Comentario
Desde el punto de vista cronológico el siglo XVI supone el despegue decidido de la nueva y ordenada Plaza Mayor, tal y como vamos a conocerla hasta el siglo XIX. En aquella centuria se dio toda una serie de circunstancias históricas, económicas y estéticas que formalizaron la Plaza Mayor, tal y como convenía a la España del Siglo de Oro, y tal y como se llevó a América como pieza sobresaliente y emblemática del proceso colonizador. Las numerosas Ordenanzas de Carlos V y Felipe II recogían, en efecto, la teoría y práctica de la ciudad moderna proyectándola sobre la utopía de la ciudad ideal en América. Así, la "Recopilación de Leyes de los Reinos de las Indias" publicada bajo Carlos II, resume el anhelo y experiencia del urbanismo español, fijando inicialmente las directrices más importantes de las nuevas poblaciones en las que, como era de esperar, desempeña un papel fundamental la Plaza Mayor.
De este modo, cuando habla del sitio, tamaño y disposición de la plaza, donde el legislador repite párrafos enteros tomados literalmente de Vitruvio, dice: "su forma en quadro prolongada, que por lo menos tenga de largo una vez y media de su ancho, porque será más a propósito para las fiestas de a caballo, y otras; su grandeza proporcionada al número de vecinos, y teniendo en consideración a que las poblaciones pueden ir en aumento, no sea menos, que de doscientos pies en ancho, y trescientos de largo, ni mayor de ochocientos pies de largo, y quinientos y treinta y dos de ancho, y quedará de mediana y buena proporción, si fuere de seiscientos pies de largo, y cuatrocientos de ancho; de la plaza salgan quatro calles principales, una por medio de cada costado; y demás de éstas, dos por cada esquina; las quatro esquinas miren a los quatro vientos principales, porque saliendo así las calles e la plaza no estarán expuestas a los quatro vientos, que será de mucho inconveniente; toda en contorno, y las quatro calles principales, que de ella han de salir, tengan portales para la comodidad de los tratantes, que suelen concurrir; y las ocho calles que saldrán por las quatro esquinas, salgan libres, sin encontrarse en los portales, deforma que hagan la acera derecha con la calle" (L. IV, Título VII). Aunque luego la práctica diera lugar a multitud de variantes éste sería el esquema básico de la Plaza Mayor en América.
En la Península cabe abrir este nuevo siglo con la plaza de Medina del Campo, ya mencionada, en la meseta castellana, y en el sur se podría seguir el proceso con la formación de la Plaza Nueva o de Bibarrambla, de Granada. Esta se halla inmediata a la Alcaicería, donándola el rey Católico a la ciudad "para pasear y negociar", llegando a adquirir una cierta regularidad, con soportales para las escribanías de la ciudad, pescaderías, carnicerías, comercio de especias y paños, un desaparecido miradero, etc. Precisamente conocemos un interesante dibujo conservado en el Archivo Histórico Nacional que muestra la Plaza Nueva, con veces de Mayor, en 1616, con la distribución de portales y balcones para la celebración de corridas de toros. La Plaza Nueva llamó poderosamente la atención a Lucio Marineo Sículo quien, en la obra mencionada, escribía lo siguiente: "La cuarta cosa entre las siete memorables que contiene aquella ciudad es una plaza y llanura que poco há se edificó...".
Sin embargo, la realización más significativa de todo el siglo XVI pertenece ya al reinado de Felipe II, en la segunda mitad de la centuria, y corresponde a la Plaza Mayor de Valladolid, la primera de las plazas monumentales españolas. La plaza actual, al margen ahora de las modificaciones habidas, parte del incendio de 1561, pero anteriormente también debió de tener un espectacular aspecto a juzgar por lo que escribe el propio Marineo Sículo al decir que "era muy grande y no menos hermosa. Enderredor de la cual hay todos los oficios y mercadurías y se venden los bastimentos cotidianos en muy grandísima abundancia. En el circuito desta plaza en el espacio de setecientos pasos contamos trescientas y treinta puertas y tres mil ventanas y más vimos todos los oficios". La imagen, aunque pudiese resultar exagerada, es muy expresiva de la importancia de la plaza y de su actividad, con la que concuerda la especialidad de mercaderes y artesanos de las calles inmediatas, según deducimos de sus nombres: Platería, Especiería, Zapatería, Cebadería, etc. Tras su incendio, la Ciudad acude al rey, vallisoletano de nacimiento, y éste exige una buena traza para la reconstrucción, traza que hace Francisco de Salamanca y que se aprueba en la Corte en 1562, dándose por concluida treinta años más tarde. La plaza estaría presidida por el Ayuntamiento, cuyo edificio correría parejo a la construcción de la plaza, si bien fue derribado para sustituirlo por el actual a partir de 1892. La regularidad de las fachadas de la plaza, con soportales adintelados y de mucha luz, y tres alturas de viviendas, sirvió de modelo para la arquitectura de las calles inmediatas, desbordando así el ámbito propio de la Plaza Mayor y creando un continuo urbano de gran belleza.
Aunque no puedan compararse con la plaza vallisoletana, a estos años pertenecen los primeros estudios y tanteos para la Plaza Mayor de Madrid y lo iniciado en la Plaza de Zocodover, en Toledo. En ambas obras aparece el nombre de Juan de Herrera, el arquitecto de Felipe II quien quiso introducir en la arquitectura de las plazas un orden nuevo y más riguroso que el simple equilibrio observado en la plaza de Valladolid, la cual todavía recordaba mucho en su carácter a sus antecedentes medievales.
No puede olvidarse que ambas plazas pertenecían a dos ciudades emblemáticas que representaban el ayer y hoy de la capitalidad de la monarquía y de ahí la nueva imagen buscada. En Madrid preparó Herrera unos dibujos iniciales (1581) para, simplemente, regularizar la plaza del Arrabal en dos de sus lados, formando una escuadra y prolongando la solución porticada ante las nuevas fachadas. Las obras llegaron a iniciarse (1590) comenzando por la Casa de la Panadería, pero la muerte del arquitecto (1597) y el rey (1598), así como la decisión de trasladar la Corte a Valladolid (1601-1606), detuvieron todo. Entre tanto había sido nombrado un discípulo de Herrera, Francisco de Mora, Maestro Mayor de la Villa (1591), quien luego se vincularía a una de las Plazas Mayores más espectaculares cual es la ducal de Lerma (Burgos), construida en los primeros años del siglo XVII. El hecho es que con Mora coincide un conocido Bando (1591), con el que se pretendía encauzar la actividad edilicia de la ciudad. Entre las medidas que en él se incluyen se encuentra la de disponer "que en todos los portales de la plaza y calle Mayor... y los demás de esta Villa donde hubiese pilares de madera, los diseños de ellos... Los quiten, y pongan en lugar de ellos otros de piedra con sus bases y capiteles de lo mismo".
Este aspecto es muy sintomático de la mejora material así como de la búsqueda de una mayor seguridad para los edificios de la Corte, que coincide con la general renovación de los soportes que en las plazas españolas, y en especial en Castilla, tiene lugar a lo largo del siglo XVI, prestando, en ocasiones, algunos matices estilísticos renacientes a las basas y capiteles de los nuevos apoyos. De este modo la organización general se seguía perpetuando más allá de la renovación de sus elementos puntuales.
También Toledo tuvo ocasión de contar con una Plaza Mayor, aprovechando y ampliando la que se había formado en los años de los Reyes Católicos, tras derribar unos edificios. Su nombre de Zocodover arrastra y recuerda su anterior función de mercado, de zoco, si bien parece que era de caballerías. El interrumpido proceso de la formación de Zocodover muestra el choque del Concejo de Toledo con Felipe II, pues queriendo el primero hacer una plaza, para lo cual había enviado al monarca dos proyectos (1590), acabó presentando una traza definitiva Juan de Herrera que es la que el rey impuso a la ciudad. Ante la demora en poner en ejecución el proyecto de Herrera, continuamente apoyado y exigido por Felipe II, este ordenó "que ninguna persona de qualquier calidad y condición que sea pueda hedificar ni rehedificar en la dicha plaza de Zocodover, si no fuese conforme a la dicha traza y orden, y lo que contra ella se hiciere o se pretendiere hazer se impida y estorbe".
Los problemas de las expropiaciones y derribos para regularizar la plaza impidieron terminar ésta de acuerdo con lo proyectado por Herrera, que sólo puede reconocerse en dos de sus lados tal y cómo se llegaron a terminar a comienzos del siglo XVII. La plaza de Zocodover, que se arroga para sí la representatividad de la verdadera Plaza Mayor de Toledo, más modesta, irregular y destinada al mercado de diario, muestra tras muchos avatares, los sobrios pero recios pilares de los soportales, así como la nueva proporción y ritmo de los amplios y numerosos huecos abalconados de sus fachadas. Su aspecto es, en efecto, en todo diferente al de la Plaza Mayor de Valladolid.