Época: Castilla Baja Edad Media
Inicio: Año 1284
Fin: Año 1474

Siguientes:
La época de la gran depresión
Los primeros trastámaras: Enrique II
Inestabilidad política y fortaleza económica
La sociedad castellana: luchas internas
El legado de la Castilla medieval
Bibliografía sobre la Castilla bajomedieval

(C) Julio Valdeón Baruque



Comentario

El período comprendido entre los años 1284 y 1474, o lo que es lo mismo entre la muerte del monarca Alfonso X el Sabio y la proclamación de Isabel I como reina de Castilla, puede ser contemplado, por lo que a la Corona de Castilla se refiere, desde ópticas contrapuestas. En efecto, para unos se asiste en dicha etapa al declive irremediable del mundo medieval, en tanto que otros encuentran en ella los primeros síntomas inequívocos de los tiempos modernos. En verdad todo depende de los elementos que se tomen en consideración a la hora de formular un juicio. Si nos fijamos, por ejemplo, en la convivencia de las tres culturas, cristiana, musulmana y judía, cuyos frutos más logrados se alcanzaron precisamente en el reinado de Alfonso X el Sabio, lo acontecido en los dos siglos siguientes constituye un fracaso incuestionable.
La expulsión de los judíos, decretada en marzo de 1492, seguida unos años más tarde por una medida similar con respecto a los mudéjares, sería la más rotunda manifestación del final de la coexistencia entre las tres religiones. Si, por el contrario, centramos nuestra atención en la proyección exterior de la Corona de Castilla, veremos cómo al concluir el siglo XV se ponía en marcha la gesta colombina, testimonio indiscutible de su apertura al antiguo mar tenebroso, es decir, al Océano Atlántico. Paralelamente, Castilla había extendido sus tentáculos por la costa occidental africana y las islas Canarias, al tiempo que desarrollaba, con notable intensidad, las rutas comerciales hacia la costa atlántica de Europa.

La entrada en la modernidad, no obstante, se puso asimismo de relieve en otros muchos aspectos. Uno de los más señalados tiene que ver con la construcción de un aparato de Estado eficiente, cuyos soportes eran una monarquía fortalecida, centro indiscutible del poder político, y unas sólidas instituciones centrales de gobierno, a la par que un personal técnicamente preparado para la gestión que se le encomendaba, los letrados. En este sentido, la monarquía de los Reyes Católicos puede considerarse uno de los ejemplos más acabados del incipiente Estado moderno.

Ahora bien, el camino recorrido entre los años 1284 y 1474 estuvo salpicado de numerosos obstáculos. La anarquía, frecuentemente atizada por la violencia de los malhechores feudales, estuvo a la orden del día. Añadamos las interminables luchas de bandos, que salpicaron la geografía de la Corona de Castilla de un extremo a otro. Tampoco faltaron la guerra fratricida (Enrique de Trastámara se enfrentó a Pedro I en los años 1366-1369) o la deposición de un monarca por parte de vasallos suyos (Enrique IV en la farsa de Avila, del año 1465). Luis Suárez, en una obra convertida en clásica, habló del conflicto entre nobleza y monarquía, cuya finalización llegó en tiempos de los Reyes Católicos con la victoria de la primera en el terreno social y económico y de la segunda en el político. Simultáneamente se incrementaba el descontento de los sectores populares, unas veces orientados contra los señores, como aconteció en Galicia con motivo de la segunda guerra irmandiña; otras, contra la odiada minoría hebraica o contra sus herederos, los cristianos nuevos o conversos.

Y, como trasfondo, la Corona de Castilla vivió en el transcurso del siglo XIV una crisis de altos vuelos, por lo demás común a toda la Cristiandad europea. Su síntoma externo más alarmante fueron las epidemias de mortandad que se propagaron por todas las tierras, y en primer lugar la peste negra de mediados de la centuria. Pero no hay que dejar en el olvido los frecuentes malos años que afectaron de forma negativa al mundo rural. Tampoco hay que perder de vista, para completar el panorama, la incidencia en tierras hispanas de los graves problemas que afectaron al conjunto de la Cristiandad en aquellos siglos. Nos referimos fundamentalmente a dos: el magno conflicto franco-inglés conocido como guerra de los Cien Años, por una parte, y al Cisma que vivió la Iglesia en las décadas finales del siglo XIV e iniciales del XV, por otra. Claro que, en contrapartida, desde mediados del siglo XV las perspectivas eran más halagüeñas, pues la crisis, tanto en el terreno demográfico como en el económico, había sido superada por completo.