Época: Ilustración española
Inicio: Año 1700
Fin: Año 1800

Antecedente:
Las Luces en Ultramar

(C) Carlos Martínez Shaw



Comentario

Según la conocida periodización de George Basalla, la ciencia colonial se caracteriza por la existencia de modestos grupos de científicos, cuyas actividades responden a programas diseñados en la metrópoli y cuyos resultados son procesados por instituciones puestas al servicio de los intereses metropolitanos. En la época de la Ilustración, la situación en América es más compleja, pues si bien los proyectos científicos más importantes parten de la iniciativa oficial y si bien la institucionalización de dichos proyectos dependen igualmente de las autoridades virreinales, también es cierto que los ilustrados criollos van a desarrollar desde ese punto de partida propuestas de investigación que permitirán poner las bases de una ciencia independiente al servicio de las nuevas nacionalidades alumbradas por la emancipación.
Una parte de esta ciencia colonial fue producto de la labor de sabios españoles instalados en América. Es el caso de Fausto Delhuyar, de Andrés Manuel del Río o de Miguel Constansó en México, así como el de José Celestino Mutis y Juan José Delhuyar en Nueva Granada o el del solitario Félix de Azara en el Río de la Plata. En contrapartida, aunque no en la misma medida, fueron muchos los científicos criollos que desarrollaron una parte de sus actividades en la metrópoli, bien porque la tomaran como escala obligada en su aprendizaje, bien porque fueran llamados (como en el caso de tantos otros protagonistas de la Ilustración regional española) a desempeñar cargos al frente de instituciones oficiales, como ocurrió con el peruano Francisco Dávila (primer director del Gabinete de Historia Natural), el neogranadino Francisco Antonio Zea (nombrado director del Jardín Botánico de Madrid), o el mexicano José Mariano Mociño, uno de los directores de la Expedición Botánica de Nueva España, que pasó a Madrid, donde desempeñó la dirección del Gabinete de Historia Natural y la presidencia de la Academia de Medicina.

Un papel fundamental en el desarrollo de una ciencia americana fue desempeñado por las expediciones científicas promovidas por la Corona y que tuvieron como escenario y como objeto de estudio los territorios (y los mares) del Nuevo Mundo. Sus resultados fueron remitidos evidentemente a los centros metropolitanos (Jardín Botánico de Madrid, Gabinete de Historia Natural de Madrid, etc.), pero su consolidación institucional permitió la continuidad de una labor que por lo general quedó en manos de los discípulos criollos de los sabios españoles que (solos o unidos a sabios locales) habían sido puestos al frente de los proyectos. Y por este camino, muchas de las grandes figuras de la ciencia ilustrada americana se formaron y desarrollaron sus primeras actividades en el marco de estos organismos que eran los herederos de las expediciones científicas.

Es el caso de Francisco José de Caldas. Nacido en Popayán, estudió en el Colegio del Rosario de Bogotá, antes de encontrarse con el magisterio de José Celestino Mutis. Viajero infatigable, recorrió incansablemente el territorio del virreinato antes y después de su incorporación a la expedición de Mutis, realizando multitud de investigaciones, especialmente observaciones astronómicas, botánicas y vulcanológicas, antes de ser nombrado director del Observatorio de San Carlos de Santa Fe (1803), una de las instituciones científicas surgidas de la expedición. Sus numerosas obras dieron cuenta de sus preocupaciones en botánica (Memoria sobre el estado de las quinas en general y en particular sobre la de Loja, 1805), geografía (Estado de la Geografía del Virreinato de Santa Fé de Bogotá, 1807), antropología (Del influjo del clima sobre los seres organizados, 1808), astronomía (informe de sus observaciones de 1808 y 1809). Hombre de temperamento dulce, como demuestran las cartas a su esposa, Manuela Barahona, el estallido de la guerra de emancipación le empujó a las filas de los insurgentes, por lo que terminó siendo víctima de la sangrienta represión del general Morillo en 1816.

No todos los científicos estuvieron conectados, sin embargo, con las expediciones de la segunda mitad del siglo. Algunos, porque desarrollaron buena parte de su actividad en los años centrales de la centuria, como el peruano José Eusebio Llano y Zapata, hombre de curiosidad universal, según demuestran sus diversas obras de prolijos títulos (Observación diaria-crítica-históricameteorológica o Memorias histórico-físicas-críticas-apologéticas de la América meridional), y también de espíritu emprendedor, que se manifiesta en sus proyectos frustrados de crear una escuela de metalurgia y una biblioteca pública. Otros, porque ejercieron su labor dentro de otras instituciones, algunas de ellas directamente creadas por su iniciativa, como algunas de las más sobresalientes sociedades patrióticas o algunos de los más importantes centros extrauniversitarios de enseñanza.

El mexicano José Antonio Alzate (1729-1790) ocupa una posición singular, por su saber enciclopédico y su vocación de divulgador. Si se le ha calificado de científico segundón y si sus aportaciones no fueron sin duda comparables a las de Bartolache en medicina, Velázquez de León en matemáticas, Mociño en botánica o León y Gama en astronomía (y también en arqueología, con su excelente Descripción Histórica y Cronológica de Dos Piedras), su actitud crítica y su fe en la ciencia (que debía combinar la función teórica con la práctica) le movieron a escribir sin descanso sobre los temas más diversos en las numerosas publicaciones que patrocinó: Diario Literario de México (el primer periódico científico de América, 1768), Asuntos Varios sobre Ciencias y Artes (1772), Observaciones sobre física, historia natural y artes útiles (1787) y Gacetas de Literatura de México (1788). De este modo, pudo desempeñar un papel similar al de Feijoo en España y convertirse en el mayor polígrafo y popularizador de la ciencia del Nuevo Mundo.

Alzate fue amigo y biógrafo de José Ignacio Bartolache (1739- 1790), quizás el mayor científico mexicano de la Ilustración. Doctor en Medicina, fue protegido por el matemático Joaquín Velázquez de León en su carrera universitaria que le llevaría a la cátedra de Medicina y a intentar una fallida reforma de los planes de estudio, antes de pasar a la secretaría de la Academia de San Carlos. Publicista destacado, sobre todo a raíz de la edición del Mercurio Volante, con noticias importantes y curiosas sobre física y medicina (1772), sus obras más importantes fueron las Lecciones de Matemáticas (1769), donde asentaba la similitud en estructura y método entre la lógica, la física y la medicina) y la Instrucción que puede servir para que se cure a los enfermos de viruelas endémicas (1779).

Otro médico y científico sobresaliente fue el quiteño Eugenio Espejo (1747-1795). Doctor en Medicina, cursó también estudios de teología, letras y leyes, antes de convertirse en el máximo animador cultural de la capital de la presidencia, como se puede deducir de su encendido Discurso dirigido a la muy ilustre ciudad de Quito ya citado (1786) y de sus iniciativas plasmadas en la creación de la Biblioteca Pública, de la Sociedad Económica de Amigos del País y del periódico Primicias de la Cultura de Quito. Su obra científica, al margen del ejercicio permanente de la medicina, incluye dos informes a favor de la utilización de la quina como remedio (Memoria sobre el corte de quina y Voto de un ministro togado de la Audiencia de Quito) y su estudio epidemiológico elaborado a raíz de dos epidemias consecutivas de sarampión y viruela (Reflexiones acerca de las viruelas). Sin embargo, no es posible olvidar la significación de Espejo como agitador político, actividad que le valió un primer destierro en Santa Fe de Bogotá (donde entró en contacto con el grupo conspirativo de Nariño) y su definitiva reclusión en la cárcel de Quito, donde halló la muerte. En esta vertiente también son importantes muchos de sus escritos, la mayor parte de los cuales permanecieron inéditos hasta nuestro siglo, como Marco Porcio Catón y Nuevo Luciano o Despertador de Ingenios, de ilustrativos títulos.

Cierra el capítulo de los médicos y científicos ilustres el peruano Hipólito Unanue. Doctor en Medicina, fue el gran impulsor de los estudios de la disciplina en el virreinato, desde la cátedra de Anatomía de la Universidad de San Marcos, desde sus fundaciones del Anfiteatro Anatómico y el Colegio de Medicina de San Fernando y desde el Protomedicato. Su casa se convirtió en el lugar de encuentro de todos los sabios que pasaban por Lima (Haenke, Malaspina, Salvany, Humboldt, etc.), mientras su cargo de cosmógrafo del virreinato del Perú le facilitaba la elaboración de sus numerosos trabajos científicos, entre los que deben destacarse la publicación anual de una Guía política, eclesiástica y militar del Perú (17931798) y su obra más señera, las Observaciones sobre el clima de Lima y sus influencias en los seres organizados, en especial el hombre (1806), donde se suceden las aportaciones a la biología, la patología, la climatología y la antropología. Sin embargo, como en el caso anterior, también Unanue abrazó la causa de la independencia, aunque con mayores reticencias pese a su confesado amor a la patria, como él mismo se encarga de referirnos: "esta patria que he amado mucho antes que se abriese por la espada de Marte la primera página de su existencia".

Estos nombres mayores de la ciencia criolla no agotan ni mucho menos la nómina de los estudiosos americanos de la Ilustración. Habría que añadir a los responsables de las expediciones botánicas, ya consignados en sus respectivos lugares, a muchos de los divulgadores de las Luces en sus respectivos ámbitos regionales y a otras figuras que alargarían la relación. Entre todos componen un cuadro sobresaliente, que recibiría el espaldarazo de Alexander von Humboldt, quien en su famoso viaje al Nuevo Mundo (1799-1804), que le condujo desde Cumaná hasta La Habana (y luego a los Estados Unidos), pasando por Caracas, Santa Fe de Bogotá, Quito, Lima y México, pudo encontrarse en cada una de sus etapas con selectos cenáculos de sabios ilustrados, que le sirvieron de introductores en sus desplazamientos con informaciones fidedignas procedentes de un conocimiento profundo de la realidad americana.