráfico marítimo anglosajón. Lo cierto es, sin embargo, que esas unidades decepcionaron pronto a los responsables supremos e incluso al propio Hitler, de modo que se acabó por confiar de manera exclusiva en los submarinos.

Pero, por un momento, las unidades de superficie parecieron efectivas. Desde muy pronto, algunas de las grandes unidades burlaron el bloqueo británico y se lanzaron a "raids" por todo el mundo, poniendo en peligro a los navíos mercantes aliados. La primera decepción se produjo, sin embargo, en el caso del acorazado de bolsillo Graf Spee que, a fines de 1939, fue hundido por su tripulación temiendo verse acosado por unidades muy superiores en fuerza, lo que no era cierto. Cuando, en mayo de 1941, el Bismarck, probablemente el buque más poderoso de la Tierra y la joya de la Marina alemana, intentó lanzarse a una operación semejante, fue descubierto y aunque logró librarse de un buque británico de mayor tonelaje pero envejecido -el Hood- finalmente fue hundido por los ataques coincidentes de la Marina y la Aviación británicas.

Otras unidades alemanas utilizaron la amplia costa ocupada por los alemanes, tras la conquista de Noruega y de Francia, para operaciones semejantes. Lo cierto es, sin embargo, que fueron protagonistas de operaciones arriesgadas, pero no tan relevantes; quizá, no obstante, consiguieron atraer al enemigo, que hubo de retener efectivos importantes sin darles otra utilidad. Éste fue el resultado de mantener las principales unidades en Noruega, con lo que amenazaban las rutas de aprovisionamiento hacia la URSS por el puerto de Murmansk. Sin embargo, con frecuencia los alemanes fracasaron en su intento de detener los convoyes adversarios. Uno de estos fracasos tuvo como consecuencia la dimisión del responsable de la Marina, almirante Raeder, que fue sustituido por Dönitz, el responsable de los submarinos.

Sobre ellos descansó, en realidad, el peso principal de los intentos del Eje por estrangular la resistencia británica, primero, y para impedir, luego, la llegada de los ejércitos norteamericanos al Viejo Continente. Las unidades de las que se sirvieron los alemanes en realidad distaban mucho de ser los submarinos atómicos de hoy: eran muy lentos cuando estaban sumergidos y, en la práctica, un tercio de sus torpedos no funcionaba o no estallaba. Aunque su radio de acción era mayor que hacía treinta años, no se podían alejar en exceso del litoral europeo, lo que explica la utilización de submarinos-nodriza dedicados a aprovisionarlos.

Habían conseguido, sin embargo, fabricar unos torpedos que no dejaban rastro de burbujas y, sobre todo, optaron por atacar en grupo y por la noche, desde la misma superficie, al adversario, con lo que empezaron a obtener grandes éxitos. La guerra submarina siempre fue extraordinariamente dura. En un principio, se sujetó a las reglas previstas en las convenciones internacionales, pero con el paso del tiempo se dio a los submarinos alemanes la instrucción de que no debían rescatar a las tripulaciones de los barcos hundidos. De 41.000 tripulantes de los submarinos alemanes, 28.000 perdieron la vida en el océano.

A lo largo de 1940 y 1941, los alemanes calcularon que, hundiendo unas 200.000 toneladas mensuales de buques británicos, superaban la capacidad de construcción enemiga. Sin embargo, el momento decisivo de la batalla submarina fue los primeros meses a partir de la intervención norteamericana, cuando se libró a las unidades alemanas de cualquier restricción respecto a posibles hundimientos junto a las costas americanas y sus nuevos adversarios todavía no se habían organizado para una defensa adecuada de sus convoyes. En 1942, cuando los alemanes consiguieron mantener en actividad unos cincuenta submarinos a la vez, hundieron siete millones y medio de toneladas de buques aliados.

Desde el verano de 1942 hasta marzo de 1943, en tres ocasiones los alemanes consiguieron hundir una media mensual de 700.000 toneladas, cifra que, de haberse mantenido, hubiera supuesto la pura y simple imposibilidad de que el adversario los repusiera. El inconveniente para los alemanes, que consiguieron multiplicar la eficacia de sus submarinos gracias a la utilización de aviones de reconocimiento con gran radio de acción, fue que la acción indiscriminada de sus submarinos les valió la declaración de guerra de Brasil y México. Pero sus adversarios no sólo tenían mayor capacidad de construcción de buques, sino que, además, fueron capaces de recurrir a nuevos procedimientos defensivos. La superioridad técnica en radar y en aparatos de detección de las radios adversarias explica buena parte de esos triunfos, pero éstos estuvieron también motivados por la organización del tráfico marítimo en convoyes, con barcos de protección cada vez más rápidos y portaaviones de bolsillo que proporcionaban cobertura aérea inmediata, al margen de que también dispusieran de aviones de gran radio de acción. En cambio, nada se consiguió bombardeando las bases adversarias, bien protegidas. La situación que se había hecho angustiosa para los aliados en marzo de 1943 cambió bruscamente a partir de entonces hasta el punto de que el almirante Dönitz debió admitir su derrota ya en mayo.

En el tercer trimestre de 1943, fueron hundidos más de setenta submarinos alemanes. En 1944, los barcos aliados hundidos en el Atlántico fueron ya una proporción mínima del total que lo cruzó. Aunque los alemanes introdujeron novedades, como torpedos acústicos y el "snorkel", procedimiento novedoso de ventilación, los nuevos submarinos alemanes, eléctricos y más rápidos, no pudieron en la práctica ser empleados a tiempo para cambiar la tendencia bélica en el mar.

El caso de Japón prueba hasta qué punto la guerra submarina podía haber sido efectiva para estrangular la comunicación entre los dos lados del Atlántico. En este caso, el escaso tonelaje de la Marina mercante y la imposibilidad para reponerlo se unieron a la falta de organización de convoyes y a la eficacia de los submarinos norteamericanos. De poco les sirvió a los japoneses haber conquistado las materias primas que necesitaban si no podían transportarlas. Al final de la guerra, más de cuatro millones de soldados japoneses permanecían aislados por vía marítima y sin haber entrado en combate contra el adversario. Los norteamericanos no sólo hundieron gran parte de la Flota mercante japonesa, sino también alguno de sus barcos mayores, incluidos los portaaviones. Los japoneses, en cambio, dedicaron sus submarinos a una función tan incongruente como la de actuar como modestos barcos de aprovisionamiento de las guarniciones aisladas en las islas del Pacífico.