Época: Mesopotamia
Inicio: Año 10000 A. C.
Fin: Año 3000 D.C.

Antecedente:
Mesopotamia y Oriente Medio: evolución histórica

(C) Alvaro Cruz García



Comentario

La Prehistoria, entendida a grandes rasgos como el periodo de tiempo previo a la aparición de la escritura, tiene en Mesopotamia expresiones diferentes de las que podemos observar en otras partes del Viejo Mundo. Si en cuevas europeas como Lascaux (Francia) o Altamira (España) encontramos manifestaciones que nos hablan de sus pobladores y del excelente nivel artístico que alcanzaron, en Mesopotamia éstas apenas han podido ser documentadas hasta el VII o VI milenio a.C., concretamente en los murales de Umm Dabaghiyah, es decir, en un periodo de tiempo mucho más reciente. Sin embargo, sí que existe un potentísimo registro arqueológico que ha permitido rastrear el pasado más remoto hasta los neandertales. Huellas de estas poblaciones, como restos óseos y útiles de piedra, se han encontrado en varios lugares, especialmente en áreas de montaña al este y norte de Mesopotamia, así como Palestina. Los lugares en que se han hallado son abrigos naturales o cuevas, primitivas formas de habitación que permitían refugiarse de las inclemencias del tiempo o del acoso de los animales. El modo de vida nómada, basado en la caza y la recolección, hace que no sean abundantes los lugares de habitación encontrados, pues estos eran ocupados sólo temporalmente, siguiendo a las manadas o el ciclo de recolección de frutos y raíces. También sabemos que en verano y las épocas de buen tiempo eran montados campamentos al aire libre, de los que sólo existen huellas en Siria, en concreto al norte de Palmira y en el Orontes. Los campamentos-base servían no sólo como lugar temporal de residencia sino también como área de trabajo, pues en ellos se despedazaba la carne y se procesaban otros productos de los animales capturados: huesos, cornamenta, piel, etc.
Durante el Mesolítico las poblaciones de neandertal fueron sustituidas por las de homo sapiens, muy posiblemente debido a una migración desde África. Paralelamente, los seres humanos fueron adquiriendo un conocimiento acumulativo sobre las plantas y animales con los que tenían contacto, aprendiendo sus pautas vitales y reproductivas. Este acervo, incrementado a lo largo de miles de años, hace que las poblaciones pasen paulatinamente desde el nomadismo de los cazadores-recolectores hasta la vida sedentaria, lo que implica necesariamente la capacidad de producir alimentos. Este proceso, llamado revolución neolítica, lógicamente no sucedió, a pesar de su nombre, en un corto espacio de tiempo, sino que debe ser contemplado como una lenta transición, una larga evolución entre dos formas de vida. El modo de vida neolítico no se impuso de manera repentina, llegando a convivir durante largo tiempo las prácticas de caza y recolección con otras agrícolas. Igualmente tampoco debe pensarse que se produjo en la misma medida y del mismo modo entre todas las poblaciones: las nuevas pautas de subsistencia fueron adoptadas en distintos momentos por los grupos humanos, dependiendo de sus principales circunstancias y de factores diversos. Muchos pueblos, en hábitats marginales, permanecieron practicando la caza y la recolección e, incluso hoy en día, existen sociedades que mantienen pautas culturales asimilables a las que fueron características del Neolítico.

Uno de los focos principales de neolitización a escala mundial es el llamado Creciente Fértil, un área que abarcaría el norte de la península Arábiga, los Montes Zagros, el litoral mediterráneo, Mesopotamia y el Asia Menor meridional. En esta vasta región se daban las condiciones adecuadas para el surgimiento de esta agricultura incipiente: precipitaciones regulares, grandes caudales de agua, presencia de animales que pueden ser domesticados, etc.

Hacia el 8000 a.C. el hombre comienza a cultivar plantas como el trigo o la cebada y a domesticar animales como cabras y ovejas, hasta entonces salvajes.

La cada vez mayor presencia en la dieta de elementos de origen agrícola hace que las poblaciones se vean obligadas a fijar su residencia en territorios concretos, al principio de manera estacional y después permanente. En el norte de Mesopotamia, en las cuencas altas del Tigris y el Éufrates, ligados a la agricultura de secano hallamos los primeros poblados. En sitios como Djarmo, Çayönü o Mureybet encontramos viviendas semiexcavadas en la tierra y de planta redonda o circular.

Con el paso del tiempo, las poblaciones aprenden técnicas constructivas cada vez más complejas: las viviendas son de mayor tamaño y sus muros se construyen con ladrillos de adobe, un material fácil de construir, transportar y trabajar. También en estos primeros poblados encontramos muestras de ritualización, como formas peculiares de enterramiento, dedicación de determinadas estancias como zonas de culto o presencia de objetos cuyo uso se ha ligado a alguna práctica ceremonial.

El incremento de los conocimientos técnicos abarca muchos campos. La necesidad de transportar alimentos o almacenarlos hace que se construyan recipientes duraderos y más prácticos, en lugar de las canastas o cestas que usaban los cazadores-recolectores. Los cuencos de madera, barro o piedra son pronto sustituidos por las vasijas de cerámica, mucho más ventajosas. La cocción del barro permite lograr piezas más duraderas, resistentes e impermeables, cuya forma puede ser modificada a voluntad. Este proceso no sólo permite fabricar vasijas, sino también construir otros objetos, como sellos para estampar -que pudieron servir como amuleto o para marcar propiedades-, adornos, etc. Al ser un material blando, es también fácil de decorar, bien por impresión, incisión, pintado, etc. Los motivos que gustan a las poblaciones de este periodo son los geométricos.

La aparición de la cerámica marca una etapa decisiva de la evolución humana y un punto de inflexión en el proceso de neolitización, de tal forma que, antes de su aparición, el Neolítico es llamado precerámico, mientras que, después, se le denomina Neolítico cerámico.

Al Neolítico le sigue, hacia el V milenio a.C., una etapa caracterizada por el trabajo del cobre, por ello denominada Calcolítico. Los experimentos más antiguos con cobre fundido se realizaron hacia el 6500 a.C. en Oriente Próximo. No obstante, aunque fue un acontecimiento importante, no significó una transformación en la misma medida que la adopción de pautas de subsistencia agrícolas y la domesticación. Inicialmente, la metalurgia se limitó a realizar pequeños objetos de cobre, oro o plomo, metales blandos y maleables que no necesitan altas temperaturas para fundir. Hacia el 6000 a.C. los pobladores de Çatal Hüyük, en Turquía, son capaces de fabricar objetos de cobre y plomo como cuentas y dijes. La metalurgia se orienta tanto hacia la fabricación de objetos de adorno -lo que es indicativo de estratificación social- como de uso cotidiano, como hachas y cuchillos de bronce, material más duro que el cobre.

Junto al cobre, se siguen trabajando la piedra y la cerámica, cada vez con técnicas más complejas. Además, la ornamentación se ve ahora enriquecida por la presencia de motivos zoomorfos, además de geométricos. Con el paso del tiempo se añaden personas o seres de aspecto humano y cabeza animal. Algunas estatuillas realizadas en piedra y con forma humana sirvieron como ajuar funerario, utilizado en los enterramientos. Estos fueron haciéndose cada vez más complejos, lo que puede indicar un ceremonial más elaborado. Los difuntos son enterrados en necrópolis o bajo las viviendas, acompañados de alimentos, adornos, figuras o recipientes, que debían acompañar al individuo en el otro mundo. Junto con figurillas de piedra se han encontrado en las tumbas hachas de piedra o de terracota, generalmente pintadas. Estas figuras a veces representan a mujeres corpulentas, al modo de la famosa Venus de Willendorf (Austria). Probablemente estas figuras de la cultura Halaf sean la última conexión de las poblaciones del Calcolítico con el pasado Paleolítico.

Los habitantes de los asentamientos agrícolas, cada vez de mayor tamaño, pueden cooperar para realizar algunas tareas comunes, como la construcción de canales para irrigar los campos de cultivo o la erección de muros defensivos. Estas pautas de comportamiento colectivo están en el origen de complejas formas de organización social, surgiendo distintas jerarquías y especialización en función de la actividad.

La primera muralla conocida es la de Tell es-Sauwan, en Irak. Aquí encontramos también viviendas de planta rectangular, con varias estancias a las que sólo se accede en línea, es decir, una tras otra. También se levantan construcciones de planta circular y grandes dimensiones -llamados, como en la Grecia micénica, tholoi-, algunos con una antecámara rectangular -llamados, en este caso, dromoi. Aunque su funcionalidad es una incógnita, los especialistas se inclinan por pensar que debió ser práctica, más que ritual, pudiendo funcionar como viviendas con zonas de almacenaje.

El desarrollo del Calcolítico temprano debió producirse con mayor rapidez en el norte de Mesopotamia, aunque esta ventaja debió pasar al sur durante el Calcolítico medio. En conjunto, los grupos agrícolas de Mesopotamia ganaron cada vez más en complejidad durante el periodo Obeid, aproximadamente entre 5400-4300 a.C.. Este sitio, un yacimiento cercano a Ur, al sur de Mesopotamia, da nombre a toda una fase cultural, caracterizada por una especie de producción cerámica en serie, pues las piezas aparecen muy extendidas por toda la región, así como por Asia Menor, Irán y Siria. Las implicaciones de este hecho permiten hablar de la existencia de redes comerciales bien establecidas y relaciones entre zonas diversas, lo que, sin duda, contribuye a incrementar el patrimonio cultural de las poblaciones.

Los objetos del periodo Obeid, de menor calidad que las producciones alfareras precedentes, no son el único objeto con el que se comercia, pues en este tráfico entran también objetos de cobre. También se fabrican figurillas de terracota, pero ahora mucho más gráciles y estilizadas, sosteniéndose sobre los dos pies pegados el uno al otro. En cuanto a la arquitectura, ya aparecen estructuras y edificios de clara función ritual, levantados sobre terrazas, como las de Eridu, al sur de Ur. Estos templos son los antecedentes directos del templo de Uruk, ya en época sumeria.

A finales del IV milenio comienza el periodo Uruk, una etapa de esplendor cultural protagonizado por los pueblos de la Mesopotamia meridional. Con estos pueblos entramos de lleno en la etapa histórica, con el desarrollo de las primeras sociedades urbanas y una evolución cultural sin precedentes.