Comentario
Hemos hecho referencia en el apartado anterior a los médicos, en tanto que enseñantes de futuros profesionales y de su buena consideración social, entre otras razones porque su número debía ser escaso. Pero también porque la medicina era una ciencia que, si no consta que hubiese avanzado en la Antigüedad tardía, sí parece que había mantenido el legado cultural romano y era apreciada. Isidoro de Sevilla le dedica el libro IV de sus Etimologías y al final del mismo justifica que si no incluye este saber entre las llamadas artes liberales es porque:
"Aquellos tratan de materias particulares, ésta (la medicina), en cambio, de todas. Pues un médico debe saber gramática, para poder comprender y exponer lo que lee. Asimismo diálectica, para, aplicando la inteligencia, averiguar las causas de las enfermedades ,y curarlas... geometría... música... astronomía... De aquí que se denomine a la medicina segunda filosofía. En efecto, pues ambas ciencias reclaman para sí al hombre entero. Pues así como por esta se cura el alma, por aquella el cuerpo".
Es interesante ver cómo en ocasiones se hace mención de las medicinas aplicadas a los reyes en trance de muerte, lo que indica que en la corte se prestaba atención a la actividad de estos profesionales. Si bien, en casos concretos, como el de Sisebuto o Wamba, cabe sospechar que fue precisamente un abuso de medicamentos lo que les hizo perder el trono, por muerte el primero, por enfermedad gravísima, de la que finalmente se recuperó, el segundo.
Pero es, sin duda, el texto de las Vitas sanctorum patrum Emeretensium, dentro de su tono propagandístico de elogio a la Mérida del siglo VI y a sus obispos y de su carácter hagiográfico, el que ofrece una preciosa información. Desde el ejercicio de diversos profesionales libres en la ciudad, hasta la operación que el obispo Paulo, de origen griego -tal vez un testimonio indirecto de la llegada de médicos desde Bizancio-, realizó a una mujer a la que se le había muerto en el útero el hijo que esperaba; aunque se negaba a ello por su condición de obispo, finalmente ante la impotencia declarada de los otros médicos y la insistencia del marido de la enferma y de los propios miembros de la iglesia emeritense, accedió a ello, salvándola. Por supuesto hay que añadir la noticia de la construcción del xenodochium ordenada por Masona, que tuvo una doble funcionalidad: la de asistencia médica propiamente dicha y la de acogida para viajeros y peregrinos. Pero no sólo lo mandó construir, sino que dispuso que estuviese perfectamente dotado de recursos humanos y físicos. El texto dice así (V 3, 18):
"Después construyó un xinodocium y lo enriqueció con grandes patrimonios y habiéndole sido asignados servidores y médicos, ordenó que prestasen servicio a las necesidades de peregrinos y enfermos y dio orden de que todos los médicos, recorriendo ininterrumpidamente el ámbito de la ciudad, a cualquier enfermo que encontrasen, siervo o libre, cristiano o judío, cogiéndolo en brazos, lo trasladasen al xenodocium y que en lechos de paja preparados convenientemente, pusiesen allí al enfermo y le preparasen alimentos delicados y convenientes hasta que, con la ayuda de Dios, retornara la antigua salud al enfermo".
De la misma ciudad de Mérida procede una inscripción relativa a un médico, cuyo nombre realmente desconocemos, aunque se ha conjeturado el de Recaredo, que murió, al parecer, a los veintinueve años de edad (ICERV 288):
"(Reccare)dus medicus debito / (func)tus hoc in sepulcro quiscit / (se)curus. vixisse fertur fere/(ann(orum) vigin)ti novem". ("Recaredo (?) médico, muerto, descansa tranquilo en este sepulcro. Se dice que vivió casi veintinueve años).
La medicina era una profesión libre que se ejercía fundamentalmente en las ciudades; probablemente los medios rurales estarían menos atendidos. Por otra parte, las informaciones que tenemos sobre la calidad de vida y las enfermedades, no ofrecen un panorama especialmente reconfortante.