Época: Francia
Inicio: Año 1700
Fin: Año 1750

Antecedente:
El arte francés

(C) José María Prados



Comentario

Todas estas agradables comodidades que hacen de nuestras viviendas lugares deliciosos y encantadores no han sido inventadas más que en nuestros días", escribía el arquitecto Patte a comienzos del reinado de Luis XV. Al hablar de las características de la nueva sociedad y del nuevo gusto, ya comenté el lugar esencial que en ella ocupa la idea de lo confortable. Es el momento en que se fija la distribución de los apartamentos, distinguiendo, por ejemplo, la alcoba, el salón, la antecámara y un sinfín de pequeñas habitaciones como el boudoir, el cabinet de travail o despacho, hacia 1750 el comedor con sus muebles específicos e incluso, en algunas viviendas, hasta el cuarto de baño.El noble, el financiero que construye su casa no sólo se preocupa del edificio sino también, y no de forma secundaria, de su decoración interior a la que se dedican verdaderos especialistas. La atención no se limita a las paredes que suelen forrarse con paneles de madera, lambris, boiseries, sino también a la óptima colocación de los cuadros, de lámparas, apliques, porcelanas y demás objetos artísticos y, cómo no, de los muebles. Esta heterogeneidad de elementos se funden sabiamente para crear un ambiente agradable e íntimo.El mueble, en consecuencia, llena un capítulo importante en las artes francesas del siglo XVIII, lo que irónicamente ha hecho decir a Mario Praz que para Luis XV su arco de triunfo era el baldaquino de un lecho. No hemos de cegarnos, sin embargo, ante sus excesos decorativos. Esta nueva sociedad ama la riqueza, el lujo, pero también la comodidad, por lo que inventa una increíble variedad de tipos de muebles que también pretenden ser confortables, específicamente adaptados a la misión que tienen que cumplir. Hoy todavía vivimos en gran parte de los modelos que entonces fueron creados.En los muebles de asiento se hace, en primer lugar, una clara división entre los meublants, llamados también a la Reine y los courants o en cabriolet. Los primeros no eran otra cosa que sillas de respaldo plano, colocadas una junto a la otra, pegadas a la pared, con una finalidad primordialmente ornamental, por lo que sus motivos decorativos repetían normalmente los de las boiseries. Las otras eran sillas colocadas sin un orden predeterminado en el centro de la habitación, y que se cambiaban de sitio según las exigencias o el número de los visitantes. En este caso, al ser las que verdaderamente se usaban, curvan los respaldos para adaptarse al cuerpo, haciéndose mucho más cómodas.A partir de esta gran división se inventan infinidad de tipos adaptados a la misma mínima necesidad. Los sillones grandes o bergères se convierten en de commodité el término lo dice todo para enfermo, en tete-á-tete o marquise para acoger a dos personas. La chauffeuse es una silla baja para calentarse junto a la chimenea y la chaise-longue permite estirar las piernas. Se extienden los modelos de canapés o divanes y hasta se crea la voyeuse, con la parte alta del respaldo aplanado y acolchado especialmente pensado para que se apoyen los espectadores de un juego de salón sin molestar al jugador cómodamente sentado. El despacho tiene sus sillones, lo mismo que la toilette y los sillones de affaires o percée o bien el íntimo bidet, como el refinado en palo de rosa en el château de Bellevue de la Pompadour.Las mesas anteriormente se limitaban a las apoyadas a las paredes o consoles y las recubiertas de tela. A principios de siglo éstas se desnudan, exigiendo una mayor atención, y así surge el bureau plat, mesa de escribir generalmente rectangular, con cajones y patas curvadas. Ante la necesidad de guardar cartas y documentos aparece hacia 1730 el secrétaire en pente o á tombeau, que no es otra cosa que una mesa sobre la que se colocan unos cajones, con una tapa abatible que al abrirse apoya sobre unos tirantes de madera o metálicos. Un paso más es el secrétaire a cylindre, cuya tapa no es abatible sino que se enrolla como una persiana. El más famoso es el creado por Oeben para Luis XV y terminado por su alumno Riesener en 1769, en el que también sorprende su complicado sistema mecánico de cierre.Las pequeñas mesas se distribuyen por doquier: el bonheur du jour, mesita para escribir con un segundo cuerpo, para tomar café, de juego, de chevet o mesilla de noche, en chiffonniére. A veces algunas son a la Tronchin, en las que por medio de una manivela hábilmente oculta pueden ponerse a la altura deseada para escribir. El colmo de la fantasía es un curiosísimo mueble de Pierre II Migeon que consiste en un tablero de ajedrez que se eleva para convertirse en un pupitre de lectura; además oculta un juego de chaquete, dos abanicos laterales para proteger de las corrientes de aire, mientras que una manivela permite desenrollar un tapete para jugar a las cartas. Mayor sofisticación en tan pequeño tamaño es imposible.Durante la Regencia aparece la cómoda con tablero de mesa y cajones en el frente que se denomina commode á la Regence. Considerada demasiado pesada, ya durante el reinado de Luis XV se aligera, pierde un cajón y las patas curvadas se hacen más altas, fijándose definitivamente el tipo hacia el año 1730. También existen diferentes tipos de encoignures o esquineras.Por no hacer interminable esta relación termino aludiendo a los lechos, muebles bien habituales en las típicas pinturas licenciosas. Son, como las sillas, misión más de los carpinteros que de los ebanistas, además de tener una gran importancia la tapicería. Pueden ser a la francesa, a la polaca, a la turca, etc.Esta abundante variedad de modelos no hubiera sido concebida sin dos premisas favorables: por un lado, una clientela refinada, con suficientes medios económicos; por otro, unos artesanos competentes formados en una sólida tradición profesional. Existía en París la corporación de ebanistas que hacía respetar las normas de fabricación y, desde mediados de siglo, obliga a firmar y estampillar sus obras que luego se contra estampillaban por la misma corporación como garantía, lo que explica la inmejorable calidad media de los muebles de la época.El proceso de ejecución se regía por una estricta división del trabajo, lo que ocasionaba a veces algunos problemas al quererse realizar cometidos que, según la reglamentación, no les correspondía. En primer lugar hay que diferenciar el ebanista, dedicado al mueble de lujo, y el carpintero, que lo estaba a los más sencillos. El ebanista se limitaba a la parte lígnea, mientras que el resto correspondía a una legión de torneros, broncistas, doradores e incluso escultores en madera, cuando se trataba de una decoración esculpida. También había que contar con los tapiceros, no sólo para el exterior, sino también para el revestimiento interior de los muebles que se forraban de seda o moaré. Además, los que no tenían medios para disfrutar de un mobiliario de verano y otro de invierno se contentaban con un recambio de fundas y cojines en cada estación.Los encargos reales, que suponían una parte importante de la producción, estaban en relación con el Garde-Meuble del rey, con un intendente y una complicada administración, aunque el conjunto de servicios dependía de la Maison du Roi y, en último término, del director de los Edificios Reales.La organización del trabajo de los ebanistas era fundamentalmente familiar, por lo que, igual que habíamos visto entre los escultores, es bastante normal la formación de dinastías de estos artesanos. Cuando en 1754 muere Charles-Joseph, el último de la dinastía de los Boulle, le sucede Oeben que ya trabajaba en su taller desde unos años antes y, al morir éste, le sucede Riesener, casándose además con su viuda. Un fenómeno digno de mención es la habitual presencia de extranjeros ocupando algunos puestos importantes. Dominaban los flamencos, Roger Vandercruse, llamado Lacroix, o Bernard van Risen Burgh y, en la segunda mitad del siglo, los alemanes Oeben, Riesener.En la mayoría de los casos, salvo algunas excepciones como Riesener, estos ebanistas lo que hacían era ejecutar los modelos creados por los dessinateurs du cabinet du roi. Por ejemplo, son los hermanos Slodtz los que diseñan varios modelos. Se publican asimismo colecciones de modelos (Pineau, Delafosse) e incluso influyen también artistas, como Oppenordt o Meissonnier, que no son específicamente diseñadores de muebles.Durante la Regencia, aunque no deja de utilizarse, va perdiendo el favor el estilo Boulle de marquetería de concha y estaño y se difunden las maderas exóticas de Cayena, las Antillas, de palo de rosa, palisandro. El ebanista del Regente, Charles Cressent (1685-1768) adapta el vocabulario general de la época, con conchas, chinoiseries, arabescos al estilo de Watteau y sus maestros Gillot y Audran.Con Luis XV las formas se aligeran aún más, la decoración de rocalla se expande, se enamoran de la curva y la asimetría. Por los años 1748-1750 llega la moda de los muebles lacados, cuando los hermanos Martin ponen a punto el bamiz façon de Chine que lleva su nombre. A Cressent, ya famoso en la Regencia, se pueden añadir entre otros muchos a Antoine Gaudreaux (hacia 1680-1 751), Pierre II Migeon (1701-1758), Jacques Dubois (hacia 1693-1763), los Cresson o los Van Risen Burgh.A mitad de siglo comienza la reacción contra la rocalla, pero a los ebanistas les cuesta volver a la línea recta. Durante unos cuantos años sigue manteniéndose la misma decoración, si bien algo más contenida y de vez en cuando se permite asomar algún motivo a la griega. El paso siguiente era el estilo Luis XVI. El mejor representante del inicio de la transición es Jean-François Oeben (hacia 1720-1763), que será continuadó por su alumno Jean-Henri Riesener (1734-1806).