Época: Hispania republicana
Inicio: Año 237 A. C.
Fin: Año 30 D.C.

Antecedente:
Economía de la Hispania republicana
Siguientes:
Los mineros



Comentario

La literatura antigua está llena de referencias a las enormes riquezas mineras de Hispania. Entre las muchas menciones genéricas, baste ésta de Estrabón: "En cuanto a la riqueza de sus metales no es posible exagerar el elogio de Turdetania y de la región colindante. Porque en ninguna parte del mundo romano se ha encontrado hasta hoy ni oro, ni plata, ni cobre, ni hierro en tal cantidad y calidad..." (III, 2, 8). La riqueza en metales fue una de las causas que motivaron la llegada de orientales y la fundación de los primeros asentamientos coloniales. A veces, la realidad de tal abundancia metalífera sirvió para crear tópicos que no reflejaban las posibilidades metalíferas, como el del Tajo portador de oro, Tagus aurifer, que se siguió trasmitiendo hasta épocas tardías como un recurso literario, según comprobó Fernández Nieto.
En el botín del ejército romano, se menciona siempre la toma de grandes cantidades de metales, ante todo de oro y de plata. Y efectivamente, a pesar de la rapiña sistemática de los generales romanos, la arqueología demuestra que las referencias de los textos son ciertas. Baste recordar brevemente algunos datos. Las Casitérides, islas próximas a la costa gallega, conocidas desde época arcaica, siguieron siendo productoras de estaño en época republicana. La orfebrería castreña del Noroeste con excelentes joyas conservadas (de Lebuçao, de Bedoya, de Chao de Lamas...) o bien el tesoro de Arrabalde (Zamora), formado por varios kilogramos de brazaletes, pulseras y torques de oro y plata, constituyen unos pocos indicadores de la riqueza en metales preciosos así como de la tradición orfebre del Noroeste. A partir de la conquista de los pueblos del Norte por Augusto, el Noroeste se convierte en uno de los distritos mineros más activo del Imperio (La Valduerna, Las Médulas, Las Omañas, las minas del suroeste de Asturias, todas de oro).

Minas de menor entidad con producción de oro, plata, hierro y otros metales se distribuían por varios lugares del norte (Montes de Galicia, Cantabria, Pirineos), por el Sistema Ibérico y por diversos enclaves del Sistema Central, de los Montes de Toledo y de Sierra Morena. Y la metalurgia del hierro se documenta como de excelente calidad en el área celtibérica, donde se fabricaban las mejores armas; la espada hispana, gladius hispaniensis, fue incorporada al ejército romano. Cuando se analizan materiales arqueológicos, muestras del tipo de las espadas de los castros de La Osera, Las Cogotas, Chamartín y Raso de Candeleda son siempre testimonios del elevado nivel de producción técnica y artística. Y si Diodoro Sículo habla de la vajilla de oro y plata de Astolpas, el suegro de Viriato, hay varios hallazgos de joyas (de Penhagarcía, Casal de Conejo, Castelo Branco...) que testimonian que Diodoro debía estar bien informado.

Ahora bien, si ese panorama general no se modificó a partir de la conquista porque Roma no prohibió la explotación de múltiples pequeños centros mineros, desde fines del siglo III a.C., la atención preferente del Estado romano se orientó a los grandes distritos: las minas de plata de Cartagena, las del ámbito de Boesucci (Vilches) y de Castulo (Linares), ambas de Jaén, así como otras diversas de Sierra Morena.

En el estudio de Negri sobre el derecho minero romano, se deja clara constancia de que Roma no hacía distinción entre derechos sobre lo hallado en el subsuelo y derechos sobre el resto del territorio. Al haber quedado casi todos los pueblos de la Península en la condición de dediticios, el Estado romano decidía sin cortapisas si mantenía el control directo de las explotaciones mineras o bien las cedía a particulares o a ciudades como una parte más de su distrito territorial.

De las minas de Cartagena disponemos de información sobre varias modalidades de gestión. A raíz de la expulsión de los cartagineses, la gestión directa de la explotación quedó en manos del Estado. Hacia el 179 a.C., a partir del momento en que comienzan a asentarse las compañías de publicanos, éstos toman el relevo de la gestión, aunque el propietario de las mismas seguía siendo el Estado. A fines de la República, las minas eran explotadas por particulares. Un texto de Estrabón (III, 2, 10) es muy explícito al respecto; dice lo siguiente: "... Polibio, mencionando las minas de plata de los alrededores de Cartagena, dice que son muy grandes, que están a unos 20 estadios de la ciudad y que tienen una periferia de 400 estadios así como que en ellas trabajan 40.000 hombres, que proporcionaban entonces al Estado romano 25.000 dracmas (denarios) al día... Aún hoy existen estas minas de plata, pero ya no son del Estado ni allí ni en otros sitios, sino que han pasado a propiedad particular. Sólo las minas de oro, en su mayor parte, pertenecen todavía al Estado".

El interés del Estado romano por las minas de oro, plata y cobre está relacionado con la necesidad de tales metales para el mantenimiento de las acuñaciones monetales. A fines del siglo III a.C., aparecieron las primeras monedas romanas de oro, aurei. Ahora bien, el aureus fue objeto de acuñaciones reducidas y esporádicas durante la República, por más que sirviera de patrón y base para la relación con la moneda de plata, denarius, y la de cobre, ces, que eran las que estaban realmente en circulación. El gran distrito minero de plata del Atica, las minas de Laurión, estaban en decadencia desde mediados del siglo III a.C., según ha podido comprobar Lauffer; y el otro gran centro productor de plata, Britania, no pasó a la dependencia de Roma hasta la época del emperador Claudio, lo que daba doble valor a las minas de plata de Hispania. El desarrollo de los intercambios que se iba propiciando con la ampliación de los dominios romanos demandaba un continuo crecimiento de la obtención de metales monetales. A su vez, el pago de las legiones, cada vez más numerosas, exigía igualmente un mayor volumen de moneda en circulación. Conviene recordar que no se había dado el salto hacia la creación de la moneda fiduciaria.

La riqueza minera de Hispania y el crecimiento de la demanda de productos mineros fueron dos de las principales causas que motivaron la emigración de itálicos. Dice Diodoro (V, 36-38): "... Más tarde, cuando los romanos se adueñaron de Iberia, gran número de itálicos llenó las minas y obtenían inmensas riquezas por su afán de lucro. Pues comprando gran cantidad de esclavos, los ponían en manos de los capataces de los trabajos mineros ....".

La alta rentabilidad de las minas hispanas explica que se aplicaran en ellas los avances técnicos conocidos en otras regiones del Mediterráneo y del Oriente Próximo. Cuando no había condiciones para hacer la explotación a cielo abierto, se cavaban pozos y galerías. Las dificultades puestas por el agua subterránea eran salvadas, según describe el mismo Diodoro, haciendo galerías transversales para desviar las corrientes o bien con los llamados caracoles egipcios: consistían en una espiral sujeta a un eje giratorio de madera, mecanismo análogo al sinfín del qué se sirven aún hoy los agricultores para sacar el grano de los silos. En las minas romanas de Río Tinto (Huelva), al menos en época imperial, se empleaban enormes ruedas con función de norias, una de las cuales se encuentra en el Museo Británico. Y para menores cantidades de agua, bastaba el uso de cubos subidos por poleas. Cubos de esparto sujeto a un armazón de madera o simples esteras de esparto, de las que se conservan algunos ejemplares, se empleaban para la extracción y transporte del mineral. Junto a la mina se realizaban todas las operaciones necesarias de criba, lavado y fundición final del metal. Una vez purificado, el metal se convertía en lingotes para ser transportado fuera del distrito minero.

Domergue ha resaltado bien que la minería romana no reposaba en la atención única a los grandes distritos. La explotación del mercurio de Almadén (Ciudad Real) estaba en manos de una compañía privada a fines de la República (Ciceron, Ph., 11, 19): este producto se refinaba en la propia Roma. Varias minas de Sierra Morena (de plata, cobre y oro) estaban ya en actividad y eran explotadas por particulares. Conocemos el caso del rico Sexto Mario, propietario de minas en esta zona, quien fue condenado a muerte bajo Tiberio pasando sus minas a poder del fisco. Este es un testimonio de la recuperación de minas por el Estado, cuando había necesidad de metales preciosos para las amonedaciones. Por las marcas que presentan los lingotes de metal/galápagos, sabemos que había también minas de plata y plomo en Orihuela (Alicante), en Canjayas (Almería), en Alcazarejo, además de las de Linares y Cartagena. Muchas pequeñas minas del Sistema Central y de los Montes de Toledo pudieron comenzar a ser activas ya en época republicana si nos atenemos a que, en época prerromana, mantenían alguna actividad y a indicios arqueológicos de los poblados de sus cercanías.