Época: Transición
Inicio: Año 1982
Fin: Año 1996

Antecedente:
La transición española

(C) Javier Tussell



Comentario

Las elecciones generales de octubre de 1982 se pueden considerar, en cierta manera, como el momento final de ese proceso histórico que fue la transición española a la democracia. En el terreno institucional, la transición concluyó en diciembre de 1978, pero en términos de historia política se puede decir que finalizó en octubre de 1982, por tres razones principales. En primer lugar, en esa fecha el grupo político que tuvo un papel protagonista en la transición no sólo fue desplazado del poder, sino que desapareció y fue sustituido en él por un nuevo partido opuesto al régimen pasado. Por otro lado, a la altura de esa fecha las posibilidades de un golpe de Estado involutivo eran mínimas. Los resultados mismos de la elección vinieron a constituir algo así como un plebiscito a favor del sistema que, de esta manera, quedaba consolidado en esta fecha de manera definitiva.
Pero queda, en fin, una última razón para designar octubre de 1982 como fecha final de la transición española, y es que en ella se produjo un terremoto electoral de perdurables consecuencias que venía a ser como una especie de profunda cesura con respecto al pasado. En octubre de 1982 diez millones de españoles cambiaron su voto, lo que equivale a decir que lo hicieron el 40% del electorado y la mitad de los votantes.

Venía de lejos la tendencia al cambio de voto y había sido señalada por las encuestas de opinión. A partir de 1981 se iba haciendo creciente la preocupación de los españoles por la situación económica y, al mismo tiempo, se producía un desencanto cada vez mayor por la política desarrollada desde el poder. Desde mediados de 1980, de manera paralela a su descomposición como grupo político, la UCD iba declinando en la intención de voto. El PSOE ya entonces superaba a UCD pero a ésta, además, la sobrepasó AP en otoño de 1981. En los últimos meses anteriores a las elecciones, el proceso no hizo sino acelerarse, hasta el extremo de que de abril a junio de 1982 la intención de voto del PSOE pasó del 24 al 30%, mientras que la de UCD pasó del 13 al 10%.

La elección de octubre de 1982 fue aquella en que la campaña electoral resultó menos decisiva sobre los resultados. El PSOE se benefició no sólo de la tendencia señalada por las encuestas sino también del ansia del electorado por lograr una estabilidad gubernamental. Su divisa "Por el cambio" suponía no tanto un programa electoral preciso como una voluntad genérica de transformación de las mismas condiciones de hacer la política. El resto de los grupos políticos admitió, de hecho y sin el menor reparo, la victoria socialista a lo largo de la campaña. El espectáculo de la división había sido demasiado patente en los meses anteriores como para que UCD y el PCE consiguieran rectificarlo ahora. El PSOE pareció a muchos votantes de izquierda la única posibilidad de cambiar la gobernación del país y AP consiguió presentarse con la única oposición posible.

El primer dato que permite comprobar la magnitud del terremoto electoral es el de participación electoral: tres millones doscientas mil personas pasaron de no votar a hacerlo. Sin embargo, donde más claramente se aprecia ese terremoto es en el examen del voto conseguido por el PSOE, que obtuvo más de diez millones de votos de los que unos cuatro millones y medio procedían de la abstención o de otros partidos políticos; en total, un 48% de los votantes lo haría por el PSOE, que con ello logró 202 diputados frente a los 105 de AP, cuyo voto era algo más de la mitad del socialista. El PSOE había logrado un apoyo masivo de los jóvenes que votaban ahora por vez primera y también de los estratos medios urbanos, especialmente sensibles a la información diaria de los medios de comunicación, pero, además, el PSOE consiguió en esta ocasión capturar aproximadamente la mitad del voto comunista anterior y el 30% del voto centrista. Triunfó de manera aplastante en aquellas categorías sociales más inesperadas y más reacias hasta el momento: resultó vencedor en todos los sectores profesionales y de ocupación excepto en el de empresarios medianos y pequeños, logró más de un tercio del voto campesino y mientras que en la anterior elección los mayores de sesenta años votaron tres veces más a UCD que al PSOE, ahora éste obtuvo también la victoria entre ellos. Le votaron también el 35% de los católicos practicantes y el 55% de los no practicantes. En definitiva, el PSOE había pasado de ser hegemónico en la izquierda a ser hegemónico en todo el sistema político. Daba la sensación de que el sistema de partidos español había pasado a ser como el de Suecia, con un partido predominante o hegemónico, muy superior en votos a su inmediato seguidor.

La coalición AP-PDP superó con creces la votación alcanzada por Fraga en 1979: si entonces no había llegado al 6% de los votos, ahora, en cambio, pasó a tener casi cinco millones y medio, correspondientes al 26% de los votantes. Había conseguido, además, una penetración en sectores de los que estaba muy alejada en anteriores comicios, como, por ejemplo, los jóvenes. Sin embargo, es preciso también tener en cuenta las limitaciones del voto conseguido, que no derivaban tan sólo de la enorme distancia con respecto al del PSOE. Era un voto de derecha moderada más que centrista y, por lo tanto, estaba todavía lejos de poder ganar unas elecciones generales. Por su parte, UCD había experimentado un derrumbamiento radical: del 35% del voto pasaba a menos del 7%. Su fuerza no disminuyó porque se hubiera decantado a la izquierda o a la derecha, sino porque no había sido capaz de actuar con consistencia, claridad y eficacia. De ahí que el 30% de los que votaron a UCD en 1979 lo hicieran ahora por el PSOE, y el 40%, a favor de AP-PDP, no quedándole más que un 20% a ella misma. Además, ese reducto final de voto era marginal y puramente deferente a quien estaba en el poder.

El 38% del electorado consideraba que UCD estaba ya liquidada como grupo político. Ni siquiera podía constituir un paliativo para la derrota del partido que hasta entonces había dirigido la política española el que el voto obtenido por el CDS de Suárez fuera mínimo (menos del 3% y tan solo dos escaños). Las esperanzas de futuro eran mejores en el caso del PCE pero el voto recogido en 1982 fue tan sólo el 4%, mientras que en 1979 había logrado el 10%. Con ello, el comunismo español se situaba en la cota electoral más baja de todo el Mediterráneo occidental, cuando en tiempos inmediatos había tenido un protagonismo decisivo en el movimiento eurocomunista. El voto más estable fue el de los nacionalistas vascos y catalanes, que no se vieron afectados por las peculiares circunstancias de estas elecciones.

Frente a lo que todas estas cifras indican, hay que tener en cuenta que en realidad el terremoto electoral había sido mucho menor en la sociedad misma que en su inmediata traducción política. Aunque España hubiera evolucionado un poco más hacia la izquierda, eso no fue lo decisivo para explicar los resultados electorales. Lo que habían cambiado eran los partidos que con su trayectoria se habían liquidado a sí mismos (UCD), habían ahuyentado a la mitad de su voto (PCE) o permanecían muy lejos por el momento de cualquier expectativa de llegar al poder (AP-PDP).

En cualquier caso, el acceso del PSOE al poder se hizo bajo los mejores auspicios. El programa electoral del nuevo Gobierno podía tener aspectos imposibles de cumplir, como era la creación a corto plazo de 800.000 puestos de trabajo, pero estaba rodeado de una mística que hacía pensar que todos los problemas se solucionarían de forma inmediata. González logró un nivel de aceptación popular de 7.5 sobre 10, lo que era no sólo muy superior al de cualquier otro gobernante europeo sino que, además, por vez primera y única, superaba a la cota que entonces tenía el propio Rey. Se iniciaba, pues, una nueva singladura política bajo los más favorables auspicios.