Comentario
El economista Adam Smith había escrito que en otros tiempos hubiera podido suceder que pueblos bárbaros se impusieran por la fuerza a pueblos civilizados, pero eso era ya imposible en el mundo moderno. Esta frase tuvo su aplicación a la guerra mundial: antes de ella -y también en su transcurso- todos los beligerantes se dieron cuenta de que el resultado de la misma dependía en un elevadísimo porcentaje de su capacidad productiva. A fin de cuentas, la "Guerra relámpago", estrategia fundamental de Alemania, se basaba en la necesidad de obtener un triunfo rápido ante la superioridad material adversaria. En los años precedentes, Hitler había conseguido multiplicar su poder presionando a países débiles, pero ahora, a la altura de 1939, debía obtener una victoria rápida que le permitiera el acceso a las materias primas de las que carecía.
En este sentido, el Eje resultaba una alianza muy peculiar, con muchos motivos para ser considerada como quebradiza. Italia sólo podía proporcionar alimentos y, por ejemplo, en el momento de estallar la guerra apenas si disponía de petróleo para un mes. La debilidad japonesa también era manifiesta: dos tercios de su petróleo procedía nada menos que de su adversario principal, Estados Unidos, y tenía problemas graves para mantener el nivel alimenticio de su propia población. Los aliados estaban en mucha mejor situación a medio plazo. Podían confiar en que su mayor capacidad tecnológica -sólo la de Alemania era comparable o superior- acabara imponiéndose y tenían la seguridad de que su volumen productivo, reconvertido hacia la guerra, acabaría dándoles la victoria.
A este respecto, conviene recalcar la importancia decisiva de los Estados Unidos, como "arsenal de la democracia" primero y como beligerante después. En cualquier materia estratégica superaban holgadamente en producción a todas las demás naciones en guerra y solamente carecían de una materia prima fundamental: el caucho. Cada día que la guerra transcurría, por tanto, aumentaban las esperanzas bélicas de los aliados y disminuían las del Eje. En el año 1941 la producción de los dos bloques era relativamente semejante, pero en 1944 los aliados triplicaban a su adversario. Pero si aquéllos habían pensado que la pura superioridad económica les daría la victoria, no tuvieron en cuenta la capacidad de adaptación del enemigo, al menos a corto plazo.
A la hora de examinar la manera en que cada uno de los contendientes abordó el incremento de la producción para atender a las necesidades bélicas, conviene agrupar los cinco principales beligerantes en tres grupos. En primer lugar, deben ser examinadas las dos mayores potencias del Eje. Tanto en el caso de Alemania como en el de Japón, las victorias iniciales contribuyen a explicar que la movilización de los recursos económicos fuera tardía e insuficiente. En Alemania, los dirigentes políticos no estuvieron dispuestos a imponer grandes sacrificios a la población, por lo que mantuvieron el nivel de consumo previo y en plena guerra el porcentaje de la producción dedicada a fines estrictamente bélicos siguió siendo relativamente reducida durante bastante tiempo: en 1941, sólo se dedicaba el 16% mientras que en 1944 llegó al 40%.
El momento del cambio llegó en 1943, a partir de las primeras derrotas ante la Unión Soviética. La economía alemana mantuvo un régimen mixto, en el que los intereses privados y los del Estado nazi se involucraban de forma íntima a partir de su sumisión a las directivas del Führer. Los responsables del aparato productivo, Todt y Speer, sucesivamente, obtuvieron unos resultados muy aceptables de la explotación de los recursos propios y de los países vencidos hasta que la superioridad aliada se hizo abrumadora. La calidad de la producción bélica alemana fue siempre notable, pero no ha de darse por supuesto que siempre estuviera por delante de la de otros países; en cambio, las armas secretas resultan ser el mejor exponente de su capacidad técnica. A pesar de esa superioridad técnica, la Alemania nazi practicó un sistema de puro y simple expolio de los países derrotados y ocupados. Francia, por ejemplo, debió hacerse cargo de los gastos de la ocupación pagando cantidades muy importantes, con una cotización del marco netamente favorable a los alemanes. Se ha calculado que entre la mitad y el 60% del presupuesto francés estaba dedicado a ese propósito, con una tendencia creciente a medida que fue pasando el tiempo.
En otros países, los gastos de ocupación representaron porcentualmente cantidades inferiores. La explotación de los vencidos -también a través de mano de obra forzada o voluntaria- tuvo a menudo consecuencias graves asimismo de cara al futuro, porque el saqueo significaba ausencia posterior de incentivos económicos. Así, la producción agrícola francesa disminuyó en una quinta parte. En el momento de máximo esplendor de la potencia del Reich, en el Viejo Continente todos los países, incluidos los neutrales, fueron obligados a desempeñar un papel para satisfacer las necesidades de Hitler. Como consecuencia de ello, la producción húngara de petróleo se multiplicó por veinte y en Noruega se planeó una importante industria de aluminio en beneficio de Alemania.
Por su parte, tanto la economía sueca como la suiza, englobadas en el área geográfica de la hegemonía alemana, dedicaron a ella sus recursos. Con Turquía, Alemania firmó un acuerdo secreto para conseguir que la aprovisionara de cromo. Tras el aplastamiento de Polonia, el Reich obtuvo un millón de toneladas anuales de petróleo soviético e importantes cantidades de manganeso y cromo de la misma procedencia. Cobrando la deuda que Franco contrajo con Alemania durante la Guerra Civil española, Berlín obtuvo de España materias primas alimenticias y minerales. En la fase final de la guerra, tanto allí como en Portugal debió competir con precios de libre mercado para la obtención de un importante mineral de interés estratégico, el wolframio, que vio multiplicar sus precios por cinco.
En cuanto a Japón, se demostró económicamente mucho más vulnerable desde fecha muy temprana. Sus sesenta millones de habitantes no podían ser alimentados con los recursos del archipiélago, de modo que una parte de las razones de la ofensiva en contra del Ejército chino deben explicarse por la necesidad de lograr aprovisionamientos alimenticios. En cuanto al resto de las materias primas, la ocupación de Filipinas, las colonias holandesas e Indochina podía haber supuesto la solución para la industria japonesa; ése había sido el motivo de la expansión imperialista nipona. Sin embargo, a partir de 1943 la acción de los submarinos y la Aviación norteamericanos reduciría de forma considerable la relación comercial con la llamada "Área de Coprosperidad". Al final de la guerra, Japón no conservaba más allá de una quinta o sexta parte de su Flota mercante.
En el caso de los aliados anglosajones, el esfuerzo productivo, realizado de forma voluntaria, impuso cambios en la forma de dirigir la política económica y obligó a sacrificios muy importantes, pero trajo como consecuencia un importante incremento en la producción. Gran Bretaña fue quien resistió, inicialmente en solitario, al III Reich a base de austeridad y sacrificios. La intervención del Estado se hizo a través de hombres de empresa, como Beaverbrook, y supuso a la vez un perfeccionamiento de los métodos estadísticos y una multiplicación de la burocracia (el número de empleados en el Ministerio de Abastecimientos se multiplicó por diez durante los años de la guerra). Los problemas alimenticios pudieron ser paliados gracias al incremento en el área cultivada y se impusieron políticas corporativistas, de las que fue principal artífice Bevin, el líder laborista. Al mismo tiempo, algunos países del Imperio incrementaron de modo muy considerable su productividad industrial -Canadá- o agrícola -Nueva Zelanda-.
Sin embargo, el incremento de la producción norteamericana resultó muy superior al del Imperio británico. También en este caso hay que hacer mención de los sacrificios de la población, sobre todo en los horarios de trabajo, porque también los salarios se incrementaron. Lo más relevante respecto del esfuerzo bélico norteamericano fue el incremento en el volumen total de producción, que llegó a ser de un 15% anual. Al final de la guerra, los Estados Unidos, que representaban antes de ella el 60% de la producción mundial, habían llegado a los dos tercios. Los norteamericanos produjeron durante la guerra, a pesar de haber entrado en ella tardíamente, 300.000 aviones y 87.000 carros. Para que se tenga idea de lo que esas cifras significan, baste decir que la Alemania que pareció dominar el mundo fabricó sólo un tercio de los aviones y la mitad de los carros que produjeron los norteamericanos.
La URSS fabricó 136.000 aviones y 102.000 carros, quedando, por tanto, más cercana a los Estados Unidos que Alemania. En este caso, sin embargo, los sacrificios fueron mucho mayores, porque estas cifras de producción se lograron en un momento en que la mitad del país y de los recursos estaba en manos del enemigo. La renta nacional soviética no sólo no creció durante el período bélico, sino que se redujo como consecuencia de las destrucciones: el índice 100 de antes de la guerra era tan sólo 88 en 1945. Se ha llegado a decir que los salarios reales quedaron reducidos al final de la guerra a tan sólo menos de la mitad de antes de ella. Nada mide mejor el nivel de esfuerzo y padecimiento del pueblo soviético que esa especie de "segunda revolución" experimentada como consecuencia del transporte masivo de la industria hacia el Este, en especial a los Urales. Pero otro segmento de la población mundial estaba destinado a ser destinatario aún de mayores padecimientos aun durante estos años.