Comentario
Entre las aportaciones más singulares del urbanismo español a la general historia de la ciudad, se encuentra, sin duda alguna, la Plaza Mayor de ordenada arquitectura. Sus orígenes y definición formal no resultan muy claros hasta los años finales de la Edad Media, siendo desde el siglo XVI una realidad urbana que dio lugar a una serie ininterrumpida de modelos y variantes, hasta llegar a las últimas plazas del siglo XIX, con las que se cierra este original episodio de la Plaza Mayor en España. Morfológicamente, dicha Plaza Mayor, en su estadio más evolucionado y tópico, esto es, entendida como una plaza de planta rectangular, de ordenadas fachadas sobre soluciones porticadas formando los característicos soportales, y ofreciendo un conjunto de equilibrado desarrollo en planta y alzados, permite establecer comparaciones con cuantas plazas regulares se han ido produciendo a lo largo de la historia. Otra cosa distinta es, sin embargo, que los significados y usos permitan llevar esta comparación hasta el final. A este modelo de Plaza Mayor, de carácter cerrado, cuyas fachadas se repiten frente a frente, como mirándose en un espejo, dedicaremos las páginas siguientes.
Sin embargo, no cabe olvidar que junto a esa plaza regular y artificiosa, hija de un único proyecto, se ha de considerar igualmente aquella otra Plaza Mayor de orgánica formación a través del tiempo, donde la subordinación a la topografía y el carácter popular de su arquitectura le presta rasgos de bellísimo pintoresquismo. Su escala, dimensiones y configuración hacen de estas Plazas Mayores-menores, si se permite la expresión, lugares especialmente acogedores, naturales y sin artificio, surgidos con un alto grado de espontaneidad, plazas que son resultado del paso del tiempo y no de un proyecto, plazas sin autor, debidas a la anónima historia local, plazas sin preocupaciones estilísticas pero que exhiben la belleza del sentido común, plazas en definitiva que no han olvidado su humano destino. En ellas gravita de un modo especial el paisaje de su entorno, prestándole los materiales y color con los que resuelve lo que un determinado clima le exige. Ello da lugar a una casuística, en extremo matizada, donde lo rural y popular prima frente a la concepción más culta y erudita de las geométricas Plazas Mayores antes mencionadas. Ellas forman un amplio telón de fondo que afecta a todas nuestras regiones, donde cada una se expresa con voz propia en el concierto general de las plazas españolas que las hace como castellanas, gallegas o andaluzas. Sobre este plano general de plazas naturales, que supone un rico patrimonio todavía por inventariar, se perfilan aún con mayor fuerza las Plazas Mayores regulares que precisamente intentan vencer el carácter popular de aquéllas, con soluciones propias de la arquitectura culta, incorporándolas al pulso de la historia erudita y desvinculándolas del paisaje local.