Época: Reinado Isabel II
Inicio: Año 1854
Fin: Año 1856

Antecedente:
El curso de los acontecimientos

(C) Germán Rueda



Comentario

La Revolución de 1854 es la versión más parecida a la revolución europea de 1848. Se inició con un conflicto parlamentario entre el Senado y el Gobierno del Conde de San Luis por la aversión general de la Corte, moderados y progresistas, a éste. El Senado venció al Gabinete ministerial, pero éste respondió suspendiendo las sesiones y relevando a los funcionarios y militares -senadores a su vez- que habían votado en contra.
En junio de 1854 tuvo lugar un levantamiento, acaudillado por los generales Dulce y O'Donnell, conocido como la Vicalvarada por ser en Vicálvaro, pueblo cercano a Madrid, donde tuvo lugar la principal batalla que deja la situación indecisa. Tras ella, O'Donnell y los demás sublevados se retiraron a Andalucía. Kiernan cree que no perseguían sino un relevo de gobierno para terminar con el autoritarismo antiparlamentario y volver al espíritu de la Constitución de 1845.

Lo que se había iniciado como un pronunciamiento clásico, llevado a cabo por militares con la colaboración de algunos civiles, subió de tono por la intervención de los progresistas que se movilizaron a través de un manifiesto de Cánovas del Castillo. El Manifiesto de Manzanares (6 de julio de 1854) reivindicaba una serie de principios para el cambio de la situación con vistas a una regeneración liberal: trono sin camarilla, ley de imprenta, ley electoral, rebaja de los impuestos de consumos, descentralización municipal, nueva milicia nacional.

Siguió una fase popular en la que proliferaron los levantamientos. En Madrid tuvieron lugar las Jornadas de Julio, en Barcelona un levantamiento, con un fuerte cariz social al coincidir con escasez de trabajo y bajo nivel de salarios. Siguieron otros en Zaragoza y San Sebastián.

El pronunciamiento y la sublevación urbana constituyen una revolución en dos tiempos, con rebelión militar en un principio y algaradas urbanas posteriormente. El espíritu de los militares de Vicálvaro había sido desplazado por los progresistas. La suma de las acciones populares convirtió la situación en una revolución, la versión española de la europea de 1848.

Ante la acción revolucionaria, la reina convirtió en ministros a parte de los miembros de la Junta de Madrid, que se convirtió en gobierno provisional presidido por Evaristo San Miguel. El nuevo gobierno impuso la entrega del poder a Espartero quien, a su vez, pactó con O'Donnell, que aceptó la cartera de Guerra. En julio, se formó una coalición de progresistas y liberales moderados.

Si en la caída de Espartero de 1843, llevada a cabo por progresistas y moderados, triunfaron estos últimos, en la caída de la década moderada, en la que jugaron las mismas fuerzas, saldría triunfante el progresismo.

El bienio fue un régimen inestable, regido por dos caudillos militares: Espartero -al que siguen los progresistas puros- y O'Donnell, que aglutina la Unión Liberal, nacida de la Vicalvarada y formada por moderados y progresistas transigentes de signo ecléctico.

El avance del liberalismo se verá reflejado en las casi doscientas leyes del bienio. Entre las más decisivas se pueden citar las que consagraban la libertad de movimientos con la desaparición del pasaporte interno y la permisividad de emigración. Asimismo, la Ley General Desamortizadora (1-V-1855), que incluirá también los bienes de los pueblos, de beneficencia e instrucción pública, dio lugar a la oposición de colectivistas y de eclesiásticos en la medida en que vulneraba el concordato de 1851.

El gobierno de Espartero restaura provisionalmente la Constitución de 1837. En septiembre, son convocadas Cortes Constituyentes con una sola Cámara, elegida por la ley de 1837 con un censo electoral considerablemente superior a la que contempla la Constitución de 1837. La Constitución de 1856 será interesante porque plasma la ideología del poder, pero nunca estará vigente. En ella se acepta la soberanía popular, con restricciones a la autoridad real y la forma electiva del Senado, se recogen las antiguas reivindicaciones progresistas -jurados de imprenta para los delitos de opinión, Milicia Nacional, elección directa de alcaldes por los vecinos de cada municipio. Indudablemente, es una constitución con un mayor grado democrático que las anteriores, si bien al trasladar a la misma un programa de partido, no constituye en ese momento una norma de convivencia política, de consenso. La mejor prueba es su no vigencia.

A la izquierda del gobierno se encontraban los demócratas, minoría que pedía el sufragio universal. A ella pertenecían, entre otros, Cristino Martos, Castelar y el naciente movimiento obrero que provocó una acción huelguística. La derecha estaba representada por los carlistas, que desencadenaron un levantamiento de las partidas en 1855, que fueron sofocadas en 1856. Por otra parte, las fuerzas del bienio -progresistas y unionistas- se escindieron con motivo de la represión de varios motines urbanos y rurales. O'Donnell venció en julio de 1856, tanto en las Cortes, como en la calle, a la Milicia Nacional Progresista y pasó a ocupar la presidencia del Consejo de Ministros. El 15 de septiembre de 1856, un simple decreto liquida de facto el bienio, estableciendo la vigencia de la Constitución de 1845.