Época: Arte Antiguo de España
Inicio: Año 200 A. C.
Fin: Año 50

Antecedente:
Introducción al arte hispanorromano
Siguientes:
Las perduraciones

(C) Manuel Bendala Galán



Comentario

Es el que menos interesa aquí, por más desvinculado a la problemática que nos ocupa, aunque conviene decir algo acerca de él, entre otras cosas porque en sus manifestaciones también influyó la incorporación al Imperio, de forma más o menos directa. El hecho es que las culturas hispanas preexistentes a la conquista siguieron produciendo creaciones en la línea de sus propias tradiciones, pero muchas veces con el estímulo nuevo que la romanización, o la conquista, supusieron. Incluso llegó a ocurrir que algunas culturas alcanzaron entonces las condiciones en las que desarrollar sus propias tendencias en mejores condiciones que antes, por razones, entre otras, de índole económica, ya que la entrada en el Imperio trajo consigo una considerable reactivación económica en todas partes. Hubieron de contar mucho, también, en las culturas menos desarrolladas de la Península, los estímulos técnicos que debió proporcionar el contacto con Roma y con las regiones más desarrolladas de la propia Península, incrementados éstos en el marco de la nueva unificación política.
Así se explica que la cultura castreña del noroeste alcanzara bajo el dominio de Roma su más alto desarrollo arquitectónico y artístico en general. Las raíces de su personalidad cultural se hunden en la primera mitad del primer milenio a. C., pero la mejor arquitectura castreña, desde los llamados monumentos con horno -dotados de las pedras formosas, cuya decoración concentra las mayores preocupaciones de ornato arquitectónico entre los pueblos castreños-, a la obtención de sólidas construcciones domésticas de la piedra con frecuente uso de ornamentos tallados, tienen lugar en el período castreño tardío, entre los siglos II y I a. C y el I d. C. Es la etapa en que se produce igualmente la más ambiciosa plástica castreña, con su mejor representante en las solemnes y herméticas figuras de guerreros galaico-lusitanos.

Un caso muy cercano, en lo cultural y en lo geográfico, lo representan las emblemáticas figuras de los verracos, las imponentes bestias de piedra de los pueblos celtibéricos, en particular de los vettones. Muchas de estas esculturas, quizá las más representativas y conocidas, como las que integran el soberbio conjunto de Guisando, son ya de época romana, lo que denuncian, sobre todo, las inscripciones latinas grabadas sobre muchas de ellas. Responden a prácticas religiosas y fundamentalmente funerarias que, con el dominio romano, no sólo no quedaron suprimidas, sino alentadas en sus posibilidades artísticas y en su uso. Es éste un fenómeno no privativo de las culturas menos desarrolladas o más despegadas de las formas de civilización urbana, que son las generalmente tenidas por más tradicionalistas y aferradas a sus propios usos y costumbres. También en las zonas más evolucionadas del sur y el levante se registran fenómenos equiparables. Es un elocuente ejemplo el que proporciona la cerámica ibérica, una de las más genuinas expresiones de su cultura, que tiene un amplio desarrollo hasta tiempos muy posteriores al momento de la conquista. Las típicas creaciones alfareras de los famosos estilos que muchos investigadores gustan llamar simbólico o de Elche-Archena y narrativo o de Oliva-Liria, tuvieron una amplia producción en época romana republicana. Y lo mismo puede decirse de las cerámicas de otros importantes talleres del interior, como los de Azaila (Teruel) o de Numancia (Soria), representativos sin duda de la personalidad de los pueblos que los produjeron.

A propósito de este último, es de interés recordar cómo no hace demasiado tiempo, el ilustre arqueólogo e historiador Antonio García y Bellido, sostenía que el arte ibérico era en lo fundamental una producción de época romana, incluidas sus creaciones principales, como la misma Dama de Elche, en la que quería ver influencias de los retratos funerarios romanos. Hoy estamos en condiciones de afirmar que, sin duda, el arte ibérico arranca de época muy anterior, y que en fases antiguas, de los siglos VI y V a. C., es cuando produce sus más notables creaciones, de lo que han venido a ser pruebas definitivas hallazgos espectaculares como los de Pozo Moro (Chinchilla, Albacete) y Porcuna (Jaén). Pero es también cierto que, como se decía poco más arriba, el arte ibérico mantiene su vigencia largo tiempo en el seno del Imperio romano, y es ese fenómeno de duradera convivencia con la presencia romana el que explica la hipótesis planteada en el sentido indicado por un conocedor tan profundo del arte antiguo en general y del hispano en particular como fue García y Bellido. En cualquier caso, los fenómenos aludidos responden a una causa general de gran importancia y que interesa destacar aquí por su trascendencia en el campo de las manifestaciones artísticas. Frente a la idea, más divulgada que exacta, de una Roma empeñada en homogeneizar las culturas sometidas a su Imperio mediante la imposición de sus propios patrones culturales, la actitud de la gran potencia dominadora empezó por ser exactamente la contraria. En aplicación de un sensato principio de economía política, Roma tendió a respetar las tradiciones locales, y aún a afianzarlas y a potenciarlas si no estorbaban a sus intereses de control político y económico. En general era mejor reforzar lo existente para servirse de ello y ponerlo al servicio de los propios proyectos. Valga de ejemplo lo que cuenta Polibio (21,13,3) acerca de lo que a este propósito pensaba Publio Cornelio Escipión: "Los romanos, en lugar de privar de los tronos a quienes legítimamente los ocupaban, habían hecho algunos reyes y aumentado considerablemente el poder de otros; prueba de ello, Indíbil y Culchas en Iberia, Massinisa en Libia, Pleurates en Iliria, que de jefes de escasa importancia habían llegado con su auxilio a reyes, y por tales eran reconocidos".