Comentario
Esta imagen de la repoblación cristiana en el Duero es la que transmiten las crónicas y documentos, cuya revisión y crítica se deben a Sánchez Albornoz, pero también se mantiene la duda sobre si efectivamente quedarían absolutamente despobladas las tierras montañosas de León y Zamora. Ya se ha puesto de manifiesto la forma en la que los nuevos monjes reutilizaron edificios anteriores y volvieron a colocar desordenadamente piezas excepcionales de estilo bizantino leonés, dentro de fábricas pobres de mampostería menuda o ladrillo.
Las aportaciones que llegan desde Andalucía están esencialmente en una nueva forma de construir, con materiales de pequeño tamaño y abundancia de yeso y mortero, incluso en las techumbres. El paso de la construcción visigoda a la mozárabe, tras casi doscientos años de abandono de los oficios tradicionales, es un cambio de la cantería por la albañilería y de la carpintería de armar por la carpintería de lo blanco. Como ventaja del estilo traído por los mozárabes desde Andalucía, frente al abandono de los materiales más nobles, está la aportación de formas ligeras y elegantes, el tratamiento, libre de los propios elementos constructivos como partes de la ornamentación y la introducción del colorido.
Gracias a la manipulación de materiales más ligeros, las iglesias de los monjes mozárabes pueden desarrollar alturas considerables y dar mayor vuelo a los tejados gracias a las armaduras menos pesadas de teja curva. Uno de sus caracteres más originales está en el empleo de bóvedas gallonadas o de cascos, dispuestas con formas muy variadas; en Escalada y Peñalba, las capillas llevan los paños cóncavos distribuidos sobre el fondo curvo, y sobre la entrada hay otro mayor, como de un cuarto de bóveda de arista; en Santo Tomás de las Ollas (cerca de Ponferrada, León), esta misma disposición se hace sobre una planta ligeramente elíptica, con el resultado de paños muy agudos, cuyas aristas arrancan de las claves de la arquería mural, y sobre la entrada se coloca un paño mayor que cubre la puerta con dos laterales muy estrechos; la cúpula central de Peñalba, gallonada de ocho cascos, no arranca sobre tambor, trompas o pechinas, sino sobre cuatro arcos murales apoyados en repisas y las aristas cargan a los lados de las claves.
No podemos afirmar que estas ideas tan originales en la resolución de las bóvedas procedan de los monjes emigrantes o de albañiles musulmanes adscritos a sus conventos. Algunas indicaciones se ofrecen en el caso de San Miguel de Celanova; esta pequeña construcción se ha mantenido intacta durante más de un milenio dentro del gran monasterio gallego y es su único recuerdo de la época en la que lo regentaba el casi mítico San Rosendo. La noble familia del fundador tuvo un buen número de "servos de origine maurorum", algunos de los cuales ejercieron distintos oficios en Celanova y llegaron a integrarse en la comunidad monástica. Hacia el año 940 se levantó allí el pequeño oratorio de San Miguel, como pequeña hospedería de peregrinos y memoria de Froila, el hermano de San Rosendo que había hecho la primera dotación del monasterio.
San Miguel de Celanova se compone de un vestíbulo con entrada lateral, una sala cuadrada de mayor altura, que hace de cuerpo de toda la iglesia, y una capilla muy pequeña, circular por dentro, con el espacio justo para que el sacerdote rodee la mesa del altar, en sólo 1,35 metros de diámetro. La construcción de los muros, con sillería de granito de tamaño desigual, es la tradicional de la zona, hecha con cierta desconfianza, que llevó a darles un grueso considerable y a colocar pilares exteriores de refuerzo en los lados del vestíbulo y la nave; estos contrarrestos no se aplicaron, sin embargo, a soportar las cargas de las bóvedas, que van directamente a los muros en el vestíbulo y la capilla, mientras que la sala central cuenta con arcos murales sobre repisas, como los de Santiago de Peñalba, aunque los arcos son de herradura, al igual que las aristas de la bóveda. La capilla tiene bóveda de ocho cascos iguales, con aristas prolongadas hasta la herradura. La disposición del edificio no tiene precedentes en la arquitectura cristiana, pero sí recuerda la de oratorios musulmanes, y la de un baño doméstico de Medina-Azahara.
Puede que en la arquitectura de pequeños edificios musulmanes andaluces fuera habitual el desarrollo de estos recursos constructivos, y que allí los hubieran aprendido los siervos musulmanes de San Rosendo; las bóvedas de cascos mozárabes encuentran precedentes lejanos e independientes en el mundo romano o en el bizantino, pero debió existir un foco en el qué se aplicaran antes con carácter más generalizado y éste debe buscarse en la Córdoba califal, de la que sólo conocemos con detalle los grandes monumentos, pero casi nada de la arquitectura menor o la doméstica.
Otro ejemplo de bóvedas singulares en iglesias del llamado ciclo mozárabe son las dos cupulillas esquifadas con nervios radiales de San Millán de Suso; el sistema de nervaduras cruzadas en las bóvedas es aquí el musulmán, bien distinto del gótico cristiano. El mismo sistema se ofrece en la cubierta de San Baudelio de Berlanga con versiones originales; el conjunto de la iglesia tiene un gran pilar cilíndrico en el centro que sirve de arranque a ocho nervios dirigidos hacia los ángulos y los puntos medios de los muros; estos nervios, con su aspecto arbóreo de ramas de palmeras, no hacen sino reforzar una cúpula esquifada, en cuyo tronco o soporte central hay una curiosa linterna que también se cubre con cúpula de nervios, en este caso, dos en cruz, que aguantan a dos parejas cruzadas. Hay en la misma iglesia once bovedillas de artesa de cinco paños y todos los arcos son de herradura, revelando la intervención de artífices formados en ambientes musulmanes; por razones históricas y estilísticas, todo ello es del siglo XI, posterior al período mozárabe clásico, pero es índice del empleo de recursos similares, es decir, el aprovechamiento de las técnicas y la mano de obra que operan en la España islámica al servicio de una construcción cristiana.
El modillón de lóbulos es otro de los elementos característicos de las iglesias mozárabes. Consiste en una pieza saliente del alero, para soportar el vuelo del tejado, conocida y utilizada con múltiples variantes desde la arquitectura clásica a la románica, según estudió minuciosamente el arquitecto Leopoldo Torres Balbás. A su misma categoría arquitectónica pertenecen las ménsulas o repisas que se han indicado en el apeo de los arcos murales de Santiago de Peñalba y San Miguel de Celanova, siendo las de esta última un trasunto perfecto de las que se ofrecen en las arquerías de la gran mezquita cordobesa.
En las iglesias mozárabes los modillones tienen una longitud muy superior a los de cualquier otra época y estilo; su desarrollo suele ser algo cóncavo por la parte inferior, en la que se disponen los rollos o lóbulos, siempre más grueso el del extremo; en las caras laterales, cada círculo de los rollos se decora con un tema como los tan conocidos en el repertorio visigodo geométrico, pero nunca con sentido específico cristiano, sino puramente decorativos; hay rosetas de seis o más pétalos, aguzados o curvos, estrellas formadas por triángulos y cuadrados superpuestos y las ruedas de radios curvos, tan apreciadas en la región desde época prerromana. Parece que el origen del modelo de modillón mozárabe debe buscarse en obras de madera, y existen en San Miguel de Escalada algunos canecillos originales con el mismo diseño y función; también de la artesanía carpintera tradicional en la región podría proceder el tipo de ornamentaciones, según todos los investigadores.
El modillón de lóbulos es el elemento más constante en todo este ciclo del arte mozárabe. En San Miguel de Escalada hay unos lisos, otros decorados y la misma forma en canes de madera; en San Cebrián de Mazote se han encontrado al hacer restauraciones; en Santiago de Peñalba quedan en cierto número en los tejados más altos; San Miguel de Celanova conserva la serie completa, salvo uno restaurado, de la sala central, ya que la capilla y el vestíbulo no los tenían; en Santa María de Lebeña unos son originales y otros son hechos a su imitación en las restauraciones de fines del XIX, que además los colocaron en número excesivo y sobre muros que no los poseyeron originalmente; los de Lebeña son los más cortos de la serie, pero su decoración es generosa y cubre toda la superficie lisa inmediata a los rollos; también en Cantabria, pero más hacia el este, San Román de Moroso ha conservado un buen número, de labra algo tosca, como los de Santa Leocadia de Helguera, pequeña iglesia cercana cuya reciente identificación como mozárabe se debe precisamente a la conservación muy aceptable de todos los modillones y el alero de la capilla, dentro de un edificio de absoluta sobriedad ornamental.
Los modillones de lóbulos son tan uniformes en las iglesias mozárabes como para no dudar que corresponden a una época y un taller bien definidos; el origen musulmán y cordobés de la pieza arquitectónica se establece con claridad a fines del siglo IX o comienzos del X, aunque es en las fases más avanzadas de la Mezquita y en Medina-Azahara, donde parece que se ha desarrollado plenamente el modelo importado a tierras leonesas; la combinación con las decoraciones de carpintería tradicional debió idearse en alguna de las primeras iglesias y extenderse desde allí como moda. Podría decirse que las cuadrillas de albañiles-techadores islamizados que propagaron las bóvedas de cascos, llevaron en su equipo a un tallista de modillones reclutado entre los carpinteros locales. Aunque no deba concluirse que todo lo que corresponde a estas manifestaciones del arte mozárabe lo ejecutó un solo grupo de operarios, todo resulta tan parejo y original, que ha tenido que producirse por técnicos de formación muy similar y que trabajaron conociendo las obras de los otros o intercambiándose métodos y modelos.
Esta idea se complementa con la observación de la serie de modillones de San Millán de Suso; tienen aquí las mismas características de traza y decoración, pero el perfil general de la pieza es casi cuadrado por el añadido de una aleta en el canto, con decoraciones caladas, cuyo prototipo está en la ampliación de la mezquita de Córdoba por Almanzor; si estos modillones son los más modernos dentro del grupo mozárabe, su diseño habría combinado la forma ya desarrollada en las iglesias cristianas con una nueva aportación islámica.
Es conocido que el tema de los modillones de lóbulos pasa en el siglo XI al arte románico francés, dando lugar a nuevos tipos y con decoraciones distintas. Parece que en este caso, más que la transmisión de una forma ornamental, se da la difusión de todo un sistema de aparejo de cubiertas, desarrollado en la Córdoba califal y propagado por albañiles andaluces, que trabajan en cada lugar con los materiales y las formas decorativas tradicionales allí.