Época: Renacimiento6
Inicio: Año 1500
Fin: Año 1600

Antecedente:
Introducción al Cinquecento

(C) Jesús Hernández Perera



Comentario

La contemplación humanista del mundo antiguo y su legado arquitectural y plástico determinará fundamentalmente el estudio científico de sus reglas y formas estéticas. No sólo se observan las características de las fábricas romanas, sino que se las compara con el "Tratado de Arquitectura" de Vitruvio y se discuten las diferencias que desde Alberti se contraponen en el análisis teórico y su medición empírica.
Se establecen y ponderan las proporciones de la arquitectura cotejándolas con la medida del hombre, pauta admitida desde el siglo XV que ahora cifran en cánones aritméticos Leonardo y Durero, interesado aun más desde su visita a Venecia por la proporcionalidad del cuerpo masculino y femenino.

El modelo antropocéntrico se aplica a la misma configuración de la arquitectura, aunque ésta adquiera en plantas y alzados la magnitud monumental que ahora se potencia, reclamando para todos los edificios el imperio de la simetría. Cuando esta dicotomía simétrica inherente al dictado clasicista se desobedezca, aparecerán los manierismos anticlásicos. La simetría exigida a la perspectiva pictórica se aplicará a la planificación urbanística.

Con el estudio del hombre se relaciona el de la naturaleza, que adquirirá carácter científico en los estudios anatómicos de Leonardo, pero también en la flora llevada por él a sus paisajes. Esa exégesis de los valores orgánicos no quedará en la superficie de los retratados, sino que profundiza en los valores históricos y psicológicos de los modelos hasta llegar a la idealización. Ayudará a ello el análisis del movimiento y del gesto como expresión externa de la sensibilidad o el ánimo, hasta incorporar la sintaxis dramática o teatral, como Leonardo glosa en cada uno de los Apóstoles de La Cena. Especialmente el estudio de la luz y del color será decisivo en Leonardo y en los grandes pintores venecianos.

Todo ello exigirá al artista una dimensión creciente de sus potencialidades, que se traduce en una complejidad de talentos cada vez más exigente. Las figuras principales, a las que Francisco d'Olanda calificará de águilas, se remontarán a un dominio increíble de las tres artes mayores de la arquitectura, escultura y pintura. En el caso singular de Leonardo, una de las cumbres del ingenio humano, se extenderán a otras actividades en el campo de la ingeniería, la fortificación y el armamento militar, la hidráulica y el urbanismo, sin olvidar la fecundidad de su obra escrita como técnico experto, esteticista y filósofo.

A la par este encumbramiento del artista contribuye al prestigio y cotización creciente del autor que, abrumado de encargos por los mecenas que con su tutela aumentan su disfrute personal y también su propio prestigio, ha de acudir al concurso de talleres y discípulos cada vez más numerosos e identificados. Del antiguo aprendizaje individual con maestros y mentores se pasará a la docencia reglada y teórica que conducirá al nacimiento de academias, cuyo eco influyente informará buena parte del Cinquecento, y del Manierismo se trasladará al Barroco.

Los conocimientos adquiridos en la larga experiencia profesional u obtenidos de las fuentes clásicas y quattrocentistas se volcarán en ediciones y comentarios a Vitruvio, como los de Cesare Cesariano, y en los valiosísimos tratados escritos en el siglo XVI, desde Leonardo y Durero en los años del Clasicismo, hasta los del Manierismo, tales los de los arquitectos Serlio, Vignola, Palladio y Scamozzi o del pintor Armenini, cuyas ediciones y traducciones logran prolongada difusión internacional. También la Iglesia se verá en los inicios de la Contrarreforma motivada a dictar desde Trento normas estrictas que condicionarán las pautas de los templos y la imaginería religiosa.

Tarea de primordial importancia desempeñarán en la propagación de modelos e imágenes los grabados, que en auge tras la invención de la imprenta divulgarán a distancia las creaciones de los magnos innovadores o los diseños arquitecturales, contribuyendo a la extensión del lenguaje cinquecentista, que dejará de ser exclusivamente italiano, al resto de Europa, que acabará homogeneizándose, dentro de cada identificación nacional, e incrementando su internacionalismo, hasta contagiar al otro lado del Atlántico a la América hispánica.