Comentario
La Ilustración fue un movimiento de regeneración nacional, imbuido de un declarado sentido patriótico. Del mismo modo, los ilustrados fueron conscientes del esfuerzo que estaban haciendo para que el país volviese a ocupar un lugar de privilegio en el concierto de las naciones avanzadas, tanto en el terreno económico como en el cultural. No resulta sorprendente, por lo tanto, que los intelectuales tuviesen a España como centro de sus reflexiones ni que participaran con vehemencia en el debate suscitado por la publicación del artículo España en la Encyclopédie méthodique de Panckoucke. La incomprensión extranjera hacia el esfuerzo de modernización emprendido por la Monarquía hispánica en el siglo XVIII había suscitado ya la reacción de algunos escritores españoles, pues fueron las acusaciones acerca del negativo influjo de la producción cultural hispana, lanzadas por algunos tratadistas italianos, las que movilizaron la artillería literaria de dos jesuitas expulsos, Francisco Javier Llampillas y Juan Francisco Masdeu, impulsándoles a escribir sus voluminosas obras eruditas de contenido apologético. Sin embargo, el verdadero detonante de la polémica fue el citado artículo firmado por Nicolás Masson de Morvilliers, autor con anterioridad de un Abregé de la géographie de l'Espagne et du Portugal, quien en realidad recogía un corpus de ideas muy difundidas en la Europa ilustrada, como se comprueba con la simple lectura de L'esprit des Lois de Montesquieu o del Essai sur les moeurs de Voltaire, que hacía de España el resumen y compendio de los vicios políticos e ideológicos que era preciso combatir. El trabajo empezaba con una pregunta retórica, que naturalmente se respondía de forma absolutamente negativa: ¿Qué es lo que se debe a España? ¿Qué ha hecho por Europa en los dos últimos siglos, en los últimos cuatro o diez?
La radical descalificación indignó por igual a las autoridades y a los intelectuales. Por un lado, Floridablanca paralizó la importación de la Encyclopédie méthodique, al tiempo que el conde de Aranda, a la sazón embajador en París, pedía satisfacciones al gobierno francés. Por otro lado, aparecieron pronto las primeras impugnaciones, las firmadas por el abate piamontés Carlo Denina y por Antonio José Cavanilles, que contestaba a Masson recapitulando con cierta falta de crítica las aportaciones españolas a los campos de la ciencia, el arte o el progreso económico, insistiendo especialmente en los logros del reinado de Carlos III. La más importante refutación fue, sin embargo, la del conservador Juan Pablo Forner, intelectual muy preparado, pariente de Andrés Piquer, estudiante de Salamanca y miembro del cenáculo literario salmantino, fiscal del crimen de la Audiencia de Sevilla, donde ejercería su influjo sobre la última generación ilustrada hispalense, y agudo polemista, que dejaría testimonio de su ingenio en obras como las Exequias de la lengua castellana, defensa tradicionalista de la pureza del idioma, las Reflexiones sobre el modo de escribir la historia de España, un ensayo donde se manifiesta su adhesión a los principios del Despotismo Ilustrado, y Los Gramáticos, historia chinesca, uno de los textos que avalan su imagen de escritor reaccionario. La Oración apologética por España y su mérito literario es una reivindicación de los valores más tradicionales de la cultura española no sólo frente a Masson, sino frente a toda la filosofía moderna, incluyendo en esta denominación a Voltaire y Rousseau, pero también a Descartes y Newton.
La orientación casticista y antiilustrada de la apología de Forner desvió la polémica hacia el interior, donde los intelectuales progresistas podían estar de acuerdo con parte de las acusaciones de Masson y en desacuerdo con una valoración globalmente positiva de la producción cultural española de los siglos pasados, pero sobre todo estimaban la contribución ilustrada bajo el reinado de Carlos III como la mejor ofrenda hispana a la civilización europea. Luis García Cañuelo, desde las páginas de El Censor, dio cumplida respuesta a Forner con una defensa exaltada de la ciencia moderna, que concluía con una contestación a la pregunta de Masson: "Hemos hecho su riqueza (la de Europa) a costa de nuestra pobreza". La controversia prosiguió con la contrarréplica de Forner y con la demoledora sátira de Cañuelo, la Oración apologética por el Africa y su mérito literario, mientras Sempere y Guarinos se inclinaba por la respuesta práctica, la redacción de su repertorio de los autores que en los últimos años más habían contribuido a elevar el nivel de las letras y las ciencias españolas.
De este modo, la reflexión sobre España dividía a los españoles. La Ilustración, apoyada desde las instancias oficiales e impulsada por un entusiasmo avasallador, se había impuesto en todas las esferas de la vida pública durante el reinado de Carlos III. Sin embargo, sus enemigos, la oposición reaccionaria, esperaban el momento propicio para emprender el combate frontal, esperaban la ocasión que iba a brindarles el estallido de la Revolución Francesa. Al mismo tiempo, y para acabar de configurar un horizonte de conflictividad, algunos de los intelectuales formados en el pensamiento ilustrado soportaban cada vez con más impaciencia las contradicciones de la política reformista y se preparaban a pedir un cambio radical que afectaba a la propia constitución política del reino. Los ilustrados, asentados en el frágil equilibrio del absolutismo reformista, veían contestadas sus posiciones por la derecha de la reacción tradicionalista y por la izquierda de la ideología liberal.