Época: Final franquismo
Inicio: Año 1957
Fin: Año 1975

Antecedente:
La oposición democrática

(C) Abdón Mateos y Alvaro Soto



Comentario

Durante el decenio de los sesenta los movimientos sociales tuvieron en el campo de la oposición un inesperado protagonismo. En realidad, la consolidación de Comisiones Obreras, la protesta nacionalista y el sindicalismo estudiantil fueron los hechos esenciales de la actividad opositora. La emergencia de la protesta social alimentó las todavía maltrechas filas de las formaciones antifranquistas y fue el principal argumento de sus alternativas estratégicas. En efecto, acontecimientos como las huelgas mineras asturianas de 1962-63, los incidentes estudiantiles de Madrid de febrero de 1965 y de Barcelona en la primavera de 1966, las concentraciones en la calle de CC.OO. en Madrid durante 1967, y las huelgas generalizadas vizcaínas de 1967 y 1969, habrían de resumir lo esencial no sólo de la protesta social sino de la oposición durante los años sesenta.
Entre el otoño de 1964 y las elecciones sindicales de 1966, el movimiento de las Comisiones Obreras adquirió una nueva dimensión organizativa y programática. A pesar de la constitución de comisiones de obreros durante los dos ciclos de conflictividad en el Norte y Noreste de España de 1956-1959 y 1962-1964, y a la creación de una comisión obrera provincial en Vizcaya en torno a las elecciones sindicales de 1963 y la solidaridad con los represaliados de las huelgas, el carácter genuino de este movimiento social se terminó asociando a la conflictividad ligada a la negociación de convenios y a la actividad de los representantes legales elegidos tras las elecciones de 1963 en Madrid, Barcelona y Sevilla. En definitiva, a unas áreas industriales donde la discontinuidad de la composición y cultura de la clase trabajadora y, por tanto, de la oposición sindical, era mayor con la excepción de un reforzado partido comunista.

La "inversión de terror" de la posguerra había cortado la continuidad de los viejos sindicatos no sólo y principalmente en estas grandes ciudades sino en las áreas rurales de donde procedían estos nuevos trabajadores industriales. Al comenzar los años sesenta la CNT se reducía en Barcelona a un centenar de veteranos militantes, agotados por la represión y las luchas intestinas. En el caso de los ugetistas su presencia en el mundo obrero se limitaba en la práctica a las cuencas mineras asturianas y las concentraciones industriales de la ría bilbaína. De nada sirvió que la CNT lograra reunificarse en 1960 y que firmara con UGT y ELA-STV un pacto de unidad de acción denominado Alianza Sindical que rechazaba el "entrismo" en el Sindicato Vertical. Hacia la mitad de los años sesenta, el crédito de los cenetistas terminaría agotándose debido a la reaparición de las divisiones internas, el activismo armado y el colaboracionismo con el sindicato vertical franquista. Al menos, los ugetistas pudieron beneficiarse de una destacada presencia internacional, a través de la internacional sindical, en tribunas tripartitas mundiales como, por ejemplo, la Organización Internacional del Trabajo.

Por su lado, el PCE también estaba en un período de transición de su política sindical. A esto había respondido la formación del movimiento-organización conocido como Oposición Sindical Obrera (OSO) desde 1959. Serían los pasos dados por los comunistas de OSO entre los metalúrgicos madrileños los que llevarían al abandono de este embrión de sindicato entre 1965 y 1966. En efecto, la agitación desarrollada durante las negociaciones de un convenio provincial del metal de Madrid desde las plataformas de la Organización Sindical oficial, llevaron a la constitución el 2 septiembre de 1964 de lo que sería la primera Comisión Obrera estable de ámbito provincial. Esta Comisión fue creada tras una asamblea de enlaces y activistas en la sede de la Sección Social del Sindicato provincial del metal de la OSE, con el objeto de colaborar con la misma en la negociación del convenio provincial y a propuesta del vicesecretario del mismo. Esta Comisión, con mayoría de miembros del PCE, desarrolló una actividad alegal durante año y medio reuniéndose en locales sindicales, centros de asociaciones, dirigiendo escritos y entrevistándose con las autoridades, convocando concentraciones y haciendo colectas sin la necesidad de extender a las empresas la constitución de comisiones permanentes. No sería hasta la primavera de 1966, cuando la creación de otras comisiones más débiles en otros sectores como artes gráficas, transporte o construcción, permitió dar el salto de la constitución de la Inter de las comisiones obreras madrileñas.

En junio de 1966 se produjo una concentración masiva ante la sede del Ministerio de Trabajo para la entrega de un pliego reivindicativo. Para entonces se habían divulgado algunos documentos de carácter semiprogramático, como el escrito Ante el futuro del sindicalismo o el titulado ¿Qué son las Comisiones Obreras?, que las definían como un movimiento de oposición unida de todos los trabajadores.

Con la salvedad del caso sevillano, desarrollado según pautas similares al modelo madrileño desde las elecciones sindicales de 1963, en el resto de las zonas industriales españolas el movimiento de las comisiones obreras adquirió continuidad y dimensiones con la convocatoria de los comicios sindicales de 1966, pues los anteriores casos de Vizcaya, Asturias y Barcelona no sobrevivieron a la represión, las divisiones de las fuerzas de oposición o la especificidad de sus objetivos.

El movimiento de las comisiones obreras en la medida en que era protagonizado por cargos sindicales y alentado por la conflictividad ligada a la negociación de convenios, es decir, que utilizaba instrumentos legales para la representación y la acción colectiva, fue en principio bien recibido por las jerarquías nacional-sindicalistas. El periodo de semitolerancia del movimiento de las comisiones obreras duró hasta las elecciones sindicales y el referéndum de la Ley Orgánica del Estado de 1966. Hay que tener en cuenta que durante más de dos años no hubo grandes movimientos huelguísticos no sólo en Madrid sino en toda España, y las protestas se traducían en bajos rendimientos, paros parciales, colectas, peticiones a las autoridades, concentraciones en la calle y reuniones en locales oficiales o de asociaciones. En estas elecciones sindicales hubo una alta participación, el 83,3 % según datos oficiales, incluso en las zonas tradicionalmente abstencionistas, y fueron elegidos 206.296 enlaces de los que sólo una cuarta parte repetía puesto. Aunque la oposición obrera organizada obtuvo unos resultados modestos, había muchos más cargos aglutinados por el movimiento de comisiones o que desarrollaban una actividad reivindicativa sin ser opositores o verticalistas.

En cuanto a las relaciones del PCE con CC.OO., una vez abandonados los restos orgánicos y la propaganda de la OSO durante 1966, se resolvieron inicialmente mediante la creación de unos núcleos de militantes del partido en el seno del movimiento social que, a juicio de los dirigentes comunistas, evitaran las desviaciones sindicalistas o legalistas. Estos núcleos, dependientes de los comités provinciales del partido, fueron los que decidieron la reestructuración de Comisiones tras las elecciones, acciones para el 27 de enero de 1967, una política de relaciones internacionales no exclusiva con la FSM y la formación de una coordinadora nacional cuya primera reunión se celebró en junio de 1967.

A comienzos de 1967 el modelo organizativo más desarrollado de lo que eran Comisiones Obreras lo constituía, sin duda, el caso madrileño. La representatividad de las comisiones madrileñas respondía no sólo a su más acabado modelo organizativo o su capacidad de movilización sino a que hasta la celebración de la primera asamblea o coordinadora de los países ibéricos de Comisiones, los dirigentes madrileños elaboraron todos los documentos programáticos o el contraproyecto ante la anunciada Ley Sindical.

Sin embargo, la represión posterior, unida en algunos casos a las luchas entre el PCE y formaciones de la nueva izquierda, iba a debilitar temporalmente al movimiento de Comisiones Obreras, alejando a las vanguardias de las experiencias del común de los trabajadores. Habría que esperar a 1973 para que, tras el proceso 1001 que encausaba en el TOP a la coordinadora estatal, Comisiones Obreras alcanzara su expansión definitiva. En efecto, la extensión de la conflictividad laboral al conjunto de los núcleos industriales de la geografía española, en muchos casos con huelgas generalizadas de ámbito local respondidas con una fuerte represión que incluía las víctimas mortales, y las elecciones sindicales de 1975, iban a alimentar el auge del movimiento obrero organizado.

El movimiento estudiantil alcanzó entre 1965 y 1968 su mayor expansión gracias a la consolidación de sindicatos democráticos. En esos momentos la protesta estudiantil logró la desaparición del oficial Sindicato Estudiantil Universitario (SEU), encuadrando a la mayoría del estudiantado de las principales universidades españolas. En los sindicatos democráticos estudiantiles existió inicialmente un claro predominio del partido comunista, dada la práctica desaparición del protagonismo socialista de la década anterior y la todavía debilidad de la nueva izquierda radical.

En realidad, en el movimiento estudiantil habría que distinguir tres niveles. El primero reunía a los representantes legales elegidos por los universitarios dentro del SEU. El segundo suponía diversas plataformas de coordinación de las vanguardias de la oposición. Por último, y al final del proceso, se produjo la constitución de sindicatos democráticos de masas. Entre 1957 y 1965, el protagonismo respondió más a las plataformas unitarias de la oposición estudiantil. La primera fue la Unión Democrática de Estudiantes, impulsada sobre todo por la ASU y creada en 1957. Dos años más tarde se crearon Comités de Coordinación Universitarios en los que se integraron, además de socialistas y democristianos, los jóvenes comunistas y los "felipes". Finalmente, durante el curso 1961-62 la izquierda estudiantil madrileña constituyó la FUDE (Federación Universitaria Democrática de Estudiantes). Los miembros de la izquierdista FUDE y de la Unión de Estudiantes Demócratas (democristiana) propulsaron una coordinadora unitaria de la oposición estudiantil que se extendió por el resto de los distritos universitarios, impulsando decisivamente la constitución de los sindicatos democráticos desde 1965. La creación de un espacio democrático, tribuna de la oposición intelectual, permitió la difusión de las nuevas corrientes de pensamiento radical presentes por entonces en el resto del mundo occidental.

La represión, que descabezó de vanguardias socialistas y comunistas al movimiento estudiantil, trajo consigo el auge del radicalismo estudiantil desde 1968. A partir de entonces, no se trataba simplemente de un movimiento social democrático, contra el régimen franquista, sino que el componente anticapitalista cobró mayor importancia. La influencia del maoísmo y del guevarismo entre las vanguardias estudiantiles fue cada vez mayor. La culminación de la conflictividad estudiantil y de la represión fue la declaración del estado de excepción en enero de 1969.