Época: Prehistoria
Inicio: Año 2500 A. C.
Fin: Año 800 D.C.

Antecedente:
La Edad del Bronce



Comentario

Hemos comprobado la diversidad cultural existente en la Península y el distinto grado de desarrollo de las diferentes regiones, situación que continúa patente en estas nuevas etapas durante las que tampoco se alcanzó una homogeneidad en todo el territorio.
Durante estos dos primeros períodos de la Edad del Bronce, hay que destacar el pujante foco del Sureste donde floreció la cultura de El Argar, que toma su nombre del poblado epónimo de Almería, extendiéndose también por las provincias de Murcia, Granada y Jaén, a pesar de lo cual no constituyó un fenómeno unitario peninsular.

El espectacular desarrollo de esta cultura hizo que tradicionalmente se considerase que no mantenía ninguna vinculación con las fases anteriores y que su origen había que buscarlo nuevamente en las influencias llegadas por el Mediterráneo, pero en los últimos años, Lull y otros investigadores no aceptan un origen exótico y creen observar cierta continuidad desde la cultura de Los Millares.

Aunque algunos poblados neolíticos y calcolíticos, como Almizaraque o Parazuelos, no se abandonan en época argárica, otros en cambio sí y esta aparición de hábitats nuevos, así como la reestructuración social que en ellos se observa, hacen pensar que, desde luego, se produjeron cambios importantes en la zona.

La mayoría de los poblados característicos son de nueva planta y eligen lugares altos y estratégicos que dominan tanto las rutas de paso como las tierras fértiles circundantes. Existen diferencias de tamaño entre unos lugares y otros que pueden deberse a la dedicación a actividades económicas distintas y, seguramente, complementarias.

Con respecto a los ritos funerarios, sin duda es en los enterramientos donde mejor se pueden observar las novedades culturales que ofrece esta cultura. Frente a las sepulturas colectivas megalíticas de la etapa anterior, ahora son siempre individuales y depositadas bajo el suelo de las viviendas; las inhumaciones se efectuaban en cistas, en simples fosas y en pithoi o jarras de cerámica y el cadáver iba acompañado de una serie de piezas de ajuar, destacando los típicos vasos cerámicos y una serie de objetos metálicos, armas y adornos de cobre, bronce y plata que destacan la riqueza individual de algunos miembros de aquella sociedad.

La cerámica es uno de los elementos distintivos de esta cultura porque ofrece características nuevas ya que se trata de piezas de buena factura, de color negro, superficie bruñida y lisa, sin ninguna decoración, y formas variadas entre las que son típicos los vasos y cuencos de carena baja muy pronunciada y las copas de pie alto.

Los objetos metálicos son de gran interés porque muestran, a lo largo del desarrollo de esta cultura, una progresiva evolución técnica y una proliferación de formas que denotan cómo la actividad metalúrgica fue adquiriendo mayor importancia. A pesar de la época en que nos encontramos, las piezas de bronce aparecen todavía en proporción escasa abundando los cobres arsenicados, pero las formas son muy variadas destacando los puñales cortos de remaches, las alabardas, las espadas, punzones, etcétera, y numerosos objetos de adornos como brazaletes, pendientes, diademas, algunos de ellos de oro o de plata.

La base fundamental de la economía debía descansar en la agricultura y la ganadería dependiendo de las zonas. Por ejemplo, en la zona de Almería parece que la explotación de la tierra fue más importante y, en cambio, en Granada fue la ganadería la principal ocupación, según demuestran los restos faunísticos de algunos yacimientos estudiados. Aparte de esto, la actividad metalúrgica fue adquiriendo mayor importancia demostrada no sólo por la proliferación de los útiles mencionados, sino también por la relación que se ha podido establecer entre los asentamientos del momento de apogeo y los filones de mineral de cobre.

Todos los cambios observados en las formas materiales denotan un cambio en la estructura social que tradicionalmente se explicaba por la presencia de grupos de colonos orientales; en los últimos años, se piensa que la propia sociedad indígena fue evolucionando hasta la aparición de una clase social dirigente, según el estudio de las tumbas donde al principio sólo se observaban diferencias por edad y por sexo y después ya aparecen diferencias en los ajuares entre adultos iguales. El estudio de la riqueza de los ajuares de las tumbas ha permitido a Lull diferenciar hasta cuatro niveles sociales jerarquizados: miembros importantes de la comunidad, con las piezas metálicas más significativas y ricas tanto a nivel técnico como en cuanto a valor social; miembros con ajuares ricos pero con menor número de piezas; miembros con piezas de ajuar poco significativas en cuanto a su valor social y, finalmente, miembros enterrados sin ajuar.

En torno al 1400 a. C. esta brillante cultura va perdiendo identidad, se abandona un gran número de asentamientos y deja de ser identificada como tal, no estando demasiado claras las razones de su desaparición; hay que suponer que debió producirse una crisis de su sistema económico al agotarse los filones de mineral y, presumiblemente, al empobrecerse las tierras cultivables, lo que obligaría a la dispersión de la población en busca de nuevos recursos.

Ya hemos dicho al comienzo de este capítulo, que en ningún momento puede hablarse de uniformidad cultural en todo el territorio peninsular pues cada región siguió evolucionando lentamente a partir de las culturas precedentes de forma independiente al foco que acabamos de describir. Durante el Bronce Antiguo en la Meseta y en la mayoría de las regiones del interior, hasta la fachada atlántica, seguían desarrollándose grupos de tradición campaniforme más o menos acusada y, por ejemplo, el de Ciempozuelos se mantuvo hasta bien entrado el segundo milenio.

Durante el Bronce Medio se pueden identificar distintos grupos con características culturales propias. El área que mayores paralelismos mantiene, desde un punto de vista tipológico, con la cultura de El Argar es el denominado Bronce del Suroeste, circunscrito a la provincia de Huelva y a las portuguesas del Algarve y el Alentejo. A su vez, estos territorios situados en el occidente peninsular participaron de la entidad cultural conocida como Bronce Atlántico que se define, sobre todo, por las relaciones de tipo comercial que mantuvieron las poblaciones de la fachada atlántica europea, volcadas al mar para sus principales actividades económicas.

En el Noroeste peninsular también se independiza un horizonte cultural conocido sobre todo por los materiales cerámicos, procedentes de cistas de enterramiento, difíciles de conectar con los numerosos depósitos y tesoros metálicos conocidos en Galicia desde principios de siglo; como ejemplo de la pujante orfebrería de la época puede mencionarse el tesoro de Caldas de Reyes (Pontevedra), situable cronológicamente en el tránsito del Bronce Antiguo-Medio en torno al 1550 a. C., formado por más de 30 piezas de oro entre las que destacan los brazaletes y los torques macizos, dos cuencos con asas y una jarrita, todos ellos con claros paralelos formales en Bretaña e Irlanda pero fabricados con el oro aluvial de la Península.

Otro grupo cultural cuyo desarrollo puede perfilarse durante la Edad del Bronce es el Bronce Valenciano, que a pesar de centrarse en una región contigua al foco de El Argar no participa de su mismo desarrollo cultural y social. Los yacimientos mejor conocidos son pequeños poblados que se ubican en zonas altas de claro valor estratégico y, en ocasiones, con defensas artificiales que podrían responder a momentos de inseguridad ocasionados por depresiones económicas debidas a sucesivas malas cosechas; en el interior de los recintos se han identificado viviendas de planta cuadrada dispuestas sin ningún orden urbanístico, con el suelo de tierra apisonada sobre el que a veces se han encontrado las cenizas del hogar y en ocasiones un banco corrido adosado a las paredes.

Frente a los numerosísimos lugares de habitación, contrasta la casi total ausencia de lugares funerarios pues sólo se han encontrado enterramientos, de uno o dos individuos, en cuevas y grietas naturales y, en algunos casos, bajo el piso de las habitaciones (Altico de la Haya en Navarrés) o en cistas (Cabezo Redondo en Villena). El equipo material se compone de elementos en nada semejantes a las características piezas argáricas, pues aquí la cerámica ofrece formas ovoides de pastas poco depuradas y tosco acabado y entre los objetos metálicos destacan los puñales, las puntas de flechas y los punzones, básicamente de cobre y producto de una metalurgia local que seguramente aprovechaba los yacimientos mineros de la zona de Orihuela, Villena y Alcoy.

La región catalana, pese a su proximidad geográfica, no formó parte de la órbita cultural valenciana y todavía se detectan perduraciones de las tradiciones megalíticas y del hábitat en cuevas; también se han encontrado algunos objetos que atestiguan unos contactos. extrapeninsulares, a través de la vía del Segre, que algunos autores han considerado precedentes de los posteriores movimientos de pueblos durante el Bronce Final.

En las regiones meseteñas el desarrollo cultural fue más pobre y retardatario y sólo puede identificarse con cierta personalidad propia el grupo denominado de las Motillos de La Mancha. Lo más característico son los patrones de asentamientos bien diferenciados: poblados en llano fortificados formando un conjunto de cierta complejidad, conocidos con el nombre de motillas (Retamar, El Azuer, La Vega, etcétera) y los poblados en altura más semejantes al hábitat observado en las regiones descritas anteriormente.

Los primeros estaban formadas por una torre central, cuadrada o rectangular, que en ocasiones pudo alcanzar los seis metros, rodeada por una o dos líneas de murallas concéntricas que dejaban libre espacios interiores destinados posiblemente al almacenamiento, mientras que las viviendas domésticas debían estar distribuidas de manera desordenada en los alrededores de la fortificación; su situación, en terrenos llanos y pantanosos, tendría gran valor estratégico tanto por el difícil acceso como por la visibilidad que proporcionaba de todo el entorno. Los enterramientos conocidos documentan el rito de la inhumación individual realizada en el interior del área del poblado, de forma semejante a las gentes argáricas.

La economía de estas poblaciones se basaba en la agricultura cerealística habiéndose documentado el trigo, en sus variedades monococcum y aestivium, la cebada y en menor medida las hortalizas y las leguminosas, a lo que hay que añadir la presencia de bellotas quizás destinadas al consumo animal. Los estudios faunísticos han mostrado el consumo de ovicápridos, bóvidos y cerdos, de los que seguramente se aprovechaba no sólo la carne sino también los productos lácteos derivados, puesto que se han encontrado numerosos recipientes cerámicos del tipo queseras.