Comentario
Para encontrar en Emporion los primeros restos arquitectónicos seguros concernientes a un edificio templario nos hemos de remontar a la segunda mitad del siglo V, cuando en el extremo meridional de la ciudad griega, a extramuros de la misma existió un área sacra, probablemente utilizada como lugar neutral de encuentro entre los griegos y la población indígena circundante, integrada por un altar y un pozo junto a los cuales se edificó un templo, quizá consagrado a Artemis, del que conservamos elementos de su decoración arquitectónica y de su cubierta. A la primera pertenecen tres fragmentos de su acrótera, así como tres antefijas completas y los restos de casi una docena más. Gracias a los tres ejemplares completos podemos saber que estos elementos, a modo de anthemion, decoraban los aleros del tejado del templo en cuestión. Todas estas piezas fueron labradas utilizando una piedra caliza sedimentaria procedente del Languedoc, del tipo conocido como "Pierre du Midi". Resulta interesante observar que para elaborar estos elementos decorativos se desechó la piedra local, dura y difícil de trabajar, y que se prefirió una piedra blanda, extraída de canteras sitas en el territorio transpirenaico que Emporion controlaba, es decir, el comprendido entre la cordillera y el río Hérault.
No es posible saber si la piedra fue traída a Emporion para ser tallada a pie de obra, o si artesanos griegos la labraron en la misma cantera. La existencia de numerales en las antefijas conservadas no es razón suficiente para pensar en la bondad de la segunda de estas suposiciones.
En todo caso, frente al hecho hasta ahora comprobado por la falta de hallazgos de la inexistencia de un arte escultórico foceo en Emporion y su inmediata zona de influencia, estos elementos son la prueba fehaciente de la existencia, ya en el siglo V, y quizás antes, de unas maestranzas, locales o bien traídas exprofeso, no sólo capaces de elaborar los elementos decorativos de un templo, sino también, vista la calidad de sus productos, de dar cuerpo a cualquier elemento esculpido deseable.
El conocimiento de la existencia de este templo primerizo nos viene dado de forma exclusiva por la recuperación de los elementos decorativos a los que nos estamos refiriendo, dado que el resto de su realidad material desapareció con motivo de la posterior edificación, en la primera mitad del siglo IV, y en el mismo solar que el primer templo ocupaba, de un santuario dedicado a Asklepio cuya vida se prolongó hasta la época imperial romana.
Elementos fundamentales de este nuevo santuario fueron el oikos, o morada de la divinidad, dedicado al dios de la Medicina, del que aún se conserva intacto el podio sobre el cual, en 1909, apareció el torso de la estatua de Asklepio y el altar que se levanta frente a aquél. Ambos edificios fueron construidos en la primera mitad del siglo IV y su creación fue contemporánea a la elevación de la nueva muralla meridional de la ciudad que alcanzó a encerrar por primera vez el área sacra en el interior del casco urbano. Estos cambios probablemente acaecieron en el mismo momento en que se produjo el sinecismo referido por Estrabón, cuyo resultado fue la emergencia de una remozada polis integradora en su seno tanto de los griegos colonizadores cuanto de los indígenas helenizados. Es fácil pensar que en la consecución de este objetivo de aproximación política, cultural e interétnica el primitivo santuario situado extramuros debió de jugar un papel de primera importancia.
Si en lo que atañe a la primera instalación religiosa nos hallamos por desgracia desprovistos de cualquier indicación que nos permita saber a qué divinidad estaba dedicado este complejo cultual, no ocurre lo mismo en lo que respecta al segundo santuario y ello es debido al descubierto realizado en 1909 de la estatua del dios de la Medicina, hallada como es sabido en dos trozos: de una parte, el torso, recogido sobre el suelo del oikos propiamente dicho, y, de la otra, el resto del cuerpo extraído del interior de una gran cisterna situada frente al templo en cuestión. Es importante señalar que la cronología de hacia el tercer cuarto del siglo IV que puede ser otorgada a esta obra compagina perfectamente con la que han proporcionado las excavaciones llevadas a cabo en el interior del oikos, dado que la fecha más reciente del material cerámico recogido corresponde a los comedios de dicho siglo.
La creación del nuevo santuario se enmarca, pues, en un momento durante el cual acaecen profundos cambios en la estructura político-social de la ciudad, mutaciones en su mayor parte debidas a la propia dinámica interna de las sociedades griega e ibérica locales, pero también a las grandes transformaciones a las que se vio sometido el mundo mediterráneo contemporáneo. Y entre éstas destaca de un modo muy especial la que experimentó la religión tradicional que al dejar de satisfacer al individuo obligó a éste a buscar el apaciguamiento de su alma y la salud de su cuerpo en nuevas formas de religiosidad mucho más intimistas y espirituales. De ahí la enorme irradiación de los santuarios dedicados a Asklepio -se calcula que hubo más de 200 repartidos a lo largo y a lo ancho del Mediterráneo- que partiendo de Epidauro florecieron en toda la oikoumene.
Por ello no ha de extrañar que en Emporion, ciudad abierta a los tráficos comerciales y a las influencias culturales mediterráneas, y puerto frecuentado por gentes portadoras del nuevo culto, situada al propio tiempo en un paraje malsano por encontrarse inmersa en un área palustre, pronto existiera un santuario dedicado a Asklepio y que este centro religioso se instalara precisamente allí donde desde mucho tiempo atrás existía un pozo junto al cual había sido fundado el primer santuario emporitano.
Sin duda, hemos de ver también en esta nueva creación un factor real de atracción de la población indígena, puesto que ¿qué otra cosa podía existir más eficaz, al tratarse de captar la benevolencia de un pueblo, que el ofrecerle los remedios lenitivos que le asegurasen no sólo la curación del cuerpo, sino también la pacificación de las almas? Por ello, ante el hallazgo junto al oikos del dios, en un contexto de pleno siglo III, de un conjunto de exvotos anatómicos de arcilla que ofrecen el mismo aspecto que el que presenta la cerámica ibérica contemporánea y de vasos caliciformes miniaturizados de factura indígena, no podemos por menos que pensar en una muy probable utilización del santuario por parte también de la población indígena.
La estructura arquitectónica y urbanística del santuario se mantuvo inalterada hasta mediados del siglo II a. C., momento en que se llevó a cabo la transformación radical del acceso meridional a la ciudad para lo cual desmontaron la muralla del siglo IV, llevando la primera línea defensiva a unos 25 m por delante de aquella, con lo cual se obtuvo un espacio rectangular, cuyos lados largos se orientaban de este a oeste, ubicado entre ambos muros, en el que se edificó un ábaton -es decir, el lugar donde los enfermos hallaban refugio y donde experimentaban el íncubo, o sueño sagrado inspirado por el dios- el cual estaba constituido por una galería porticada que rodeaba la plaza central y al pie de la cual corría una canalización, aún hoy conservada en parte, por la que discurría el agua lustral destinada a las prácticas terapéuticas inherentes a las actividades curativas del santuario. Asimismo, el aspecto del núcleo fundamental del santuario también fue modificado, de tal forma que junto al costado meridional del oikos de Asklepio se edificó un templo gemelo cuya pronaos se situó por encima del antiguo pozo, lo cual obligó a fin de no cegarlo por causa del aterrazamiento, a disponer un tubo vertical y una nueva boca sobreelevada, asegurando así que la accesibilidad al agua quedara garantizada.
La nueva sistematización permaneció estable durante un siglo y no fue, pues, hasta la época cesariana o poco más tarde -no olvidemos que fue tras la muerte de César cuando se levantó en Roma, en el año 44 a. C., el primer templo dedicado a Isis y a Serapis-, que la situación se modificó notablemente con motivo de la introducción en Emporion de un nuevo culto llegado hasta aquí formando parte del acervo religioso y cultural de los comerciantes helenísticos orientales instalados en la ciudad, a la que éstos acudían atraídos por el gran volumen de negocio que generaba la romanización de la Península.
Efectivamente, es en los comedios del siglo I a. C. cuando asistimos a la eclosión en Emporion del culto a Serapis -y quizás también a Isis-, el dios nacional del Egipto helenístico, cuyo santuario fue instalado en el mismo punto en el que hasta aquel momento funcionaba el ábaton del santuario de Asklepio. Para llevar a cabo tal transformación, los seguidores del dios, a cuya cabeza, según refiere una inscripción bilingüe, se encontraba un alejandrino llamado Numas, y a cuya liberalidad se debió la operación, levantaron un templo en el extremo norte de la gran plaza porticada, para lo cual hubieron de transformar el ala oeste del pórtico. La construcción de este templo in antis, de estilo dórico, tetrástilo y provisto de accesos laterales, recuerda sorprendentemente al de Isis en Pompeya, y, al igual que allí, el santuario emporitano cuenta por detrás del porticado situado en la cabecera del templo con una gran estancia que debió de servir de ecclesiasterion, es decir, la sala donde se reunían los fieles iniciados en los misterios isíacos.
Si el santuario estuvo también consagrado a Isis -lo cual es muy probable-, no lo sabemos a ciencia cierta; en cambio, su advocación a Serapis está plenamente comprobada, no sólo a causa de la existencia de la lápida bilingüe a la que hemos hecho ya mención sino también porque, a lo que parece, los pies de la estatua sedente del dios y la garra anterior izquierda del Can Cerbero que le acompañaba han llegado hasta nosotros permitiéndonos llevar a cabo la reconstrucción hipotética del grupo escultórico al que pertenecieron. Por otra parte, no es de extrañar que si alguna divinidad tenía que venir a sustituir en este punto, al menos en parte, a Asklepio, ésta fuese Serapis, tanto más si se recuerda que este último también poseía el don de la curación y que, sin llegar a confundirse, ambos dioses compartieron numerosas funciones y atributos.
Desde el punto de vista de la topografía, la implantación del santuario en el lugar donde se encuentra situado, con el templo edificado a poco más de 100 m de la playa actual, es un aspecto a tomar en consideración a la hora de hipotetizar sobre si en el mismo hubo también un culto a Isis. En efecto, si tenemos presente la dimensión marítima de esta divinidad, entre cuyos epítetos figuran los de Pelagia o Euploia, y recordamos que cada 5 de marzo se celebraban junto al mar los ritos propiciatorios presididos por la diosa que, tras la pausa invernal (mare clausus), festejaban la reapertura de la navegación para el año en curso, podemos inferir que en un santuario tan cercano a la playa, también el culto a Isis debió de ser una realidad.