Época: Barroco Español
Inicio: Año 1750
Fin: Año 1850

Antecedente:
La Plaza Mayor en España

(C) Pedro Navascués



Comentario

La terminación de la Plaza Mayor de Salamanca (1756) coincide con el generalizado cambio de gusto que fomenta la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, cuyos Estatutos definitivos se aprobaron en 1757. La actividad de esta institución significa una fuerte reacción y condena a todo lo que representaba la familia Churriguera, esto es, el barroco castizo, iniciándose una vuelta al clasicismo, al valor de los órdenes vitruvianos y a las formas y volúmenes de una geometría simple, eliminando de su superficie la que se consideraba como hojarasca ornamental de mal gusto.
Entre los fines de la Academia, que se concebía también como un órgano de control y vigilancia del nuevo gusto que debía corresponder a la Monarquía Ilustrada, se encontraba el de supervisar todos los proyectos de arquitectura que se ejecutaran con fondos del Estado y tuvieran un destino público. Para ello se llegó a crear, dentro de la Academia y en el reinado de Carlos III, la llamada Comisión de Arquitectura (1786), donde se ponía todo tipo de reparos a los proyectos que no se ajustasen a los nuevos cánones de aquella arquitectura dirigida que sólo podía moverse en los estrechos límites del clasicismo. Ello supuso la desaparición de la Plaza Mayor en la tradición que hemos seguido en estas páginas y que había dado el sabroso fruto salmantino, si bien hemos de matizar que la plaza, su planta y concepción, siguió siendo la misma, quizás con mayor rigidez en su replanteo, siendo la piel de su arquitectura la que experimentó mayores cambios.

Tras algunos ejemplos que se sitúan entre la tradición barroca y los nuevos tiempos, como la llamada plaza del Mercado Chico de Ávila, en rigor la Plaza Mayor de la capital abulense, la nueva Plaza Mayor, que podemos llamar neoclásica, se inicia con la de Vitoria, proyectada por Justo Antonio de Olaguíbel en 1782, un arquitecto formado en la propia Academia de San Fernando, la cual aprobó el proyecto de su antiguo alumno con el visto bueno de Ventura Rodríguez, como arquitecto comisionado que era para ello por el Consejo de Castilla. La Plaza Nueva, nombre con el que se conoce y ello significa una cierta inflexión del concepto y aceptación de la antigua denominación de Plaza Mayor, se formó a partir de las mismas premisas que las anteriores, esto es, antiguo lugar de mercado y necesidad de formalizar un espacio para la fiesta y en especial para la lidia taurina.

Esto último es tan cierto que la forma y medidas de la Plaza Nueva de Vitoria se deben exclusivamente a las necesidades de las corridas de toros, según se recoge en las actas capitulares: "La extensión de la plaza debe determinarse considerando que sirva para celebrar corridas de toros, especialmente cuando personalidades reales visitan la ciudad, haciéndose necesario un cuadro de 220 pies y esto sin contar en el tablado" (1781). Las primeras corridas celebrarían la llegada al trono de Carlos IV (1789) quien presidió en efigie el festejo. La Plaza Nueva serviría para apoyar en ella el ensanche de la ciudad y su imagen, grave y elegante, totalmente cerrada, tiene más que nunca la apariencia de un salón urbano y hasta cierto punto elitista, de donde se proscribieron los oficios enojosos y el paso de vehículos. La posterior intervención de Benigno Moraza (1824), colocando asientos corridos, jarrones, cerramientos de hierro, etc., reforzaría la definitiva mudanza que el concepto de Plaza Mayor experimenta con el cambio de siglo.

En la primera mitad del siglo XIX San Sebastián y Bilbao conocerían la construcción de sendas plazas, las llamadas de la Constitución y Nueva, respectivamente, ambas concebidas bajo el reinado de Fernando VII. Sus artífices fueron Silvestre Pérez, Ugartemendía y Goicoechea, hombres vinculados a la Academia y al proyecto de estirpe neoclásica, en cuyas manos se mantiene la forma tradicional de la Plaza Mayor, si bien los usos se van a ir apagando paulatinamente. La de San Sebastián, concebida y utilizada como coso taurino, surgió sobre la anterior plaza destruida en 1813, y la Nueva de Bilbao desempeñó un papel análogo a la de Vitoria como articulación del ensanche de la ciudad.

Estos modelos hicieron que en el País Vasco y Navarra se prolongara este tipo de plaza, de rasgos muy afines, al que pertenecen las actuaciones de Nagusía en la Plaza del Castillo o, más tardíamente, la semiplaza de Estella. No obstante, los usos se reducen, ciñéndose fundamentalmente a espacio de paseo y ocio, al tiempo que alberga bajo los soportales un comercio de cierto nivel. De este modo, la Plaza Mayor, como tal, se convierte en otro tipo de plaza, a la que llamaríamos simplemente porticada, dedicada a las dos últimas funciones citadas.

Es una pieza importante en los Ensanches de las ciudades isabelinas y de la época alfonsina, cuando todavía conservan carácter e interés, de las que serían buenos ejemplos la de Guipúzcoa (1863) en San Sebastián, con jardines en su centro y presidida por el edificio de la Diputación, y la proyectada por Ibarreche para Bilbao (1895), pero no construida, que llevaría el significativo nombre de Plaza de los Arcos, pues a ellos quedó reducida, como caricatura, la imagen de la antigua Plaza Mayor española. Otras muchas plazas, ya iniciadas tiempo atrás, prolongaron en este siglo XIX sus pórticos e hicieron crecer jardines dentro de su perímetro, como la de Burgos. El quiosco de música en su centro renovaría la utilización de este espacio, consagrándolo definitivamente al ocio, viendo disminuir el comercio al tiempo que se abren nuevos establecimientos, como cafés y similares, que contribuyen a mantener viva la entrañable costumbre de encontrarse en la plaza, tal y como sigue sucediendo en la centenaria Plaza Mayor de Segovia, la cual, felizmente, no tiene todavía un aparcamiento subterráneo.