Comentario
Desde el momento de la caída del gobierno Romanones en relación con los desórdenes sociales de Barcelona, éste fue el tema central de la política española hasta que apareció en ella el tema del desastre de Marruecos. De 1919 a 1921 fueron los conservadores quienes se hicieron cargo del poder dando una unidad al período, aunque la política seguida por cada uno de los gobiernos fuera a veces divergente. De abril a julio de 1919 gobernó Antonio Maura, con un gabinete que tenía una clara connotación derechista y fue mal recibido por la opinión liberal. Adoptó una política netamente de derechas forzando la máquina electoral para obtener mayoría parlamentaria y provocando el endurecimiento de la oposición liberal y republicana en el momento de la celebración de las elecciones, que se realizaron con las garantías constitucionales suspendidas. Esta forma de hacerse las elecciones dañó gravemente el prestigio de Maura y, además, las elecciones del año 1919 resultaron inútiles porque ni siquiera por este procedimiento logró la mayoría. En efecto, en el momento de abrirse las Cortes, apareció claro que el Gobierno no tenía la mayoría y en el primer incidente de escasa importancia fue derrotado.
Como jefe de la minoría más numerosa de las Cortes le correspondió entonces el poder a Eduardo Dato, pero éste delegó en Joaquín Sánchez de Toca, que gobernó hasta el final de 1919. Dentro de su partido era el representante de la tradición de cultura y liberalismo del mismo Cánovas del Castillo. En cuanto a su programa de gobierno y, sobre todo, al tema de la situación social en Barcelona, resultó un gabinete indudablemente liberal. Sin duda, a ello ayudó la presencia de Manuel Burgos y Mazo en el Ministerio de la Gobernación, cacique onubense que, sin embargo, era de los políticos más abiertos desde el punto de vista social. Envió un nuevo gobernador civil a Barcelona para extirpar el terrorismo y, al mismo tiempo, impulsar la legislación social e intentar que las asociaciones obreras se integraran dentro de la vida legal. Sin embargo, este programa encontró la dura oposición del sector patronal, no sólo de Barcelona sino de todo el territorio nacional y acabó fracasando. Como esta oposición patronal contó también con el apoyo de un sector del Ejército y de algún político del turno, como La Cierva, Sánchez de Toca hubo de dimitir.
Su sucesor fue Manuel Allendesalazar, con un gabinete de coalición en el que figuraban no sólo conservadores sino también romanonistas y albistas. La política del Gobierno en torno a la situación de Barcelona sufrió un giro de 180 grados. El nuevo Ministro de la Gobernación envió un nuevo gobernador civil que adoptó una política represiva cerrando, por ejemplo, los locales de la CNT y que tuvo como consecuencia un crecimiento del maximalismo y el enfrentamiento violento.
En el mes de mayo de 1920, Eduardo Dato no tuvo más remedio que llegar al poder y formar un gobierno que, con la mayor habilidad posible, dosificara energía y flexibilidad para desarmar las pasiones desatadas. El nuevo Ministro de la Gobernación era partidario de una política flexible y contemporizadora, pero lo cierto es que la situación social y la creciente protesta autonomista parecieron no tener ya una solución moderada. A fines del año 1920 fue nombrado gobernador civil de Barcelona el general Martínez Anido, que realizó una política contraproducente a corto y largo plazo: dio la batalla a los sindicalistas por los procedimientos más violentos y más caracterizadamente ilegales. Con ello no sólo no mejoró la situación sino que la empeoró notablemente. El que más directamente sufrió las consecuencias de esta política fue el propio Dato que, en marzo de 1921, fue asesinado. En ese momento el jefe conservador estaba intentando llegar a una concentración conservadora, que presumiblemente sería presidida por Antonio Maura y para la que contaba con el apoyo de Alfonso XIII, imprescindible dadas las dificultades del momento. La desaparición trágica de Dato supuso la imposibilidad efectiva de que ese proyecto llegara a cuajar. Después de un brevísimo paréntesis de Bugallal, de nuevo subió otra vez al poder Allendesalazar, que gobernó hasta el mes de agosto de 1921, momento en el que apareció en la vida política española el tema de Marruecos.
En relación con este gobierno de los conservadores es necesario hacer mención a la evolución del catolicismo político y social en la época de la posguerra. También en este punto el paralelismo con lo sucedido en otros puntos de Europa resulta manifiesto. En ese período hubo una eclosión de iniciativas que no sólo fueron el resultado del temor a la revolución sino que forman parte del proceso de modernización de la vida política y social.
El paralelismo del catolicismo social con los movimientos obreros de otro signo resulta muy obvio si tenemos en cuenta que, en 1916, fecha que se puede considerar como el despegue de los dos movimientos, anarquista y socialista, pareció triunfar tanto en la jerarquía eclesiástica como en la propia movilización sindical una tendencia muy claramente modernizadora. En efecto, dio la sensación de que se aceptaban los sindicatos puramente profesionales. En realidad, a partir de este momento, hubo un sindicalismo de esta significación en la mitad norte de la Península.
Sin embargo, las novedades organizativas esenciales del catolicismo social no se limitaron a esa, en definitiva no tan importante porque el sindicalismo profesional fue siempre minoritario. Otro dato nuevo fue la aparición de un movimiento de escritores, intelectuales y sociólogos que se denominaron a sí mismos como demócratas cristianos y que lo eran mucho más en el terreno social que en el de los principios políticos. Autores de una larguísima bibliografía, que demostraba un conocimiento de lo que se escribía en otras latitudes, resultaron tan sólo influyentes en los medios oficiales en los que contribuyeron a promover una legislación de carácter reformista.
Pero, en realidad, la iniciativa más importante en el campo social católico fue la creación de un importante movimiento sindical agrario. En el año 1917 fue creada la Confederación Nacional Católica Agraria (CONCA), que en 1920 reivindicaba nada menos que 600.000 afiliados, una cifra que bien puede ser cierta y que se situaría claramente por encima de la UGT y en un nivel de afiliación semejante a la de la CNT. Las características de este sindicalismo siguieron siendo parecidas a las de otros momentos. Se trataba de una fórmula cooperativa más que reivindicativa, pero consolidó de forma absoluta el predominio del mundo católico en la mitad norte de la Península.
En cambio, el sindicalismo del medio urbano resultó un éxito mucho más dudoso. En primer lugar, nunca fue posible unir perfectamente a la totalidad de los sindicatos, que permanecieron fragmentados en una serie de opciones enfrentadas por motivos personales y estratégicos. Además, el sindicalismo profesional católico colaboró en Barcelona con un grupo tan dudoso como el sindicalismo libre, que practicaba el terrorismo contra los anarquistas. Su caso no es tanto el de un pistolerismo patronal como el de una respuesta en semejantes términos al adversario de lo que fueron unos sindicatos existentes en la práctica y no ficticios.